A Alain lo conozco como el muchacho que vive en el edificio de al lado, estudiante de Medicina de sexto año. Hemos cruzado pocas palabras, un “hola, qué tal” cuando coincidimos en el barrio, pero me ha bastado para darme cuenta de su carácter afable y noble.
Es de andar rápido y ligero, alto, de constitución delgada y ejercitada en el gimnasio, pues como futuro profesional de la salud, conoce los beneficios de las actividades físicas para la mente y el cuerpo.
Siempre lo veo de aquí para allá. Si le preguntaran, estoy segura de que pediría más horas para su día, y es que no sé cómo se las ingenia para hacer tanto. Su carrera es una de las más exigentes en cuanto a tiempo y dedicación y aun se las arregla para colaborar con su abuela, con quien vive, en las responsabilidades hogareñas, practicar deportes (siempre y cuando las condiciones epidemiológicas lo permiten) y compartir momentos con su novia y amigos.
Y por estos días suma a su ajetreada rutina una nueva actividad, una que quizás muchos no asocien con un joven de la ciudad y que además cursa el último curso para poder ejercer una de las profesiones más sacrificadas y nobles: salvar vidas.
Quien lo mire no verá en él al típico campesino, de facciones endurecidas por los efectos del sol, robusto, con botas revestidas por el barro y camisa de caqui. Son muchas las veces en las que los estereotipos o las ideas preconcebidas nos hacen juzgar a la ligera. Y en este caso nadie imaginaría a este joven de ciudad, en contacto directo con la tierra, cortando marabú y malas hierbas para convertir un terreno baldío en un espacio productivo.
Cultivar nuestro pedacito
Desde hace alrededor de tres meses Alain combina su uniforme de Medicina, con ropas más gastadas que usa al terminar el horario de clases. Se le puede ver cada día enfrentándose a la dura faena de labrar la tierra, aunque para muchos parezca nada complicado.
“Tomé la iniciativa porque me gusta realizar las cosas por mí mismo, disfrutar el fruto de mi trabajo. Además es una manera de contribuir a la producción de alimentos, todos podemos aportar nuestro granito de arena y ayudar a la comunidad”.
Él no tiene experiencia, pero sí mucho empeño y deseos de hacer, por ello investigó previamente para no terminar arando en el mar por falta de conocimientos. Muchos sustentan la falsa creencia de que para este oficio no son necesarios los estudios, nada más alejado de la verdad.
En Cuba contamos con el Instituto de Investigaciones Fundamentales en la Agricultura Tropical «Alejandro Humboldt», cuya misión consiste en contribuir al fortalecimiento y desarrollo sustentable de la agricultura y a la conservación y control de los recursos fitogenéticos y de microorganismos, mediante la gestión de conocimientos, productos y servicios científico-técnicos sobre bases agroecológicas, con énfasis en la Agricultura Urbana y Suburbana.
Igualmente, el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel ha enfatizado en la importancia de pasar de la insatisfacción de que la ciencia “se engaveta” a la verdadera innovación y acudir a la investigación científica para resolver las principales problemáticas y así lograr que haya muchos productores eficientes, cuyo trabajo se demuestre en lo que consume el pueblo; según refiere el sitio digital Cubadebate.
“Primero me preparé para no lanzarme sin saber y pregunté a tíos míos que sí tenían experiencia. Ellos me fueron orientando al respecto, sobre lo que se podía sembrar y en qué tiempo, como debían ser los cuidados, y la importancia de establecer el control biológico”.
En un reducido espacio de apenas 1300 m2, aproximadamente, Alain Piñeiro Falcón tiene sembrado cilantro, tomate, plátano, habichuela, zanahoria, lechuga, yuca, boniato, maíz y girasoles, estos dos últimos para control biológico. Y como joven emprendedor no se pone límites a sus sueños, por lo que ya está pensando en ampliar variedades y sembrar cebolla, ajo, pimiento y realizar la rotación de cultivos para no dañar el terreno.
Medicina y agricultura, dos mundos diferentes y un mismo camino
Juan Carlos Roque Moreno se graduó de doctor en Medicina en la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana. Quizás por esa referencia no tengas ideas de quién se trata, pero si te recuerdo al galeno de Suite Habana que en sus ratos libres trabajaba como payaso, o a “Bobby”, el profesional eficiente de mediana edad, pero alcohólico y violento; enseguida te darás cuenta de quién es.
Él demostró que no siempre tenemos que trazarnos un único camino, que podemos multiplicarnos, metamorfosearnos y encontrar nuevos “yo”, en esa búsqueda incesante e interminable del ser humano por descubrir quién es.
A sus 23 años Alain también lo demuestra, en otro escenario y con intereses diferentes. En medio de las rotaciones por las diferentes especialidades, como le corresponde a cada estudiante en último año de Medicina, encontró una nueva fuente de satisfacción, aunque en su caso no se decantará por una u otra profesión. Disfruta cuidar y atender pacientes y luego a la tarde, reconectar con la naturaleza a través de sus sembrados.
“Disponer de tiempo se me hace muy difícil pero mi vecino que estudia en cuarto año también me ayuda. Cuando regreso de la escuela me pongo a regar. Con el apoyo de mis primos logramos cercar el terreno cargando palos de distancias lejanas, la familia ha sido un apoyo importante, sin ella no hubiera podido. El fin de semana después de estudiar trabajamos un poco en la siembra y recogida de los cultivos. Cuando nos proponemos metas y luchamos por ellas, encontramos el tiempo para todo”.
Esta es su primera vez vinculado a las labores agrícolas, aunque en su sangre lleva el vínculo con la tierra. Sus abuelos, padres y tíos nacieron en el campo y muchos de ellos cultivan gran cantidad de frutas y hortalizas. Esa ha sido una de las principales motivaciones que condujeron a este futuro médico por el camino del surco y el oficio de labrar la tierra.
Para Cuba es prioridad alcanzar la soberanía alimentaria y el gobierno avanza hacia el cumplimiento del Objetivo 2 de la Agenda 2030, el cual se refiere a la necesidad de “poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”.
Iniciativas como la de Alain se reproducen a lo largo de toda la isla, como una manera de mantener vivo el movimiento de la Agricultura Familiar, surgida desde 1987. Él convida a los jóvenes a vincularse a esta tradición de producir alimentos en pequeñas áreas para beneficiar la familia y contribuir a la economía del país.
“Los exhorto a que en su tiempo libre se asesoren e informen sobre los cultivos, las técnicas de sembrado y practiquen la agricultura pues esta es una labor muy bella, satisfactoria y necesaria en estos tiempos, además con muy poco se puede obtener mucho”.
Y cuando vemos a un muchacho dirigirse por la vida con pasos tan seguros, podemos tener confianza en que no todo está perdido. Para este futuro cardiólogo, que escogió la profesión motivado por la satisfacción de poder diagnosticar una dolencia, curar un padecimiento o incluso salvar una vida; la sencillez le permite admirar también un oficio, aparentemente sencillo, pero del cual depende la alimentación de las personas
“Sé que me hará mejor persona. Aprendí a valorar la importancia de trabajar y producir por mí mismo, así como el esfuerzo de muchos que entregan su vida en el campo”.