Como casi todos los de su generación, suele reflejar partes importantes de su cotidianidad en las redes sociales; allí es frecuente encontrarlo rodeado de amigos, mostrando una sonrisa en su rostro.
Implicado en diversos proyectos y acciones del acontecer de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en la casa de altos estudios Hermanos Saíz Montes de Oca; delgado y de frágil apariencia, parece estar más cerca de la infancia que de la adultez; sin embargo, se necesita mucha fuerza para dejar a un lado el dolor propio y sanar a extraños.
RECUERDOS IMBORRABLES
«Vivo en el kilómetro cuatro y medio de la carretera a Luis Lazo, por la entrada a Los Caneyes; antes de que pasara Ian amarramos las fibras del techo y pusimos sacos de arena, nosotros habíamos pasado otros ciclones en la casa, nunca pensamos que esto sería tan fuerte…».
Este joven que acababa de cumplir sus 22 años, recuerda que sobre la una de la madrugada comenzó a sentir que entraba una «frialdad» en su cuarto, eran las rachas de viento que habían levantado una fibra del techo, y así siguió por dos horas más, confiesa que se asustó y buscó refugio en la cama de sus padres.
«Mi papá nos dijo: ‘si se zafa la primera fibra tenemos que meternos debajo de la cama y cuando pasó automáticamente lo hicimos, nosotros tres y la perra, que también queríamos protegerla».
Julio Emilio Morejón Pérez describe los sucesos con tal nitidez que no cuesta imaginar la angustia, miedo y desespero de esos cuerpos pegados al piso, añorantes de una calma que les permitiera ponerse a salvo, temerosos a cada instante de que las cosas pudieran ir a peor.
Durante la pausa que propició el ojo del huracán, oyeron el llamado de los vecinos preguntándoles qué había pasado; protegieron algunas cosas que estaban al descubierto y constataron que sala, cocina, portal y terraza no tenían techo; vieron que una rama de una mata de mango de un vecino había caído sobre el alambre con el que amarraron las fibras, lo partió y el resto ya fue obra de la fuerza de los vientos.
Buscaron refugio en una vivienda cercana de construcción más sólida, allí permanecieron el tiempo que duró el segundo embate de Ian, para ese entonces, los daños eran mayores y ya el cuarto tampoco tenía cubierta. Apenas las condiciones lo permitieron los vecinos se juntaron e iniciaron la recuperación.
“Trabajamos todos juntos, primero una casa y luego otra, nosotros utilizamos unas planchas de cinc que estaban en el corral de cochinos y otras cosas que había en el patio para al menos reparar una parte del techo y poder seguir ahí, así hicimos con las otras familias; perdimos mucho”.
TRAS IAN
Desde el dos de octubre partió hacia el consejo popular La Coloma, era uno de los 32 jóvenes que conformaron la “Guerrilla universitaria”, integrada por estudiantes de varios centros de la provincia y de La Habana, quienes se sumaron a las labores de recuperación en esa demarcación, punto por el que penetró el huracán Ian al territorio nacional.
“Trabajamos en la confección de planillas que requiere la Oficina de Trámites para contabilizar las pérdidas, una vez que empezaron a llegar los recursos, apoyamos con la entrega de estos, a la par participamos en la limpieza y recogida de basura”.
Julio Emilio Morejón Pérez, presidente de la FEU de la Universidad de Pinar del Río, relata que contribuyeron a restablecer el servicio de la panadería y pizzería de la comunidad, para asegurar la elaboración de los alimentos en esos centros.
Luego partieron hacia San Luis y allí también hicieron su aporte; ya están en las aulas, continúan con sus estudios y participan en las actividades propia de la organización, implicados en la reanudación del proceso docente y mucho más…
CUANDO NO HAY TOALLA PARA TIRAR
“Ian nos llevó hasta las toallas”, fue una frase más entre la descripción de las pérdidas familiares, no obstante, en esas palabras no hay solo la magnitud del desastre, está paradójicamente incluida la capacidad de resurgir.
No hay nada que tirar desde la esquina para implicar rendición, hay que seguir en combate apelando a las fuerzas que ni siquiera se tenía certeza de su existencia y es una batalla que requiere acompañamiento; al cierre de esta entrevista todavía no habían sido visitados para evaluar los daños y empezar el tránsito a la restauración.
Julio Emilio es un joven de estos tiempos, lleno de las esperanzas de su generación, esas que a veces palidecen por un entorno adverso para su materialización; que mantengan en la paleta colores vivos para el futuro dependerá en gran medida de que vean cómo palabras y proyecciones se transforman en realidad, para que la sonrisa sea una genuina expresión de felicidad y no solo una coraza tras la que esconder el dolor.
A él y a los otros miles de pinareños que se olvidaron de sus males para ayudar a otros más necesitados.