A pocos metros de la cerca del estadio Ramón González Coro, se ubica la casa natal de José Manuel «Manolo» Cortina Martínez en Minas de Matahambre. Claro, hubo razones más contundentes que esa coincidencia geográfica para que la vida de este pinareño se relacionara con el béisbol.
Ambas familias, tanto la paterna como la materna, estuvieron ligadas a la fuerte pelota que se jugaba en Matahambre, generalmente los domingos, cuando este pueblo se paralizaba, y si el duelo era con el vecino Santa Lucía, era una rivalidad tremenda, con tintes de clásico local.
Los Martínez hicieron historia, tanto es así, que se esperaba por los abuelos, Tomás Martínez y Virginia para comenzar el partido y esto lo cuentan los que peinan canas. Del abuelo se dice que, además, poseía una fuerza descomunal y sus hijos Tomás, Nancio, José Manuel y Raúl eran jugadores.
El «Niño» Cortina, padre de «Manolo», también se desempeñó en ese béisbol y según Juanito Martínez de Osaba, era lanzador, jardinero, mánager; la hermana del «Niño», Esther «Teté» Cortina, era una apasionada y hasta los finales de su vida gozó y defendió la pelota revolucionaria, a tal punto, que hoy lleva su nombre una peña deportiva en Minas.
En ese ambiente atlético creció el avezado entrenador de pitcheo, quien es una especie de tanque pensante en esa difícil área del juego, pero que en muchas ocasiones ha sido marginado de puestos, decisiones, en fin, del béisbol provincial y nacional.
El jueves pasado presentó su texto Cortinazos, anécdotas de un apasionado del béisbol, de Ediciones Loynaz, en el Museo Provincial de Historia y ante una sala llena de familiares, amigos, periodistas, fanáticos, donde el erudito vueltabajero, a pesar de una enfermedad que le impide expresarse con claridad, dijo las motivaciones que le llevaron a debutar como escritor.
La ocasión resultó propicia para que se debatiera sobre las causas que alejaron a Cortina, como mejor se le conoce en el mundo de la pelota, a no integrar equipos Cuba, algo que, jocosamente, el propio protagonista ha definido como la «maldición de la chiva».
Lo cierto es que este sencillo, pero talentoso hombre, se ha ganado un sitio en la historia de la pelota cubana. Su contribución tras recuperar algunos de los casos más famosos de lesionados de la pelota cubana así lo merece.
El primero que me habló de Cortina como su «Mesías» fue Rogelio García Alonso, el ciclón de Las Ovas; precisamente, en el libro se hace un repaso de ese capítulo de su vida profesional, quizás el de mayor relevancia en sus trabajos de rehabilitación con serpentineros cubanos.
A través de un recuento biográfico, este texto muestra parte del devenir de la pelota revolucionaria en Pinar del Río. Por sus páginas pasan figuras consagradas como Emilio Salgado, José Joaquín Pando, Braudilio Vinent, Antonio Muñoz, Jesús Guerra o personalidades no tan ajenas al deporte por sus cargos importantes en materia de política como Orlando Lugo Fonte y Lucio Bencomo.
Cortinazos… deja moralejas por doquier, con la perspicacia y humor característicos del autor y, no solo en materia deportiva, aun-que es un libro dedi-cado al béisbol, sino también sus enseñanzas servirán para el día a día, porque de eso, Cortina tiene muchos conocimientos.
En materia de pitcheo, defiende, como siempre ha hecho, su tesis de que la recta es el mejor amigo del lanzador, en tanto critica el tenedor, aspecto sobre el cual ya me había comentado en otros momentos; así como se refiere a requerimientos técnicos necesarios para dominar sobre un box.
Las páginas del libro trasladan al lector común sucesos importantes dentro del juego, pero que, en su momento escapan a la vista y comprensión del simple aficionado, y creo que ese es el mayor mérito de Cortina, en esta su primera entrega, siempre, como él diría «con apego a la verdad».