En estos días, por teléfono, me decía un amigo: “No sé que voy a hacerme cuando vuelva a la normalidad, porque tengo toda mi realidad trastocada”. Lo pensé, y al rato agendé las nuevas prácticas adquiridas en este tiempo de confinamiento, convencida de que la incorporación a la dinámica pública nos va a llevar a readaptarnos a las presiones sociales, una vez que los tiempos y las demandas institucionales vuelvan a ocupar su lugar básico en la vida cotidiana.
Muchas personas hoy, dentro de su casa, tienen perdido el día de la semana, la fecha exacta, incluso la hora. Conozco a los que han configurado su esquema diario para levantarse al mediodía y acostarse de madrugada. Se dedican al cine o la lectura y construyen un microespacio individual detrás de las fachadas, que los enajena por completo del mundo que les circunda.
El hedonismo para algunos es fuente de disfrute, y para otros, se convierte en mecanismo de evasión a una realidad, impuesta por el coronavirus, que les produce ansiedad, preocupación y miedo. Entendido así, el ánimo no es de juzgar estas nuevas rutinas incorporadas, pero este trabajo surge para reivindicar una instancia de la psiquis que es preciso convocar en este periodo de ocio: la voluntad.
A diferencia de otras especies, los humanos tenemos voluntad y conciencia, es decir, la capacidad de organizar nuestros actos y poder dar cuenta de ellos, pero ambas requieren de una intencionalidad, y las encauzamos en función de nuestras necesidades y aspiraciones como seres que piensan, sienten y actúan.
Gracias a estas configuraciones del psiquismo humano, pudimos organizar esquemas de vida frente a una pandemia voraz que llegó para cambiar los ritmos de nuestros universos constituidos. Hemos gestionado la información para activar las alertas preventivas, tenemos temores, pero logramos dosificar el pánico.
Las actividades de la casa se han ajustado a los espacios y los convivientes, hemos sorteado las diferencias y las ansiedades se han podido controlar en el engranaje que deriva de la confianza en el gobierno y la disciplina, individual y familiar, frente a las orientaciones sanitarias.
Es el coronavirus un maleficio global, desdibuja las fronteras y homogeniza los estados de ánimo en todo el Planeta, pero bien sabemos que, a nosotros, se nos agrega el plusvalor de la resistencia ante la falta de recursos materiales, alternativa imperialista que, aunque ya demostrada su ineficacia por varias décadas, hace mayores mellas por estos días cuando, no debemos salir de casa y todos coexistimos de lunes a lunes, las 24 horas.
En un sitial tenemos los cubanos a los héroes de este episodio: médicos, personal de salud, trabajadores de servicios. Habrá momento para resaltar la disciplina del pueblo, su capacidad de discernimiento frente a la información manipuladora y su sensatez para defender la vida, propia y ajena, poniendo en pausa anhelos y sueños para sumarse a una batalla colosal, colectiva.
Las casas cubanas hoy son escuelas. Cada familia pendiente de las clases televisadas, de la reanudación del curso, de la tesis de grado que tocaba defender, de las pruebas de ingreso a la universidad. Las cocineras habituales han delegado su rol a otros y la cooperación refuerza afectos y sentidos comunes.
Al estar bajo las mismas circunstancias, todos entendemos el juego de las emociones. Compensamos los esfuerzos y si alguien cae, no faltará quién lo levante. No obstante, en medio del paisaje, momentos de desencuentros y aburrimientos, acompañados del deseo de volver a la normalidad, afloran con frecuencia, señal de que la vida es dinámica, de que somos distintos por naturaleza y de que en el espacio público también encontramos caudales de regocijo diario.
Este es momento de malcriar, sin egocentrismos, nuestra individualidad, darnos al placer de hacer lo que nos gusta, pero, entendiendo su cualidad temporal, no podemos aislarnos en el aislamiento. Hay que buscar el punto justo entre las satisfacciones personales y los proyectos colectivos de la familia, hay que acortar las distancias afectivas y llamar a quienes tenemos lejos. El chat de internet no puede restarle valor a la butaca junto al abuelo.
La pandemia dejará estragos importantes a su paso, pero tendremos que procurar que no nos lleve al desvinculo, a la enajenación. Los asuntos del mundo siguen siendo importantes, la gente del barrio con sus problemas, el incremento de casos, las altas, los fallecidos.
Un mecanismo de defensa imprescindible es la esperanza, la risa, cubrir nuestro tiempo con lo que nos haga felices, sin olvidar que una vida pública está esperándonos, llena de compromisos y proyectos. Es por ello, y ojalá lo provoque a dialogar con su criterio, que sería bueno no perder el ritmo, imponernos agendas productivas, adelantar trabajos, no malacostumbrarnos a horarios irregulares ajenos a nuestras dinámicas, evitando que el deseo de continuar se vea afectado por la pereza intelectual o física y tengamos que enfrentar otro proceso de adaptación, una vez que todo haya pasado.
Para este momento, no existen pautas o recetas, solo lecciones que estamos aprendiendo juntos. Cada cual reacciona en función del color de sus lentes para ver el mundo. A pesar de ello, un llamado parece presentársenos como verdad universal: en situaciones de crisis ponemos a prueba nuestros recursos y salir ileso es, además de con la vida, acumular cuánta experiencia nos pueda hacer mejores seres humanos.