Al mediodía del 27 de septiembre Juan Antonio Varona se disponía, en medio del viento y la lluvia, a asegurar el techo de la cocina de su vivienda. El sonido del teléfono interrumpió su ajetreo, y del otro lado de la línea le informaban su nueva misión:
“Tenemos que salir pa’ Pinar del Río, me dijo el jefe de Agrupación, imagínate, la ventolera estaba en su punto y las tejas se corrían. Mi esposa dejó el plato de almuerzo al instante. Cuando se calmó un poco la lluvia aseguré el techo y me preparé para salir”, rememora este hombre que lleva 34 años trabajando en las comunicaciones.
Junto a otros siete compañeros integra una de las dos brigadas de línea de Etecsa que llegaron desde La Habana en la madrugada del 28 de septiembre, y sin bajar los maletines del carro comenzaron a apoyar en las labores de recuperación de la infraestructura telefónica.
Conversamos mientras reponen algunos de los postes que destruyó Ian a su paso. Su misión es levantar las líneas, acomodarlas para que luego las brigadas de cable terminen de resarcir el daño en las redes.
“Pertenecemos al departamento de Desarrollo. Empezamos en la carretera Luis Lazo, luego fuimos para La Coloma, levantamos todo el poblado y ahora nos toca aquí, en la carretera a San Juan. Había tenido alguna experiencia cuando el tornado en La Habana, pero así nunca”, cuenta Alejandro González, el más joven de la tropa.
Manuel Ruyol Serrate es el más experimentado del grupo. Se resiste a que lo llamen veterano por el tiempo que lleva en estas labores. Él es el jefe de Agrupación y bajo su mando están las dos brigadas de línea y dos de cable que vinieron de la capital.
“¿Qué cuántos años llevo?, 51, imagínate que empecé con 17 o 18 años y he hecho casi de todo en las comunicaciones. Casi siempre nos mandan a buscar cuando hay este tipo de eventos, pero normalmente trabajamos fuera de la casa.
“Estas brigadas funcionan a nivel nacional porque pertenecen al grupo de Inversiones, están adaptados a estar lejos de la familia y a todo tipo de vicisitudes”.
El trabajo de la brigada fluye cual maquinaria de un reloj. Cada cual sabe su función, pero al mismo tiempo no escatiman en arrancar las motosierras y cortar los árboles que impiden el trabajo.
Desde la comunidad le agradecen el apoyo y se crea un vínculo cálido, familiar. Con su aporte se transforma poco a poco la cara de la ciudad, de sus alrededores, de su gente, entonces comprendemos que la satisfacción es mutua cuando Juan Antonio espeta:
“Somos cubanos, y el corazón es de todos”.