No fue hasta el año 2011 que Yariel Pérez Gallardo supo lo que era tomar agua fría y vivir con luz eléctrica. Después de pasar toda su niñez y parte de su juventud a siete kilómetros de la carretera en San Andrés de Caiguanabo, se aplatanó en Consolación del Sur municipio de Pinar del Río, y luego de varios años de sacrificio hoy muestra el resultado de tanto sudor.
“Vine con mi hijo varón, que tenía siete años cuando aquello. Esto era un casucho y dormíamos los dos en una cama personal, hasta que pudimos conseguir un colchoncito. Fue difícil. Todos los días lo llevaba a la escuela en bicicleta, le preparaba el almuerzo, y a la par tenía que poner a producir la tierra.
“No teníamos nada. Me prestaron una neverita y una lavadora rusa. Solo con eso escapábamos. Lo que ves aquí ahora ha sido a pulmón, poco a poco, y sin pedir crédito nunca”.
Así rememora Yariel los primeros años que pasó en la finca. Hoy aquel casucho se ha convertido en una casa confortable con una hermosa familia que lo acompaña, y más de 15 hectáreas de tierra que, a pesar de no ser fértiles, reafirman la máxima martiana de que mucho se puede lograr si el hombre sirve.
“Estas tierras son malas, lo que nace aquí es casi a la fuerza, me refiero a que lo he conseguido a base de gallinaza, materia orgánica, vena de tabaco, o sea, inventando. Tengo 15 hectáreas en explotación y me quedan tres por desmontar que las voy a dedicar al mango”.
Cultivos varios y frutales son las principales producciones de este campesino, asociado a la CCS Pascual Martí de Consolación del Sur. Guayaba, fruta bomba y maíz cubren en estos meses parte de la finca, y aunque tiene muy claro el destino de su cosecha, la implementación de las 63 medidas le da la posibilidad de gestionar su comercialización.
“El destino es para donde haga falta, con eso no tengo problema. Siempre trato de hacer buenos acuerdos con los precios. Ahora como productor independiente puedo contratar directo con la industria y con la Empresa de Tabaco.
“Mi plato fuerte es La Conchita, porque además de la guayaba siembro tomate, y una parte la entregó a ellos. En el caso de la fruta bomba le vendo buena parte a los centros de Salud del municipio y el maíz ya lo tengo contratado tierno, a un precio de siete pesos la mazorca”, explica.
A pesar de las escasas propiedades del suelo también incursiona en la soya, que intercala en el área de la guayaba.
“Un amigo me trajo para probar, y a 16 libras le cogí 13 quintales. Ahora en junio, que es el tiempo óptimo para ella, quiero sembrar de nuevo. Una cantidad de aquella producción la destiné a los cerdos que crío para el consumo y la otra la guardé para semilla”.
Con solo tres trabajadores, casi en la edad del retiro, y que viajan diariamente desde Alonso de Rojas, mantiene Yariel la finca. La fuerza de trabajo y el hurto y sacrificio de ganado son los escollos principales que tiene que sortear.
“Los jóvenes no quieren trabajar a ningún precio. Lo otro es que hay que pasarse la noche despierto. Ya me llevaron un caballo y me mataron la yunta de buey. Tengo un tractor, pero ahora la situación con el combustible está difícil”.
A pesar de los obstáculos, asegura que su motivación es seguir afanándose e insertarse en proyectos que surjan para desarrollar la agricultura local: “Lo que haga falta, lo que haya que hacer”.
SIN DEJAR TIERRAS OCIOSAS
Hace poco tiempo que Carlos Valdés González se dedica de lleno a la agricultura. Con un productor vecino laboró durante dos campañas de tabaco, y un buen día le instaron a contratar unas tierras que como él mismo dice eran de aroma firme.
Por sus propios medios buscó la maquinaria y desmontó el terreno que una vez fungió como los llamados potreros de Obeso. Ahora, las tres caballerías lucen cultivos de maíz, boniato, calabaza, melón; ya prepara para el plátano y la yuca.
“Todo lo tengo cercado, y lo trabajo por cuartones, además de los cultivos varios tengo ganado y hago carbón”, cuenta Carlos, quien pertenece a la cooperativa Pelayo Cuervo y prepara todo el terreno con tracción animal.
A diferencia de las tierras de Yariel, las áreas que explota Carlos son muy fértiles y llevaban muchos años de descanso. A sus sembrados no le ha aplicado ningún abono y la naturaleza lo ha favorecido con el golpe de agua que necesitan, porque apenas ha podido regar.
“No tengo corriente para poder sacar el agua del pozo y de las lagunas que hice, a pesar de que estoy solo a medio kilómetro del poste más cercano y dispongo de todos los materiales: postes, cables, perchas… solo falta la instalación por parte de la Empresa Eléctrica.
“La situación que tenemos hoy es tremenda, pero ¿qué puede ser más difícil: poner 500 metros de electricidad o desmontar tres caballerías de tierra para sembrar y darle comida al pueblo? Dicen que donde nace la hierba de guinea, la tierra es fértil. Aquí se pueden hacer grandes cosas, si tuviera agua, podría conseguir mucho más”.
Carlos levantó una casita de madera en medio de la finca, y asegura que en cuanto disponga de electricidad se muda definitivamente, pues es indispensable quedarse a cuidar lo que con tanto sacrificio se gana.
Hombres como Yariel y Carlos son de los que se pegan a la tierra a pesar de las dificultades y mantienen la motivación de crecer a fuerza de sacrificio y voluntad.