La historia de Cuba, nuestra historia, ha estado siempre plagada de grandes hombres que sin dudar o dar paso atrás, han ofrecido sus vidas a cambio de la seguridad y el bienestar ciudadano.
Para ellos, no hay mayor satisfacción o recompensa que saberse útiles cuando el deber llama, y regresar victoriosos a los brazos familiares con la satisfacción del deber cumplido.
Estos héroes, aunque por sus modestias y principios rechacen tal título, son los continuadores de la fiereza y el arrojo de Mariana, la valentía de los Maceo, el carácter de Martí y la braveza de Fidel.
Yadián Álvarez Garrido es uno de ellos, que sin querer serlo o saberlo, ha dejado ya, a su corta edad, su nombre plasmado en la historia de esta nación.
Residente en el consejo popular de Pilotos, en el municipio de Consolación del Sur, y trabajador de la base aérea de San Antonio de los Baños, Yadián funge como primer suboficial y técnico de vuelo, un sueño de toda una vida, según asegura. Una aventura que ya se concreta con más de 11 años de carrera sólida, probada en disímiles escenarios.
Hoy con infinitas misiones de peso en su mente y en su cuerpo, este joven consolareño narra las experiencias vividas en el sofocamiento del incendio de grandes proporciones en la base de súper tanqueros en la provincia de Matanzas el pasado cinco de agosto.
LA DECISIÓN… LA DISPOSICIÓN
“Desde el primer momento nosotros estábamos informados del evento, y siguiéndolo muy de cerca. Estábamos a la espera que nos llamaran en cualquier momento.
“Con muchas ganas de ayudar y de servir a la Patria, y de hacer lo que mejor sabemos y para lo que hemos sido entrenados, salimos para allá el lunes ocho bien temprano en la madrugada.
“Sabíamos bien a lo que nos íbamos a enfrentar, pero tengo que ser sincero y decir que no fue lo mismo ver y sentir el siniestro en la piel. Jamás había estado en una catástrofe de ese tipo, ni yo ni mis compañeros”.
Pero para Yadián, el deseo de asistir y de sentirse útil era más fuerte que el propio miedo o la posibilidad de una desgracia.
Según cuenta, las ganas de combatir el incendio lo eran todo, y el paso al frente era solo una frase manida en aquel momento. No había tiempo que perder, por lo que comenzar las maniobras de preparación combativa y tener cada equipo y técnica listos era primordial.
“Nosotros nos preparamos para esto, entrenamos para esto. Es nuestro trabajo y no hay lugar para absurdos o pensamientos inútiles y desalentadores. En momentos como ese solo hay lugar para un pensamiento: Sí, vamos a salir y vamos a vencer”.
LA VORACIDAD DEL FUEGO
“Mi función en ese siniestro era velar desde la cabina trasera del helicóptero el comportamiento de la carga. Nosotros llevábamos una bolsa de agua llamada Bambi bucket o helibalde colgada mediante un cable de acero en el exterior de la aeronave.
“Yo, desde mi posición horizontal, con casi la mitad del cuerpo fuera de la nave, vengo siendo algo así como la mano derecha del piloto en este tipo de operaciones, pues a él le es muy difícil controlar esta bolsa. Mi tarea es indicarle sobre la velocidad, la altura y otros parámetros, además de saber y tener a mi cuidado el momento exacto para la liberación de la carga”.
Según narra, en cada lance se acarreaban alrededor de 2 500 litros de agua, con un peso aproximado de 2,5 toneladas, cifra esta muy cercana al límite permitido para un helicóptero.
Constantemente, asegura, todo el equipo se prepara para misiones extremas que puedan surgir en la naturaleza, por acción directa del hombre o para enfrentar otras situaciones de desastres naturales.
No obstante, comenta, esta última misión fue sumamente dura.
“Nuestra jornada comenzaba sobre las seis de la mañana y tras las verificaciones médicas y desayunos correspondientes, íbamos para los medios a chequearlos y a esperar las órdenes de listos para la misión.
“Una vez que los compañeros de Meteorología y otros especialistas nos aseguraban que no había riesgo para la aviación, comenzábamos entonces las maniobras de extinción en forma de carrusel. Nosotros volábamos cerca de dos horas y media diariamente y dejábamos caer hasta 30 cargas de agua. Era agotador, pero tratábamos de ir más allá del extra, porque Matanzas, su pueblo y el país lo necesitaban.
“Para la extinción de incendios, asegura Yadián, la altura debe de ser sobre los 30 metros, pero allí las circunstancias no lo permitían, por lo que se hacía necesario volar a la altura que el terreno, las condiciones y el tiempo permitieran. Las llamaradas en ocasiones superaban los 60 y hasta los 100 metros de altura.
“Fue un sacrificio tremendo. El vapor en el helicóptero se sentía muy fuerte, tenebroso. Era imposible no sentir el vapor, por momentos pensabas que la cara se te iba a quemar”.
EL APOYO DE LA FAMILIA
“Estuve en el Hotel Saratoga, en las Minas de Matahambre hace alrededor de tres meses extinguiendo aquel fuego; estuve transportando oxígeno durante la etapa compleja de la COVID-19 en Pinar del Río y Santiago de Cuba bajo mucha presión.
“He tenido la posibilidad de acumular experiencias en varias misiones difíciles y de impacto como las anteriores y otras, pero esta de Matanzas fue la más peligrosa y emocionante la vez.
“Tengo dos niños pequeños, a mi mamá y al resto de mi familia siempre pendientes de cada paso que doy. Y también pienso en ellos cada vez que salgo a enfrentar algún peligro, pero es tanta la preocupación de cumplir con la misión y llevar a cabo satisfactoriamente la tarea para la que estamos entrenados, que el miedo se queda atrás”.
Según explica, muchas veces pensó en no comunicarle nada a su familia por el grado de riesgo que implicaba la extinción del incendio que estaba acometiendo, pero en el fondo, más tarde o más temprano, sabía que tenía que decirles.
“Ellos necesitaban saberlo de mi antes que se enteraran por otras fuentes. Yo sabía que estaban atemorizados, pero que sin importar lo demás me iban a apoyar como siempre lo han hecho.
“No me considero un héroe, pues en esta Revolución han existido personas que han dejado esa palabra en lugares cimeros, muy altos y han calado hondo sus huellas en la Patria con hazañas mucho más valerosas que nosotros, así que no lo creo. “Solo deseo ser para el pueblo un ser humano que presta su vida y su profesión para lo que se necesite. Hoy estar en la fuerza aérea es un sueño cumplido y es mi forma de decir y de apoyar a la Revolución y a mi país en todo lo que haga falta”.