Mientras la inequidad se hace cada vez mayor y más doloroso espacio en el tema de las vacunas anticovid y las naciones poderosas; paradójicamente, países que no se apuntan entre los más ricos resultan los más solidarios.
Por ejemplo, Venezuela y Cuba avanzan en la creación del Banco de Vacunas para la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos, según informó el presidente Nicolás Maduro, quien subrayó la necesidad de satisfacer las necesidades de medicamentos de las naciones de América Latina y el Caribe, ante la desigualdad en el acceso a esos insumos a nivel global.
Fue la XVIII Cumbre del ALBA-TCP, en diciembre último, el escenario que acogió ese proyecto, concebido para paliar el monopolio de unos pocos gobiernos en la adquisición de la mayoría de las dosis de vacunas para sus respectivos países.
Esos contrastes en la defensa de la vida, porque eso es lo que ofrece la vacuna anticovid, los ha ratificado en días recientes el propio director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, con una sentencia lapidaria: «el mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico y el precio de este fracaso será pagado con las vidas y los sustentos en los países más pobres».
Así sentenciaba la principal figura de la OMS a propósito de cómo se aprecia el empleo de las primeras vacunas: «A medida que las primeras vacunas comienzan a ser utilizadas, la promesa de un acceso equitativo se encuentra en grave riesgo», refirió.
Argumentó su comentario con cifras que son puñetazos en pleno rostro: Más de 39 millones de dosis de vacunas han sido administradas en unos 49 países con ingresos más altos, en tanto solo 25 dosis han llegado a un solo país de bajos ingresos.
Incluso dentro de las propias naciones más desarrolladas igual se ponen de manifiesto esas desigualdades y Estados Unidos es un exponente de tan lamentables contrastes.
En esa nación norteña, donde la democracia se ha astillado de una forma inédita este último mes, los ciudadanos afrodescendientes están vacunándose contra la Covid-19 en tasas dramáticamente más bajas que los norteamericanos de raza blanca.
Esa realidad es igual correspondiente con la cantidad de fallecidos a causa de la pandemia: afroamericanos e hispanos están muriendo casi tres veces más que los estadounidenses blancos, según análisis de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.
Tan evidentes se hacen ya las desigualdades en cuanto a las vacunas, que el Grupo de Puebla emitió el lunes último un comunicado dirigido a todos los gobiernos y llamando a mayores esfuerzos para que todos los habitantes del planeta reciban las dosis necesarias de la vacuna sin distinción económica, política, étnica o cultural.
“Como comunidad internacional debemos trabajar por el respeto irrestricto a los derechos humanos, y estar disponibles para enfrentar juntos los nuevos desafíos que nos presenta el complejo momento que vivimos frente al recrudecimiento de los contagios a nivel global”, indica dicho comunicado.
Con sobradas razones el canciller cubano alertaba sobre cómo apenas una decena de países han adquirido el 95% de las vacunas contra la Covid-19 que se han producido y al respecto interrogaba desde la red social Twitter: “¿Cómo podría garantizarse el acceso equitativo a la inmunización en las naciones del Sur? ¿Cómo asegurar la vacunación a los pobres y familias vulnerables? ¿Qué tiempo tomará esto?”.
Por el momento, se hace difícil responder a esas preguntas. Lo que sí ya es seguro y fácil de deducir es que al mundo le va haciendo falta también una vacuna cuyos anticuerpos eviten discriminar cuerpos de negros, cuerpos de pobres; una vacuna contra la inequidad.