En virtud de la actual situación epidemiológica, el proyecto sociocultural comunitario CREARTEconvoca a todos los interesados a integrarse a sus talleres de creación infantil, ahora desde las casas, un espacio ideal para multiplicar el valor de las artes en un ambiente de amor y afectividad familiar.
Aunque la temática de las obras puede ser libre y de inspiración personal, cada semana, bajo la guía de los instructores Néstor Montes de Oca y Odeibys Gato se seleccionará un tema específico para estimular el pensamiento artístico- creativo de los talleristas, su imaginación y originalidad. Como parte de esta acción didáctica, en cada caso se publicará un texto literario afín. En esta ocasión, se ha escogido El duende pintor, una bella historia de la reconocida escritora pinareña Nersys Felipe, la cual anexamos a continuación.
Para la elaboración de las obras, se podrá utilizar cualquier formato de hoja o cartulina, técnica y soporte, según la modalidad deseada: individual o colectiva (en caso de incluir la participación de varios miembros de la familia).
Los dibujos deben cumplir con los parámetros básicos de calidad estética por los que se rigen los talleres de CREARTE: originalidad, composición, limpieza, contraste, textura. Los mismos podrán ser enviados en formato digital al whatsapp: +5354510064, Facebook: Crearte Pinar o a la dirección electrónica proyectocrearte.pinar@gmail.com con los datos del autor (es): nombre y apellidos, edad, dirección particular, teléfono y modalidad. De no disponer de los recursos, podrían ser entregadas en original, en la biblioteca provincial Ramón González Coro (sede permanente del proyecto) los jueves o viernes de cada semana, entre 9:00 a.m. y 12 m. (entrada por la Sala Juvenil, avenida Rafael Ferro).
Durante los fines de semana los instructores valorarán las obras enviadas y cada lunes darán a conocer sus criterios acerca de la calidad de las piezas y cuáles de ellas fueron seleccionadas para ser publicadas durante toda la semana en las diferentes páginas web y medios de comunicación que coauspician nuestra iniciativa.
El duende pintor
Nersys Felipe
En un soplo de brisa vivía un duende pintor, anaranjado y verde como una zanahoria. Pero nadie sabía de sus cuadros, por lo chiquirriticos que eran.
–Pintor sin público es lluvia perdida, sin tierra en qué caer.
Así se dijo un día, con su vocecita de óleo azucarado, dispuesto a mudarse para el primer niño que pasara, porque le encantaban los niños.
El primero pasó a mil en su carriola de palo; el segundo, volando en un solo patín; el tercero, chillando con tremenda perreta, y al duende le molestaban las perretas.
El cuarto iba silbando, y su camisa, manchada de catorce colores, le recordó su paleta de pintor. Por eso se mudó a su orejita izquierda (la que más le sabe al corazón), y allí soltó, anaranjado, su amor por el color; y aquel cosquilleo tintineante que le hacía asombrarse de cuanto veía —una pizca de polen, un tin de rocío, un brillo de sol— para luego, al pintarlo, convertirlo en algo nuevo y mágico.
Eso hizo, solo eso, y el niño se detuvo, dejó de silbar y sonrió. Chispearon en sus ojos luces verdes y naranjas, cosquillas tintineantes le alborotaron el corazón y se asombró de lo que siempre había visto como si lo estuviera viendo por primera vez.
Una vocecita de óleo azucarado le pidió: —¡Pinta, pinta! — y con su acuarela de catorce colores, la que le habían regalado y acababa de probar manchándose al hacerlo la camisa, pintó un cuadro gigante sobre el cemento del parque, en el que las cosas de todos los días se veían nuevas, se sentían mágicas.
Porque eran las nubes, pájaros y después eran helados; y se venían abajo los helados vueltos ríos. Porque el triciclo tenía las tres ruedas de arcoíris; y el arcoíris del cielo, estirado como un tren corría entre los ríos cargándose de ranitas, que embarradas de fresa, chocolate y vainilla acababan bailando rock and roll en una pista de agua efervescente.
Y saltaron surtidores, de los surtidores salpicas, de las salpicas estrellas y de las estrellas flores; las ranitas inventaron loquísimas cabriolas y los globitos del agua estallaron en fuegos de artificio.
La gente, boquiabierta ante tantas maravillas pintadas, no hacía más que celebrarlas, felicitando al niño pintor, que, manchado de acuarela de los pies a la cabeza, decía que más nunca, por nada de este mundo, dejaría de pintar.
El duende, en la orejita, hacía suyos los elogios, dichoso de tener al fin su público.
Lo tuvo hasta la lluvia, la que llegó con viento que arrastró el cuadro parque abajo, llevándose muy lejos, por el caucecito de asfalto entre la acera y la calle, los catorce colores de sus maravillas.
El duende regresó a su soplo de brisa. Y aunque siguió pintando, nadie supo de sus cuadros, por lo chiquirriticos que eran.
Ni siquiera de aquel en el que se pintó a sí mismo, anaranjado y verde como una zanahoria, entre pizcas de polen y hamacándose en un brillo de sol, mientras se iba mirando en una gota de rocío.
Y tan bien le quedó, tanto le gustó verlo terminado, que saltó crecido el óleo azucarado de su vocecita:
—¡Mañana me mudo para otro niño! ¡O para una niña! ¡Mañana mismo!