Oscar, Rafael, sismo son solo las tres últimas adversidades climatológicas que embistieron a esta Isla, pero todavía hay heridas abiertas de eventos anteriores. En Pinar del Río, con el lúgubre título de ser la provincia más azotada por huracanes, sobran evidencias.
Para tomar un ejemplo, centrémonos en la vivienda: hay 5 200 derrumbes totales pendientes de solución por fenómenos que ocurrieron entre el 2002 y el 2022; el 27 de septiembre de ese año, Ian provocó daños en 102 288 hogares.
Hasta la fecha, el 62 por ciento de los damnificados ya tuvo respuesta, pero aguardan por ella 12 063 familias cuyas casas colapsaron; otras 7 953 que las perdieron parcialmente; además de 8 160 que quedaron sin techo y 9 404 solo con parte de este.
A esa larga lista se suman la necesidad de impermeabilizar 464 cubiertas sólidas y resarcir 783 daños de menos magnitud, y como la naturaleza no se mueve a nuestro ritmo, después de Ian hay que adicionar tres derrumbes totales a la cuenta de Helene; cuatro a eventos de intensas lluvias y uno al de Idalia junto a 13 parciales.
Realice las operaciones y verá que 38 848 familias pinareñas, que en algún momento recibieron menoscabo del lugar al que llaman hogar, todavía no han solucionado su problema.
El cambio climático y sus expresiones no van a modificarse de un día para otro, tampoco lo harán las condiciones en que vivimos, pues al bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos a Cuba le podemos vaticinar, con total certeza, otros cuatro años de vida, y ya salen anuncios de que ese lobo viene más feroz.
Llorar, lamentarnos y repartir culpas no será la respuesta, ni repetir tozudamente las mismas maneras de enfrentarlos. Las palabras y las voluntades, por reconfortantes y buenas que sean, no se transforman en techo o paredes, y 22 años es mucho, muchísimo tiempo para una familia que vive en una “facilidad temporal” que, de hecho, se convirtió en permanente.
Enumerar desgracias, excusas y razones, tampoco es camino hacia la reversión socioeconómica que necesitamos, por más lógicas, objetivas y entendibles que sean las causas, en no pocas ocasiones devenidas en justificaciones, y es que la vida no puede ser una constante espera.
Lamentablemente, la mayoría de los salarios en este país hace décadas que no representan una fuente de solvencia para asumir en el plano individual inversiones constructivas, e incluso, hasta comprar un par de zapatos, mochila o cualquier otro artículo indispensable, pero que no sea alimento, pone las cuentas en casa patas arriba y significa correrle un par de ojetes al cinturón.
Sería injusto no mencionar que hay a quienes les falta empeño por lo suyo, y que han dejado llenar de óxido planchas de cinc apiladas en su patio, que pese a que podrían asumir ciertos gastos en reparaciones e inversiones no lo hacen, “porque soy damnificado (a) y hay que hacerme la casa”; inclusive, los hay que vendieron o permutaron el inmueble construido y se fueron a vivir a otro con deterioro e ingresaron nuevamente a la lista de espera.
Existen cosas que se pueden hacer localmente, a ello responde la producción de ladrillos de barro y otros materiales para la construcción, pero el problema de la vivienda, como otros tantos, necesita un cambio de enfoque a nivel de país, mayor prioridad dentro del plan de inversiones para poner coto al deterioro del fondo habitacional y que no se incremente el número de cubanos que residen en condiciones precarias.
Ya no solo basta con pensar en construir para soportar los embates de los frecuentes huracanes, también será preciso incorporar elementos que tengan mayor resistencia ante los sismos, porque Pilón es solo una muestra de lo que podría ocurrir a mayor escala.
El vocablo revolución tiene siete acepciones en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), cada una de ellas lleva implícita movimiento o cambio, por eso, la mayor urgencia hoy es que modifiquemos los métodos para lidiar ante las adversidades, para que la realidad sea fuente de inspiración en la concepción del futuro, para que la mayoría de los cubanos encontremos la manera de vivir dignamente y no en una lucha diaria por la subsistencia.
Un proyecto político concebido “con todos y por el bien de todos” fenece si se acrecientan las diferencias sociales; si mi aporte a la sociedad no se revierte en bonanza personal; si la confianza individual y colectiva se resquebraja, porque las promesas están sembradas en el inapresable horizonte, y por más que redoblemos la marcha sigue alejándose.
No podemos empezar a remar para llevar a esta Isla hacia otros lares en que la naturaleza sea menos cruenta (aunque este año repartió en todas las latitudes) y los vecinos más amigables, por lo tanto, hay que crecerse, pero no desde la obstinación pasiva que suma calamidades y resta satisfacciones, sino desde la creación constante, aunque ello implique desgarrarnos las ropas. Cubramos, entonces, esa desnudez con acciones, para que las palabras se parezcan a la realidad.