En el antiguo ingenio San Isidro de los Destiladeros, enclavado en el Valle de los Ingenios -Trinidad, al centro de Cuba-, un proceso de investigación arqueológica sistemática donde escudriñar en el pasado industrial saca a la luz nuevos hallazgos.
Las ruinas arqueológicas de este sitio, especie de museo a cielo abierto, son estudiadas por expertos e investigadores en los Talleres Nacionales de Arqueología Industrial Azucarera, desarrollados desde 2000 y que en días recientes arribaron a su edición decimonovena.
Los especialistas consideran al que fue primero el trapiche San Juan Nepomuceno, el complejo azucarero más completo del Valle de los Ingenios, donde hasta el presente fueron localizados 73 sitios arqueológicos.
En 1827, según el Cuadro Estadístico de Vives, había 57 fábricas de azúcar en el Valle con un total de 11 mil 697 esclavos.
San Isidro de los Destiladeros conserva la casa-hacienda y la torre campanario, cuya restauración se inició con motivo de los 500 años de la fundación de la otrora villa de la Santísima Trinidad (1514), en el centro sur de la isla.
Está ubicado a 11 kilómetros de la ciudad, tercera de las siete primeras villas asentadas en la Isla por el Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar y situada a unos 360 kilómetros al este de La Habana.
En 1988 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró al centro histórico de la villa y al Valle de los Ingenios o de San Luis Patrimonio Cultural de la Humanidad.
HURGANDO EN EL PASADO
Textos consultados aseguran que ante la inminencia de la ruina del ingenio, entre 1883 y 1891 fue demolido y transformado en el potrero San Isidro de los Destiladeros, mientras que en el siglo XX pasó a ser en un lugar de esparcimiento para la aristocracia trinitaria.
Según un estudio de la investigadora Teresita Angelbello, el ingenio San Isidro de los Destiladeros, en su época de esplendor:
«Tenía dos trenes jamaiquinos, instalada su máquina de vapor para la molienda, una casa de purga de considerables dimensiones, tierras aptas para la caña, el agua necesaria para los cultivos y el proceso fabril, incluso contaba con una represa, manantiales minero-medicinales donde daba baños curativos a los miembros de su dotación, aljibe y pozo artesano.
“También contaba con destilería, almacenes, habitaciones de mampostería para los esclavos y enfermería, cementerio, torre campanario y por supuesto una hermosa casa de vivienda que incluía espacios de relativa independencia para los asuntos administrativos del ingenio, con jardín al frente».
En medio del verdor y las ruinas sobresalían las áreas destinadas a los barracones o casa de esclavos, almacén, herrería, casa de purga y casa de calderas donde se conserva uno de los llamados trenes jamaiquinos.
Para el historiador Julio Le Riverend, la expresión típica de la revolución industrial en los ingenios azucareros fue el tren jamaiquino, consistente en un sistema de cinco calderas sometidas al fuego de un horno único.
El nombre pudiera confundir, porque parece indicar que vino de Jamaica, aunque ya en 1800 se había implantado como sistema francés, apuntaba Le Riverend, citado en ambos casos por Roberto López, el ya fallecido Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios.
El tren jamaiquino se alimentaba con bagazo y su gran ventaja consistía en la economía de combustible y de brazos para atender el horno.
Por sus elevados valores arqueológicos e industriales, el lugar está considerado un área de investigación necesaria para interpretar la forma de producir azúcar desarrollada en el siglo XIX. Aledaña a la casa-hacienda se alza la torre-campanario que tiene 14 metros de altura, distribuidos en tres niveles y una planta cuadrada, de estilo neoclásico.
NOVEDADES CASI AL CONCLUIR 2022 Prensa Latina conoció que dentro del conjunto de piezas recuperadas en los trabajos de campo durante el XIX Taller Nacional de Arqueología Industrial Azucarera, figuran botellas de cerveza (canecas) y fragmentos de estas de gres, así como partes de recipientes de vino y ginebra.
Asimismo, lozas finas inglesas con decoraciones por transferencia, posiblemente esponjeadas y plumilla de color azul y rojo.
Otros objetos desenterrados se relacionan con la actividad agrícola, de fabricación, puntillas, clavos, aros de barril, tijeras, machetes, calderos, candados, y parte de la dieta de esclavos y parroquianos.
Las piezas que se recuperen serán sometidas a un proceso de restauración y conservación e integrarán el acervo histórico-cultural de San Isidro, que mostrará a los interesados en conocer las interioridades de una antigua fábrica de azúcar.
“Los hallazgos se someterán a un proceso de restauración y conservación y formarán parte del Sitio Museo, para que el visitante observe los objetos arqueológicos que sirvieron de trabajo o uso personal de los esclavos″.
Así dijo a la prensa Leonel Delgado, especialista principal del Departamento de Arqueología de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios, quien agregó que ″con este taller vamos a concluir el estudio de la habitación del negro esclavo″.
En San Isidro de los Destiladeros todavía hay mucho por desentrañar acerca de lo que hoy consideramos patrimonio industrial, en este caso en la rama azucarera, y de ahí que sea considerado por los arqueólogos un área de investigación permanente.