Un hombre que trabaje es un hombre digno, sobre todo, si su principal virtud es la laboriosidad, entonces se convierte en héroe. Ese pensamiento se hizo concreto cuando conversamos con Adolys Martínez Martínez.
Este oriental pinareño, que vino de visita a esta tierra y se quedó, nos recordó al personaje del cuento Francisca y la muerte, de Onelio Jorge Cardoso, aquella anciana a la que la muerte no encontró, porque siempre andaba de un lugar a otro, y de faena en faena.
Fue un compañero de su colectivo quien nos habló de Adolys, nos dijo que era el jefe de la brigada de mantenimiento, pero que nunca lo había visto sentado en los bancos de los pasillos de la escuela de arte Pedro Raúl Sánchez, donde laboran.
«Siempre está trabajando, de una cosa en otra: lo mismo chapea, que está en la turbina, recoge las áreas verdes o que ayuda en la cocina, o sea, constantemente en algo útil para los demás».
Con esa referencia lo conocimos y fuimos en su búsqueda. Lo encontramos machete en mano, sudado todo. Bajo el sol de una de esas mañanas de noviembre, estaba en plena faena, fajado con un hierbazal que cedía ante el empuje de este veterano acostumbrado a lo difícil.
A sus 58 años tiene historias que contar. Supimos que pasó mucho trabajo en su niñez, tanto, que a los 16 años tuvo que dejar los estudios para ayudar a su padre, quien laboraba en el beneficio del café, para mantener a la familia.
«Éramos tres varones y una hembra, la vieja perdió como seis, porque tenía problemas con la leche, a nosotros nos criaron con la de chiva».
Ese mismo viejo, Rafael, su progenitor, fue el que le enseñó a no temerle a ningún quehacer por duro que fuera, por eso hoy cumple con su faena, pero también chapea patios particulares para ganar el sustento. La vida está dura y Adolys lo sabe.
Por un tiempo hizo guardia nocturna y ganaba buen dinero, pero piensa que eso no se paga con nada, tampoco tenía descanso.
“El espíritu de trabajo trato de transmitirlo a mis hijos, sobre todo al único varón que tengo. Mis viejos me enseñaron y yo se lo paso, no me gustaría que me den quejas o que me digan: ‘tu hijo metió la mano”’.
Honradez y humildad hay de sobra en este corpulento oriental, quien me confiesa que el secreto de mantener la fortaleza, a sus casi 60 años, es el trabajo.
De su esposa, de los años que llevan juntos también nos habló, de cómo se graduó de 12 grado en la Facultad Obrero Campesina, del mismo modo nos dio criterio de sus compañeros del equipo de mantenimiento: hombres y mujeres de bien.
Cuatro hijos y 11 nietos lo acompañan en su paso por la vida, y es con alegría que nos menciona el tema. Brillan sus ojos por primera vez.
«No soy de mucho hablar», nos comenta, y claro que lo sabemos; sin embargo, sabe discernir muy bien sobre conceptos claves, al recordar al hermano, aunque no de sangre, que dejó allá en Maisí, un verdadero amigo.
Es serio Adolys, lo dice la gente y también él, pero el trabajo lo ennoblece, y la disposición y los deseos de hacer lo tornan jovial y tratable.
No le gusta que lo regañen, por eso se afana, además, la responsabilidad es una de las cualidades que heredó de su familia cuando aún era un vejigo.
«En mi centro laboral me han reconocido», refiere de forma humilde, y es que hay grandeza en cubanos de esta estirpe, porque no importa el oficio, lo importante es tratar de ser el mejor en lo que se hace y servir a los demás.