No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo correr los escombros y destapar el cielo. M. Benedetti.
Tengo fotos disimiles en mi cámara y en el teléfono, esa maravilla tecnológica que nos sirve también de grabadora, por lo tanto, tengo sonidos y sollozos, rostros, imágenes desgarradoras y otras de esperanza. Es una mezcla de tantos sentimientos encontrados que desgraciadamente nos trajo Ian.
Siento el deseo y la necesidad de contarlos y como no habría espacio ni tiempo para tantas voces y retratos, quisiera que esas fibras invisibles que hacen palpitar el alma, la resuciten, y canten junto aquel poético estribillo: “… yo vengo a ofrecer mi corazón… y “no será tan fácil…”, pero tampoco imposible.
Cuando el 27 de septiembre y hasta el 28 amaneció Pinar del Río con su bella naturaleza destrozada, sus arterias obstruidas y sobre todo mucha gente sin techo y otros sin su casa, la infraestructura de todo tipo dañada…, muchos creyeron que no habría renacimiento, pero el hombre siempre tiene, a pesar del dolor, la escasez, incomprensiones, contradicciones e insuficiencias, el noble valor de unirse, ayudar y pelear.
Pienso que quienes lean estas líneas estén al tanto de cuanto se hace y cuantos recursos humanos y materiales se movilizan en este momento precedido por una crisis pandémica primero, económica hace buen tiempo y energética todavía.
Sin embargo, la fuerza del país y de la gente la encuentras a cada paso, más rápido en algún lugar, quizás más lenta en otros donde se combinan factores de todo tipo, humanos los primeros, materiales los más y en esa vorágine observas a una joven que mece en un sillón a su niño en el patio de lo que fue su casa, ahora convertida en cuatro o seis puntales, cerrados arriba con un trozo de nailon por techo y debajo, la diminuta cuna esperando la humanidad de aquel bebé que la madre arrulla en sus brazos.
Puedes observar en el trayecto cientos de casas de cura de tabaco y viviendas de sus propietarios destruidas. Personas cuyo sostén es aquella hoja que desde siempre ha hecho famosa a esta tierra, que esporádicamente en algunos tramos comienza a enseñar su vientre, abierto por los arados empeñados en revivirla.
Y así más adelante, entre los techos caídos, alguien se presta a recogerlos y volverlos a colocar enderezando puntillas y alambres y planchas de techo chamuscadas, para guarecerse otra vez del sol y la lluvia, mientras llegan los materiales.
Así encontré a una reportera de Radio Guamá que con su familia en pie, recogió y puso todo el cinc que pudo, aun cuando todavía un pequeño chubasco los volvió a mojar, después de casi 20 años en una facilidad temporal que le asignaron en La Nilda por los ciclones de principios de este siglo.
Aun así, Madelaine Álvarez, con una dedicación asombrosa junto a su madre, secaba y reparaba sus libros de licenciatura en Comunicación Social y otros que ha ido adquiriendo como aquel de Géneros Periodísticos, al que le curaba el lomo después de recibir la lluvia y el viento de Ian.
Qué decir de aquel momento en que ya me marchaba de una primera visita, y esta colega me mostraba, sacada de una caja que también se oreaba al sol, doblada en triángulo, como debe ser, su bandera, nuestra bandera cubana.
No menos pasó Rachel Reyes, otra reportera de “Guamá” en San Juan y que vive en un lugar de nombre singular como Campo Hermoso, ahora con muchos de sus árboles y palmeras en el suelo junto a esos “paquidermos” de guano y madera que altivos curaban cada año las hojas del tabaco y ahora, muy pocos se mantienen sobre sus esqueletos, mientras otros yacen sobre su propia anatomía.
Un paisaje que en su imaginación colorea y disfruta su niño de seis años, con unos lápices que le alcanzamos y otros que ya tenía.
A Rachel le complace su inclinación por la pintura y el color, por las libretas y la escritura, porque piensa que también será una persona sensible, tanto como ella que no puede evitar sus lágrimas cuando alguien llega, “…no por lo que traen o pudieran traer, sino por su visita, por llegarse hasta acá en este momento, por los cientos de colegas que aquí y en todo el país nos hacen llegar su aliento y apoyo…”.
Y cerca también, en las márgenes del pueblo de San Juan, colindante con lo que fue la estación de trenes y el barrio del Paradero, está un lugar conocido por el Varón, donde las estructuras que aseguran la campaña tabacalera fueron devastadas junto a viviendas precarias como la de un estudiante de preuniversitario que alcanzó la carrera de Periodismo en las recientes pruebas de aptitud.
Allí Jorge Miguel, junto a su madre y sus dos hermanas, una de ocho y otra de 15 años, sufrieron los embates de un huracán despiadado que les arruino lo que quizás era antes el intento de una vivienda y que ahora, tambaleante, se cubre hasta “media asta” con una manta de polietileno.
Pero no les disminuyó las esperanzas. Aun en la calamidad que ello significa, han llegado también personas a tenderle la mano y a enaltecer su actitud, cuando pasadas horas nada más de los aullidos de Ian, ya estuviera él, indagando y haciendo un levantamiento en su CDR de los perjuicios de sus vecinos para apoyar a las autoridades en su barrio.
No sé si fue aprovechada o no la decisión y prontitud de su acción en un momento como este, lo que sí sé, es que también tendidos al sol y al aire estaban sus libretas y sus libros en franca recuperación, como aquel que ve en las ideas, el conocimiento y la virtud, el camino del progreso, que no puede existir sin la condición espiritual del ser humano que lo impulsa todo.
Por esos trillos que les cuento pasaron cubanos, algunos muy jóvenes, adolescentes como esos jóvenes del Servicio Militar que siguen ofreciendo su esfuerzo diario para reconstruir, y dejan así todo su amor y respeto a la dignidad de personas que, en medio del cataclismo, pueden todavía ver con el corazón.
Por esos senderos también estuvieron, están y estarán muchos colegas del periodismo en la provincia que desde la noche oscura de Ian, pernoctando en las oficinas de sus medios y trabajando sin cesar para informar a sus audiencias y sus lectores, no han tenido nada más que horas de descanso y todavía bregan como enviados… terrenales, que no buscan otra cosa que informar y encontrar los símbolos legítimos de lo que es la verdadera estatura humana cuando los cataclismos se empeñan en destruirnos.