Se ha escrito hasta el cansancio sobre la basura, sobre los vertederos que se multiplican en zonas urbanas, sobre las dificultades que atraviesan los servicios comunales para recoger con sistematicidad los desechos sólidos.
Lo vemos cada día y el problema persiste. Se erradica a intervalos y vuelve a inundarse la ciudad de montañas de basura. Pero, ya no es solo eso: basta con hacer un recorrido entre las siete y ocho de la mañana, digamos, por la arteria principal de Pinar del Río y llegaremos a nuestro destino con las zuelas permeadas de desechos humanos.
¿Será entonces solo culpa de Comunales que tengamos la ciudad tan sucia? ¿Nos adaptaremos también a vivir en un baño público? Dice mucho una ciudad de sus habitantes.
Nada tienen que ver la necesidad, las carencias o el agobio que traen los problemas con la falta de higiene, con la desidia o el maltrato a la propiedad social.
Es vergonzoso que apenas se pueda caminar por el portal lateral de la casa de cultura Pedro Junco por el mal olor y los ríos de orina. En otros espacios tropiezas con heces de todos tipos, y por si fuera poco, las afueras de algunos centros sirven hasta de motel nocturno.
Ejemplos sobran. Es cierto que muchas cosas conspiran y favorecen tales situaciones, como puede ser el escaso alumbrado público, la falta de agentes de seguridad y protección, la impunidad con que se tratan hechos de este tipo. Pero, ¿hacia dónde vamos como ciudadanos?, ¿dónde quedan el pudor, la decencia, la disciplina social?
Recuerdo que cuando, en varias ocasiones, este semanario ha tratado el tema de la recogida de animales callejeros, especialistas de Higiene y Epidemiología aluden que una de las razones principales para ello es el cúmulo de desechos en las calles y establecimientos, pues trae consigo vectores, infección, contaminación…
Al menos, los animales no tienen conciencia. ¿Habrá que activar acaso un carro que recoja personas, para así evitar que se convierta el entorno en un baño público?
Que seamos los humanos protagonistas de sucesos tan despreciables es preocupante. Nos relega bien atrás en la cadena de la evolución, nos degrada y, a la vez, nos alerta de que no vamos tan a la par con el desarrollo como creemos.
A muchos les pudiera parecer un chiste salir de una fiesta y relajar el esfínter en la columna de una tienda, una cafetería o un centro cultural. Pero, qué desagradable resulta que al día siguiente esa misma persona salga con su niño y ponga las manos en el suelo o que se “corte con el vidrio inglés” que otro dejó.
Habla mucho una ciudad de sus habitantes. No puede darnos igual si está limpia o sucia. Es esta nuestra casa grande, y como dijo el Apóstol: “Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino”.
Nadie vendrá desde afuera a resolver los problemas que tenemos ni a hacernos los días más llevaderos. Y aunque parezca una nimiedad, comparado con la avalancha de retos que enfrentamos todos los días, nada justifica la suciedad, el desinterés, la apatía.
Somos nosotros los responsables de seguir construyendo una sociedad basada en valores morales que nos hagan crecer como personas de bien.
Sin embargo, ni esa responsabilidad que tenemos como seres sociales nos da el derecho a destruir, a manchar, a maltratar el lugar que nos ha acogido desde que llegamos al mundo y, además, verlo como algo natural o sin importancia.
Cuidar de la ciudad, ayudar a mantenerla limpia, también nos da salud y paz espiritual, aunque en ocasiones no lo notemos. A veces, sí le importa al tigre una raya más.