Juan Carlos Bermejo Sánchez no estudió diseño, ni es mecánico, es un apasionado de las ciencias y por ello eligió la carrera de Medicina, a la cual se debe ya desde el año 1995. Está ligado su temperamento a ayudar, muy común en cualquier médico cubano, pero él, sin quedarse de brazos cruzados, vio la posibilidad de hacerlo desde la inventiva, quiso sacarle provecho a su conocimiento y hoy, orgulloso, materializa sus ideas y las ve convertidas en realidad.
PARA DEJAR A UN LADO LO OBSOLETO
En este momento, cerca de 20 pacientes disfrutan de la ingeniosidad de sus manos. Estas personas, luego de padecer por la fractura de su columna, son portadores de un diseño confeccionado por este neurocirujano del hospital provincial Abel Santamaría Cuadrado, de Pinar del Río, el cual consiste en un sistema de fijación interno, útil para realizar la sujeción de columna, realizado con material común de la cirugía convencional.
“Cuando la columna se fractura por determinada razón -dice- hay que fijarla, a través de una operación se le ponen hierros y pedacitos de huesos para que no se mueva y darle el chance a que suelde.
“El método más usado en Cuba, desde hace décadas, para poner inmóvil un segmento del cuerpo y consolidar una fractura, en este caso de las vértebras lumbares, o sea, las de la parte de debajo de la columna, ha sido mediante la utilización de alambres, los cuales pasan por el conducto donde se encuentra la médula y se adhieren a unas varillas con el objetivo de mantener el hueso sin movimiento”, explicó el especialista.
Pero justo por pasar por el mismo lugar donde está la médula, este método es desechado en el mundo entero por el riesgo de tocar una parte tan sensible del cuerpo, capaz de dejarnos inválidos, en su lugar asumieron los conocedores la alternativa de la fijación transpedicular interna por vía de tornillos, que también mantendría el hueso inmóvil hasta que ocurra una osificación o se consolide la fractura.
“Este tipo de fijación es lo que se usa en el mundo, pero aquí se reduce la posibilidad por las trabas que presenta nuestro país para adquirir en el extranjero elementos indispensables. A ello se le suma el costo de los utensilios en la mayoría de los lugares, por ejemplo, en Estados Unidos un solo tornillo vale 800 dólares y una fijación como mínimo llevaría cuatro y aunque existen países donde el precio es menor, la tendencia es a lo caro, la opción cubana es seguir con los alambres y la varilla”.
Sin embargo, cuando el doctor Juan Carlos materializó sus ideas sobre el diseño para exponerlas en un foro de ciencia y técnica, los tornillos utilizados costaron apenas 0.90 centavos.
DE NEURÓLOGO A MECÁNICO
De aquel imaginario esbozo en un papel ha pasado cerca de un quinquenio, tomó prestadas las teorías ya comprobadas mundialmente de fijar las vértebras a través de tornillos, presillas y barras, pero no con los elementos ni los materiales originales.
Se apoyó en algunos usados normalmente en cirugía ortopédica, pero que por su resistencia y tamaño servían para la columna, el inconveniente era el acero quirúrgico, al no ser las piezas de titanio como las de verdad, el paciente portador de la prótesis no podía hacerse en un futuro una resonancia magnética, pero si tenía en cuenta que el método realizado hoy en día en Cuba es con alambres y que con este tampoco pueden hacerse las resonancias, las ventajas de uno sobre otro, eran evidentes.
De ciertas situaciones mecánicas experimentadas con sistematicidad en su yip, dedujo algo que, no era, según él, muy extraordinario, pero “resolvería el problema de muchas personas con los mismos materiales que teníamos en el hospital”, apuntó.
“Lo novedoso era la presilla, las hice con láminas que vienen para operaciones del antebrazo, las cuales modifiqué con ayuda de torneros, necesitaba doblarlas, machucarlas, corregí cada detalle técnico hasta darle la forma que quería, buscaba fijación segura y lo logré”.
Con nociones de física o tal vez matemáticas pudo calcular el diámetro exacto para que cuando cerrara la presilla no se moviera, como hacía con su carro, incluso pensó que antes de jorobarla podría darle a la superficie una cualidad rugosa para que no resbalara, ideas a tener en cuenta en creaciones posteriores.
Pero desde la modestia que caracteriza a los médicos formados en esta tierra, nunca asume él solo esta innovación, considera que apenas se atemperó a las necesidades y buscó alternativas ante la crisis y que entre todo un grupo de expertos contribuyeron a hacer más placentera la vida de la gente, “yo solo tengo un mérito y es que colocaron lo que yo hice, pero fueron ellos los que lo pusieron en práctica”.
Es entonces cuando hizo alusión al personal de su servicio en el hospital como parte del resultado final de su inventiva, específicamente a una doctora con experiencia en este tipo de operaciones y un residente que hoy ya es especialista, ambos fueron los responsables también de los sueños del doctor Juan Carlos.
Él sigue allí, sin entrar a un salón a operar la columna, pues no es quizás su desempeño más común, como confesó, pero sin dejar de aportar su granito de arena para quienes necesiten de más prótesis como esta, por tanto, le resulta más que satisfactorio saber que la solución partió de sus manos, como quien participa de una creación divina.