No nació en Pinar del Río, tampoco creció por estos lares ni fueron los encantos de alguna veguera los lazos que lo ataron a una tierra que lo hizo hijo suyo, -a despecho de la geografía y vínculos genéticos- porque el amor filial no solo emerge tras la preñez o a sabiendas de consanguinidad, sino que nace por la proximidad física y la empatía que se genera entre las personas, y Julio Camacho Aguilera supo conquistar el corazón de los pinareños.
Afable, caballeroso y gentil, el comandante del Ejército Rebelde y su abanderada, Gina (Georgina Leyva Pagán), están indisolublemente ligados en el pensamiento de los lugareños a una época de transformación económica y social en el territorio, pues muchas de las obras que hoy son fuente de orgullo local se erigieron bajo su conducción.
Cuando llegó acá, ya tenía ligaduras afectivas con esta tierra, así lo reconoció en declaraciones ofrecidas el pasado 16 de enero: «Yo admiraba a los pinareños, cuando fuimos prisioneros y torturados, perdí la locomoción, perdí la piel, guardo la camisa de un pinareño que fue el que me cuidó y no olvido su nombre, se llamó César Álvarez, prisionero, torturado igual de nosotros, ¡qué gente tan valiente!, que no pudieron arrancarle nada”.
Ese día, a pocos de cumplir 100 años, se definió a sí mismo como un hombre de presente, evocó que le gustaba escuchar los cuentos de sus abuelos y que creía haber nacido tarde, porque no vivió la epopeya mambisa, “¡qué ignorante!, mi generación, la del centenario, alcanzó los viejos anhelos… y los sueños de la juventud de hoy serán la realidad de mañana, yo vivo contento de nuestra juventud, es heroica también, y hoy corresponde identificar lo que haya que rectificar y luchar como Raúl nos pidió unidad, unidad, y unidad”.
Reconoció que la batalla económica era la contienda primordial, “y mejor que no estamos tirando tiros”, también se refirió a su cruzada personal: “Ustedes han de comprender lo que es un pensamiento de 40 años en un cuerpo que solo le faltan 40 días para llegar a los 100. No hay una relación que pueda satisfacer entre el pensamiento y el cuerpo. Esa es una lucha permanente, individual”.
Para los residentes en estos lares fue siempre un privilegio contar con Camacho y con Gina. Recibirlos, prestigiaba cualquier evento o encuentro. Y era evidencia de que se transformaría en excepcional el momento, porque sus certeras palabras siempre iban cargadas de magisterio.
Los pinareños les profesamos un cariño familiar, un afecto que se forjó a lo largo de décadas y que sobrevive al hombre, ese que también nos amó de forma especial: “Pinar me aceptó como un hijo más, yo soy el que vive agradecido del pueblo de Pinar del Río”.
Y seguirá de mil maneras entre los pobladores del occidente de Cuba, honrados de formar parte de su legendaria historia.