La diversidad religiosa en Cuba resulta hoy un fenómeno estudiado desde disciplinas como la sociología, antropología, psicología y teología, debido a su multiplicidad de causas y expresiones, y pocos escapan al influjo de su devoción.
‘Antiguamente, muchas de ellas no se conocían y coexistían, aisladas unas de otras. Prohibidas o no, siempre permanecieron como formas de resistencia y, en algunos casos, como espacios de conspiración’, comentó a Prensa Latina el teólogo Luis Carlos Marrero Chasbar.
El también pastor en la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba reconoció que el internet, las comunicaciones, los procesos educativos y los intercambios culturales constituyen actualmente factores determinantes en su conocimiento y comprensión.
Asimismo, recordó cómo la crisis económica de la década de 1990 en el país, conocida en la isla como Periodo Especial y perceptible tras la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y del Consejo de Ayuda Económica, propició una nueva reconfiguración del escenario religioso.
‘Durante aquellos años, la religión se convirtió en el último peldaño de la escalera, gracias a la cual numerosas personas buscaron y encontraron esperanza y firmeza; fue así como experiencias de culto, importadas o no, emergieron en la sociedad’, confirmó el estudioso.
Los investigadores los agruparon en la denominación ‘Nuevos Movimientos Religiosos’ y en esa lista confluyeron creencias tan diversas como el islam, reiki, corrientes del New Age, variantes budistas, neo-pentecostales, ministerios, algunas formas de espiritismo o de la santería.
A juicio del experto ellas quebraban, en alguna medida, los dogmas característicos de las religiones tradicionales en Cuba: catolicismo, protestantismo histórico, Regla de Ocha-ifá, entre otras; si bien, históricamente, sus variadas preferencias inciden en la conformación de la nacionalidad.
‘Algunas surgieron desde lo autóctono, es el caso de las identidades indígenas y otras llegaron al país, posteriormente, como Hare Krishnas o la Iglesia Gnóstica. Emanaron de uniones, fragmentaciones y sincretismos, condicionadas por la realidad social cambiante’, aseguró.
No es de extrañar, apuntó, que algunos cubanos se declaren taínos, yucatecos o mixtecos; otros confluyan en la Habana Vieja para el estudio del libro ancestral maya Popol Vuh o protagonicen celebraciones consagradas a la concepción andina de Pachamama o Madre Tierra.
Según el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, el escenario de mayor apertura hacia el exterior propició nuevos nombres y corrientes que generaban atracción, rechazo o conflictos; así como, cambios en los discursos, lideratos, liturgias, prácticas y propuestas para asumir la vida desde la fe.
Sumado a ello, añade Marrero Chasbar, esas costumbres arribaron al archipiélago por el turismo, misiones internacionalistas, estudiantes de América Latina, Asia y África y, en consecuencia, aconteció lo que el sociólogo Pierre Berger denomina como ‘contaminación cognoscitiva’.
‘Ya no es posible mantener un ethos puro y tradicional como lo fuera, en el pasado, la ética puritana. Este tiempo, muestra una casa común en la que todo está interconectado: escuela, familia, política, profesiones, valores, iglesias y por supuesto, las religiones’, aseveró.
El especialista indicó que esas expresiones religiosas asumieron los patrones culturales de Cuba y no viceversa. No obstante, mantienen ciertos ritos y vestimentas, típicas de cada región, experimentan un proceso de cubanización y readaptan atuendos y cultos a nuestro clima y realidad económica.