En este tiempo de pandemia las cifras de fallecidos ascendieron en la provincia Pinar del Río y los servicios necrológicos fueron fuertemente cuestionados. Sin embargo, en medio de críticas certeras, vicisitudes y carencias hay mucha entrega en cada obrero del sector y de los que se sumaron
José Ramón Dueñas Torres es de esos hombres que se han crecido ante la pandemia y que quizás solo este reportaje salve del anonimato. Como él hay otros tantos, gente común, de a pie, obreros, trabajadores de cualquier organismo que cuando los días se pusieron duros y tristes en Pinar dieron el paso al frente y hubo que contar con ellos en medio de tanto pesar, de tanta desesperanza.
Las últimas jornadas del mes de agosto y casi todos los días de septiembre muchos fallecieron por COVID-19. A ellos se sumaron otros que ante la sospecha tuvieron un examen post mortem y que se informarán alguna vez, cuando dentro de un tiempo se contabilicen las cifras exactas de la pandemia. También murieron aquellos que la edad u otra enfermedad les pasó factura.
El caso es que los servicios necrológicos, y con ellos sus trabajadores, se encontraron muchas veces entre la espada y la pared.
De una parte, el dolor y el reclamo, más que justo, del familiar que pierde a un ser querido y pide un entierro digno y sin demoras, y de la otra, una institución que quiere prestar un servicio óptimo, pero que se ve limitada por recursos, cuestiones objetivas y también subjetivas.
El pico pandémico tensó las cuerdas de esos momentos por los que nadie quiere pasar, como para dejar una huella más cruda aún en la memoria de cada doliente.
Así, hubo noches en las que a las 12 aún quedaban en los hospitales entre ocho y 10 fallecidos del día anterior, según relata, María del Carmen Saldívar Charón, administradora de la funeraria interprovincial Monteserín. “Han sido jornadas muy difíciles. A las tres de la madrugada, por ejemplo, estábamos sacando los casos más atrasados del hospital. Solo disponemos de dos carros fúnebres, así es imposible brindar un servicio como el que merecen y exigen los familiares.
“Pudimos resolver la situación gracias a la incorporación de los choferes-trabajadores por cuenta propia que fueron contratados y a las empresas y entidades estatales que nos están apoyando en esta tarea tan sensible”, explica.
“Anoche mismo, comenta, tuvimos 14 traslados hasta los municipios. Nuestros carros, además, no tienen condiciones para dar esos viajes, cuando regresan se pasan dos o tres días para volver a dar el servicio porque hay que arreglarlos”.
En medio de esa situación encontramos a José Ramón, ingeniero mecánico, especialista principal del Departamento de Técnica y Desarrollo de la unidad empresarial de base Humberto Lamothe, perteneciente al grupo Gelma de la Agricultura, y quien presta servicio de carro fúnebre en su taller móvil desde el primero de septiembre.
“No hay horarios, ni sábados ni domingos. He llegado a mi casa a las 12 de la noche. Como este carro es un taller móvil, sirve de auxilio a los que se rompen. A la par uno sigue pendiente de las cosas del trabajo”, asiente.
“Es impresionante, pero uno tiene familia y sabe lo que es perder a un ser querido”, asegura este hombre a las afueras de la funeraria.
“Entonces hay que sensibilizarse con el dolor ajeno. A veces, en un municipio en lugar de dejar el cadáver y regresar, he tenido que esperar para hacer el entierro allí porque no hay carros en ese territorio.
“Aquí nos dicen que no podemos tocar el ataúd, pero hemos tenido que hacerlo, porque te encuentras a un solo familiar y al sepulturero, entonces hay que ayudar. Igual he realizado trasladados de esposos y padres de amistades mías, así como el abuelo de un compañero de trabajo, y siempre es muy difícil”.
Recuerda los casos que más lo han marcado: “Un día me tocó el entierro del tío de un hombre, que por supuesto, no conocía, y al día siguiente tuve que trasladar a la mamá del mismo hombre. Son coincidencias que no esperas. Hoy me ve en la calle y me saluda”.
También está allí Tomás Ernesto Valdés Quiñones, chofer de Artex, el cual, insiste, ha sido todo un guerrero. Ernesto ofreció su panel en varias ocasiones para prestar servicios ante la COVID-19. El mes pasado fue llamado para apoyar en la funeraria y en esa labor estuvo hasta que su vehículo se rompió. Antes lo había adecuado, le quitó los asientos y trabajó desde el día primero hasta el 24 sin faltar una sola jornada. “Los familiares te agradecen, y eso es lo más reconfortante”, dice.
Ahora ayuda a los otros choferes en los viajes largos, incluso fuera de provincia, cuando ha sido necesario para buscar materiales e insumos propios del trabajo de la funeraria.
Y justo cuando terminamos de dialogar con Ernesto llegó Heriberto Fernández Machín, quien maneja una de las guaguas de Protocolo de la universidad Hermanos Saíz Montes de Oca, esa institución docente que ha batallado contra la COVID-19 desde los primerísimos días de la pandemia y ha puesto a alumnos y profesores al servicio de todos.
Heriberto explica que el microbús tiene 12 años de explotación y a pesar de ello mantiene muy buenas condiciones, por lo que adaptaron una camilla para no dañar el piso y así poder trasladar los ataúdes.
“Ha sido muy difícil, porque uno tiene a su lado al doliente y he presenciado, por ejemplo, un entierro en la tierra a las dos de la madrugada. Si algo he aprendido es a valorar la labor de los trabajadores de Comunales, que están aquí y en el cementerio a cualquier hora.
“He visto a un sepulturero dar pico y pala de noche, para abrir una pequeña fosa y eso a uno lo obliga a venir cada día y esforzarse. Siempre digo, si hay que hacer las cosas, se hacen bien”.
Al respecto, Orlando Rodríguez Roig, jefe de Inspección Estatal del Poder Popular, precisa que hubo que tomar esta alternativa para apoyar a la funeraria y que los fallecidos no demoraran tantas horas en los hospitales como estaba ocurriendo.
Existe un control riguroso con esto, asegura el inspector que coordina el ir y venir de los carros estatales y particulares que prestan servicios allí. “Hemos tenido apoyo de Copextel, Componentes Electrónicos, la UPR, Gelma, Artex, Geisa, la Empresa Pecuaria Punta de Palma, Artes Escénicas, entre otros.
“Aquí no se libera nadie hasta que se comprueba que no hay casos pendientes en los hospitales, y ya en la noche estamos todos localizables, para cuando es necesario poner un transporte”.
María del Carmen Saldívar Charón advierte que “los coordinadores, que son quienes se encargan de la documentación, han llevado una parte muy fuerte del trabajo, y son ayudados por los técnicos, que no deben tocar el cadáver si es un caso de COVID-19”.
“Todos los traslados pasan por aquí y los velatorios son de dos horas, tanto para los casos de COVID-19 como los que no, a menos que el familiar informe que prefiere ir directamente al entierro. Hemos tenido días muy complejos, tanto así que en tiempos normales, por la funeraria interprovincial pasan un promedio mensual de 230 o 240 fallecidos. Ahora, entre traslados y los del propio Pinar, que son alrededor de 700 casos”, asegura.
Otro aspecto con el que ha habido inconformidad es con la calidad de los ataúdes y la falta de cristal en estos: “Como se han hecho en contingencia no han tenido el acabado necesario. También nos ha faltado el sarcófago en el momento preciso, añade, y eso ha sido cuando hay alrededor de 15 fallecidos por diversas razones, en menos de cuatro o cinco horas.
“Se trazó la estrategia de traerlos desde Matanzas y así fuimos resolviendo. Ahora cada noche se quedan entre 25 y 30 sarcófagos aquí en la funeraria. Los de Matanzas traían cristal, pero aquí no tenemos, solo alguno que se rescata de una exhumación, y lo que está establecido es que se realice el entierro con él. Es una queja muy recurrente de la población. Tampoco disponemos de guantes y eso también nos ha traído dificultades”, puntualiza Saldívar Charón, quien agregó que Monteserín habilitó el local del sarcófago para velatorios y tiene funcionando todas sus capillas.
El otro paso es el enterramiento. El momento del último adiós a quien fallece y que debería ser siempre un momento digno y decoroso, en el que se respete tanto a la muerte como a la vida.
DETRÁS DEL MURO
Al pasar por el cementerio Agapito del municipio de Pinar del Río se percibe la misma calma y el silencio de siempre. Sin embargo, detrás del muro que encierra el kilómetro cuadrado del camposanto se trabaja duro, a deshora. Allí permanecen las huellas de una pandemia que además de arrebatar vidas, mutila el corazón de los que quedan para contarlo.
En todos los cementerios municipales se amplían las capacidades de enterramiento. Hasta el momento han concluido al menos 12 en cada uno y continúa el trabajo. De acuerdo con Nelson Alonso Loaces, subdirector de Desarrollo de la Dirección Provincial de Comunales, sin contar al municipio cabecera se han realizado 152 inhumaciones en tierra en los distintos territorios, a la vez que señala que no todos corresponden a casos de COVID-19, sospechosos y sin confirmar, sino que debido a la insuficiente capacidad y al incremento de decesos por otras causas, hubo que recurrir a esta alternativa, pues el promedio histórico de fallecidos en la provincia era de 480 mensuales y solo en septiembre pasado se registró una cifra superior a los 1 000.
María Luisa Páez Valdés es la vicedirectora de Servicios Necrológicos de la Dirección Municipal de Servicios Comunales. Todos la llaman Maritza, y a sus 71 años, ha dedicado 40 al sector, logra estar pendiente de todo y de organizar el trabajo, que ha sido intenso en los últimos meses.
“Anteriormente veníamos con cifras altas de fallecimientos, si se tiene en cuenta el envejecimiento poblacional de la provincia. Por eso teníamos dificultades con las capacidades, sobre todo en las gavetas del Estado, porque mucha gente no posee bóvedas particulares.
“Antes de la COVID-19, la cifra de fallecidos promediaba solo tres o cuatro diarios, y solo algunos días superaba los cinco”.
Comenta que en el mes de agosto fueron poco más de 200, por diferentes causas, no solo a consecuencia del Sars-coV-2, pero en septiembre subió a 330 fallecidos, con un promedio de 13 diariamente. Desde el inicio de la pandemia hasta hace algunas semanas se habían realizado 220 inhumaciones en la tierra, de ellas 112 solo en septiembre. “Aquí se ha trabajado hasta la hora que sea, incluso de madrugada”.
Gabriel Camejo Linares cuenta lo que han vivido en los últimos tiempos. Hace 18 años labora como sepulturero en el cementerio y asegura que “ha sido lo nunca visto”.
“El esfuerzo ha sido tremendo, bajo lluvia o ciclón. Era un movimiento constante, de día o de noche, terrible. Hizo falta mucha voluntad para que todo saliera bien. Nunca habíamos visto enterramientos en tierra, y menos esa cantidad. Ha sido difícil lo que hemos pasado. Incluso me contagié con la COVID-19, pero en cuanto la pasé me incorporé, porque la verdad que hacía falta”.
En “Agapito” hay solo cuatro sepultureros que en los meses más complejos tuvieron apoyo por parte de la Empresa, y aunque cuentan con los implementos necesarios para realizar la labor, la disponibilidad de medios de protección ha sido insuficiente, sobre todo con los guantes.
“Nos cuidamos lo más que podemos. Nos dieron guantes, pero no eran los adecuados para este trabajo. Por otro lado, ha sido un poco difícil el trato con los dolientes para que entiendan el procedimiento de enterrar en la tierra, por eso lo hacemos lo más respetuoso y correcto posible. Espero que no tengamos que vivir esa experiencia nuevamente”.
Al principio de la pandemia el protocolo indicaba el enterramiento en la tierra y la exhumación del cadáver después de cinco años. Luego se decidió que podía ser a partir de los dos y se permitía enterrar en bóvedas particulares y nichos. Pero la falta de capacidad obligó a que se mantuvieran los enterramientos en tierra hasta que finalizaran las labores constructivas para ampliar los espacios.
De acuerdo con Maribel Barrios Ledesma, inversionista principal de la Dirección Municipal de Servicios Comunales en Pinar del Río, lo planificado para el 2021 era la construcción de cuatro nichos de 28 capacidades cada uno.
Reconoce la inversionista que empezaron sin premura, porque consideraron que no era urgente a partir del protocolo establecido en aquel momento. En julio empeoró la situación, hubo que hacer una secuencia constructiva que se extendía hasta casi las 11 de la noche para poder terminar en menos de 45 días.
“Había que acelerar el trabajo. La situación era compleja con los enterramientos en la tierra, hubo momentos en que el suelo estaba saturado y cuando hacías la excavación al instante comenzaba a salir agua. Era algo muy difícil de tratar con los familiares”.
El día 22 de septiembre se entregaron las primeras capacidades que llevaron a cabo brigadas de Construcción Civil y ATTAI. Y hace solo par de semanas que entregaron lo que faltaba, debido a las lluvias.
Hasta el cuatro de octubre había disponibilidad de poco más de 50 capacidades. Es por ello que ahora se afanan fuera del plan anual para disponer de otras 800.
“Para trabajar en estas capacidades hubo que hacer un movimiento de tierra bastante engorroso a causa del desnivel que existe en el cementerio. Por las condiciones topográficas del terreno no solo la parte de los enterramientos en tierra sufre de inundaciones cuando hay fuertes lluvias, también ocurre con una parte de las bóvedas”, explica Barrios Ledesma.
“Aunque el desagüe se encarga de que drene en pocas horas, se trabaja en nivelar el terreno para eliminar ese declive y construir un drenaje por la parte exterior del cementerio”.
Ya se perforan las zapatas de lo que serán 15 nichos de 48 capacidades, y dos de 12. Hasta ahora no han tenido problemas con los recursos. Aunque apunta la especialista que, al ser un proyecto grande, en algún momento los áridos y los elementos de pared pueden fallar, pero no ha sido el caso.
“Vamos a hacer lo posible por no tener que volver a la tierra. Es algo difícil y uno tiene que ponerse en la piel del doliente. No es solo el hecho de que se entierre en el suelo, sino es la urgencia del procedimiento.
“Es precario ver una retro abriendo un hueco, todo con apuro por miedo al contagio. He visto casos que la verdad dan ganas de irte y no trabajar aquí. Tu mente no está preparada para algo así. Es duro ver ese equipo de hierro abriendo un hueco y que al instante tu familiar vaya a parar ahí y que entonces vuelva ese equipo a tirar esa tierra encima.
“Si eso ocurre de madrugada, es peor. Mella mucho en los sentimientos. Se lo he visto en el rostro a las personas. Por eso pienso que a este trabajo de construcción que hacemos hay que ponerle todo el empeño”.
Cuando un familiar, un amigo, un conocido muere, siempre es un momento difícil para quien no lo quiere ver partir. Por suerte, la imagen dura de los enterramientos en tierra, tan alejada de la cultura del cubano, por la forma en la que, además, se estaba haciendo aquí, ya no debe ser más la opción para aquellos que pierdan la vida a causa de la COVID-19.
En este tiempo de pandemia han sido muchos los héroes anónimos, desde aquellos que levantan los nichos bajo sol y sereno, el sepulturero que de madrugada abría la fosa, y hasta el chofer que nos lo contó.