En el fresco amanecer del 5 de enero de 1961, las montañas del Escambray guardaban un silencio inquietante. Los primeros rayos de sol apenas se asomaban entre las copas de los árboles, iluminando un paisaje que parecía eterno. Allí, en ese rincón de Cuba, un joven maestro llamado Conrado Benítez cumplía su misión: enseñar a leer y escribir a quienes por generaciones habían sido relegados al analfabetismo.
Conrado, un muchacho humilde de Matanzas, apenas había alcanzado los 18 años. Sin embargo, su juventud era inversamente proporcional a la valentía y la convicción que lo impulsaban. Había dejado su hogar, su familia, y una vida sencilla para unirse a la noble tarea de alfabetizar a los olvidados, de llevar la luz del conocimiento a los rincones más oscuros del país. Cada palabra escrita, cada letra aprendida, era para él un triunfo sobre la ignorancia, un paso más hacia la libertad que soñaba para su pueblo.
Pero no todos compartían ese sueño. Aquella mañana, Conrado fue arrebatado por la brutalidad de las bandas contrarrevolucionarias que operaban en la región. Lo acusaron, lo amenazaron, intentaron doblegarlo. “Soy revolucionario, no traicionaré a mi pueblo”, respondió con la firmeza de quien sabe que su causa es justa. Su valentía, sin embargo, no detuvo la barbarie. Fue asesinado de manera cruel, convirtiéndose en mártir de la educación y en símbolo de una lucha que trascendería su propia vida.
La noticia de su muerte se extendió rápidamente, llenando de dolor los corazones de quienes lo conocieron y de quienes, sin haberlo visto nunca, comprendieron la magnitud de su sacrificio. Conrado Benítez no era solo un maestro; era la representación de una generación dispuesta a darlo todo por un país nuevo, más justo y equitativo.
Su partida no detuvo la Campaña Nacional de Alfabetización. Al contrario, la impulsó con una fuerza renovada. Miles de jóvenes se unieron a las filas de los alfabetizadores, inspirados por su ejemplo y decididos a terminar lo que él había comenzado. Las Brigadas Conrado Benítez nacieron en su honor, llevando su nombre y su espíritu a cada rincón de la isla.
El sacrificio de Conrado Benítez sigue siendo un faro para la educación en Cuba. Su historia no solo conmueve; también interpela. Nos recuerda el poder transformador del conocimiento, la importancia de luchar por los ideales y el valor de quienes, como él, entregan su vida por un futuro mejor.
En cada aula, en cada libro abierto, en cada niño que descubre las maravillas de la lectura, resuena el eco de su legado. Conrado Benítez no murió aquel día de enero. Su luz, la misma que encendió en las montañas del Escambray, sigue brillando, iluminando los caminos de la educación y la justicia social en Cuba.