La historia se niega a ser olvidada, no le gusta que la guarden como viejo libro de páginas en un rincón del recuerdo. Ella, en su esfuerzo por renacer, prefiere que la devuelvan a los que la conocen, porque al decir de Galeano “a la gente vuelve lo que de la gente viene”.
A los que se muestran indiferentes, desconocedores, incrédulos o novatos, regalársela desde el principio mismo es la opción, sin excluir ni un solo matiz de bondad, contando desde las grietas hasta la luz, solo así amarán de raíz su propio pasado y correrán menor riesgo de morir por la desmemoria.
Hoy, por azar, así como para recordarme esta premisa que defiendo de no olvidar la historia, recuerdo a una mujer de temperamento fuerte, decidida y de carácter serio, cualidades que heredó seguramente de su padre, un hombre que, desde su propia postura, se hizo protagonista de todos los tiempos.
Hace unos años, cuando daba mis primeros pasos como periodista, conocí a Iraida, una de las gestoras del proyecto político Las nuevas generaciones y Los Malagones, el cual tenía el objetivo de mantener en alto las vivencias de aquellos 12 hombres, considerados como la génesis de las Milicias Nacionales Revolucionarias y pilares de la patrulla de campesinos en Pinar del Río que desarticuló la banda contrarrevolucionaria del excabo Luis Lara Crespo.
Es hija del ya fallecido Cruz Camacho Ríos, uno de los integrantes de la primera Milicia Campesina de Cuba; no sé si ese proyecto aún existe, pero hasta ahora llegan los recuerdos de aquel día en que tuve la oportunidad de tocar el hombro de quien fuera el más joven del citado grupo de campesinos; el único alfabetizado en el año 1959, y para el momento de mi cobertura periodística, el último de Los Malagones entre nosotros.
Conversar con Iraida fue, sin duda, una gran oportunidad que se gestó como parte de la invitación a una actividad en conmemoración de la firma de la Ley de Reforma Agraria y del Día del Campesino, quizás sea por eso, cuestión de asociación, que mayo me trae esta evocación de Juan Quintín Paz Camacho, un defensor por excelencia de su uniforme de miliciano.
Allí me mostró su brazo fuerte, y al preguntarle cuántos años había vivido, me dijo: “Si salgo, el 31 de octubre lo hago con 80”, y reía, como si en vez de ocho décadas hubiera sido apenas la mitad o un cuarto del total que había experimentado. Ya de esa última vez hace más de cinco años. Murió hace dos por complicaciones asociadas a la Covid 19.
En aquel entonces me contó de su tarea junto al resto de los campesinos y no perdió la oportunidad para demostrarme su estilo jocoso. Rememoro con nostalgia cómo sonreía junto a los más jóvenes, dialogó con las muchachas bonitas, a los chicos los retó en fortaleza y en intentar chiflar con la lengua afuera, y como si fuera poco, a mover las orejas y la gorra en la cabeza.
Me resultó un hombre muy especial, y es que pienso que Juan Paz Camacho fue de esos hombres que hacen más llevadera la vida de los otros; siempre risueño, para burlar a los años.
Consideraba que la iniciativa de Iraida era la coyuntura perfecta para que los jóvenes vivieran, con más certeza aún, la historia patria, tal vez una estrategia para mantenerla viva de generación en generación.
Y para eso, con la intención de salvaguardarla, deberían trabajar todos en este país, pues ningún hijo de esta tierra debe crecer sin conocer sobre aquellos campesinos, a quienes el Comandante en Jefe les confió la tarea de trazar una página heroica, al decirles “si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba”, y así fue, en apenas 18 días cumplieron la misión y sirvieron de antecedente para que el 26 de octubre de 1959 se creara, en la Mayor de las Antillas, el movimiento de masas armado más grande, referente en América.
Hoy ya no podemos reír junto a Juan Paz Camacho y al resto de estos hombres de altos kilates, pero las memorias están allí en el monumento a Los Malagones, en el centro de la comunidad El Moncada del municipio vueltabajero de Viñales, a disposición de quien quiera rendirles tributo y multiplicar las hazañas por ellos protagonizadas, de voz en voz y de corazón a corazón, y con ello materializar la máxima martiana de que: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.