No había entrado al cementerio desde el mes de julio de 2020, hacía dos años de enterrar a varios familiares que infelizmente pasaron al mundo del silencio. Dos primos, dos tíos y un cuñado fueron los infortunados, ninguno por COVID-19. No obstante, esto permitió un encuentro con familiares que solo se ven cuando hay desgracia, pues la sangre llama al cumplido desde los tiempos ancestrales hasta nuestros días.
El caso más doloroso fue el de la joven prima, quien pereció en un fatal accidente en la Autopista. El esposo no encontraba el consuelo ni la resignación al abrazar la fría bóveda humedecida con su llanto, porque de sus ojos brotaban ríos de amargura.
Mientras, algunos de los dolientes se discurrían a visitar las tumbas de otros familiares para aliviar el dolor reprimido durante este tiempo, pues las visitas estaban limitadas por los dos años de pandemia que han desolado muchos corazones.
Esta enfermedad ha sido terrible para el mundo, ha dejado huellas de tristeza en numerosas personas; secuelas a los que la han padecido y todavía sufrimos de lamentos psicológicos por los que discurrimos.
La variante genética Ómicron de la COVID-19 nos tiene en jaque, pues es extremadamente contagiosa aunque menos complicada hasta para los que tienen comorbilidades, pues las vacunas y el refuerzo creados por científicos cubanos muestran su efectividad.
Han disminuido los decesos por la pandemia en todo el territorio, aunque se ve un aumento de casos por esta variante en un sinnúmero de países. Las formas graves de Alfa, Gamma, Beta y Delta siguen bajo supervisión, aunque se están transmitiendo a niveles mucho más bajos.
Esta dolencia respiratoria grave surgió en la ciudad de Wuhan, China, y se logró el aislamiento del virus SARS-CoV-2 el siete de enero de 2020. La enfermedad evolucionó con una agresividad y expansión inusual en el mundo y fue declarada por la Organización Mundial de la Salud como pandemia el 30 de enero, por lo que ya se cumplirán dos años.
La variante Delta Plus en el año que concluyó tuvo una mutación en la proteína de espiga que el virus utiliza para entrar en las células humanas e hizo estragos entre amigos y conocidos.
Asombrado se quedaba uno en cada noticia impactante de muerte impensada. Hasta que la realidad dio la connotación de la seriedad con que había que asumir los hechos y las medidas sanitarias implementadas.
En mi centro de trabajo nos aislamos de inmediato pero no dejamos de laborar ni de practicar la solidaridad. El director desde el inicio de la pandemia aplicó las medidas correspondientes para preservar la salud de todos; no obstante, por un contacto que hubo en una familia de un trabajador se vio precisado a estar una semana aislado con otros colegas sin salir del centro para que no dejara de editarse el periódico semanario.
También asumió cargar el ataúd del padre de un compañero que falleció con la enfermedad, al igual que otros colegas que lo hicimos con otro familiar, con susto y cumpliendo las medidas sanitarias porque sabíamos la reacción en cadena que se desataría en caso de contagios y las consecuencias que traería.
Esta vez la solidaridad fue reclamante, otra vez estuve en el camposanto a depositar en el sepulcro al familiar de un amigo mientras él desgarraba sentimientos de amargura en una sala de ingreso con el espantoso padecimiento.