–Hola. Sí, tengo antibióticos en venta. De lo que me pides ahora mismo no tengo, pero se te consigue. Lo que me queda es un pomo de azitromicina en suspensión (200 miligramos). Te lo dejo en 500 pesos.
Un texto similar al anterior circulaba recién en uno de los grupos de venta de la provincia. Así, él o la vendedora, amparado por las facilidades de seguridad y anonimato que provee la aplicación de WhatsApp, hacía gala de un producto de alta demanda entre la población cubana en estos tiempos.
Era evidente que el encarecimiento del mismo, puedo asumir, estaba condicionado por la dificultad del comprador para adquirirlo en la red de farmacias del territorio, o quizás por la carencia del mismo en los establecimientos estatales mencionados.
Nada, la ya establecida “ley de oferta y demanda” hacía de las suyas; socavando los principios de solidaridad y civismo que nos caracterizan como cubanos.
En este sentido apuntar algo: tanta culpa tiene quien expende un medicamento por “la izquierda” como quien lo solicita, pues según el refranero popular para todo vendedor hay un comprador.
Dicho esto, partamos del hecho que nadie en esta Isla está facultado para comercializar productos farmacéuticos de cualquier tipo, y mucho menos ahora, cuando el manto de la pandemia se cierne poderoso sobre todos.
Esto no admite justificación y pudieran considerarse execrables a aquellos que se dedican a lucrar en base al dolor o la necesidad ajena si se padece una enfermedad.
Si a nuestro stock actual de medicamentos, deprimido además debido de lo que ya todos sabemos, le sumamos la adquisición desmedida por terceros con fines de reventa: ¿qué podrá quedar entonces para quienes verdaderamente precisen de un fármaco quizás en falta?
La lista de los medicamentos que se “ofrecen” en la red es interminable y pueden listarse entre ellos óvulos de clotrimazol en 800 pesos, clonazepam en 600, y tramadol, paracetamol y duralgina con precios multiplicados hasta por 50 veces del valor original.
Evidentemente tampoco hace falta ser adivino para saber, tras una búsqueda rápida que los de mayor cotización y necesidad son los antibióticos, corticoesteroides y analgésicos.
A la par, lacera y duele ver como se “ofertan” jeringuillas, cánulas y otros insumos los cuales son estrictamente de uso en hospitales y policlínicos.
Estarán de acuerdo con el escriba en que no estamos descubriéndole el agua al coco, ni inventando el agua tibia, pues mucho antes de la pandemia y la reforma salarial este fenómeno existía, solo que la COVID-19 y el recrudecimiento del bloqueo han venido a acentuar el mal.
También es cierto que no hay que echarle toda la culpa al bloqueo, pues muchas cuestiones son aplicables isla adentro, entre ellas el descontrol interno en farmacias, las complacencias, el amiguismo y hasta la indolencia de quienes manejan y sustraen a voluntad los fármacos para estos fines macabros.
Especial atención debe prestarse al asunto, pues no estamos hablando de tonterías, sino de una red que se utiliza para jugar y coquetear, nada más y nada menos, con la vida y la muerte de seres humanos.
A tono con el discurso del primer secretario del Partido y presidente Miguel Díaz-Canel sobre este tema, resultan necesarias sanciones más severas contra los “comerciantes” y sus receptores.
Nuestro mandatario expresó que es hora de ponerle freno y cerrar filas a la contemplación del fenómeno en cada territorio, pues para ello están creadas las vías operativas necesarias. “No es tiempo de pasividad ni de permisividad”, comentó además.
Las autoridades locales deberán pensar en un futuro inmediato, meterse de lleno en las redes para minar y cercenar este flagelo desde adentro, pues cada medicamento o producto de uso hospitalario vendido ilegalmente, bien pudiera utilizarse en nuestros tantos amigos y familiares que hoy luchan contra la COVID-19.