Evocar a Mariana, esposa de un venezolano, madre de cubanos ilustres, madre de todos, fue sin duda uno de los aciertos de Fidel y Chávez, en ese dueto carismático que interpretaron aquel 21 de agosto de 2005, cuando inauguraran Villa Bolívar en Sandino en un Aló Presidente memorable para los presentes.
Evocar la obra de amor y sacrificio de una mujer cubana, insertada en una sociedad machista en la que probó su valía es la forma más consistente de establecer esa línea de lucha interminable que cada día, desde cada rincón, da voz a las protagonistas de muchas historias.
Desde hace ya seis décadas, Cuba tiene una tradición contada por mujeres organizadas en pos de sus derechos, con un estandarte que ha encallado en esa misma villa del occidente cubano, en nuestra misma tierra, no como símbolo de que ya todo está hecho sino como compromiso de todo lo que queda por lograr. Trascender no puede ser fácil, obrar del lado que calla constituye un desafío al conservadurismo que siglos de patriarcado han perpetuado y que se arraigan aún más en zonas suburbanas y rurales.
No se puede renunciar a ser escuchadas, no pueden quedar los esfuerzos en salones de reuniones y actividades ocasionales porque el verdadero activismo estimula el despertar de la conciencia, el respaldo organizacional, la militancia activa que no es más que la defensa de quienes temen contar su historia, vivir su vida, ser protagonistas de sus propias anécdotas sin que la sombra del machismo intrínseco de que se sufre en la mayor parte del tercer mundo consuma sus deseos de crecer.
Serán 60 años el próximo 23 no de una organización añeja porque el clamor de tantas no se conforma con el voto, los estudios, el trabajo sino que cada día debe reinventarse para exigir derechos que siempre debieron ser nuestros como aquellos de elegir libremente cuál camino tomar; cómo afrontar nuestra sexualidad y ser responsables en ella, o ese elemental que aún no perfilamos como asunto medular en la familia, en la cual somos eje y motor, sin descanso ni remuneración, sin jornada laboral predefinida ni responsabilidades compartidas porque no se “ayuda” cuando la tarea es para bien común, se “comparte”.
Reconfigurarnos cada día es el sueño al que estamos llamadas, es nuestro deber pasar otros 60 años si fuera necesario, respaldando a aquellas que aún no se deciden y prefieren vivir en la conformidad y la comodidad de ser ejemplares solo porque no se atreven a alzar su voz y plantar bandera, como lo hiciera Mariana hace ya mucho, antes de los derechos de las mujeres, entre la manigua, entre hombres que acataban su exhortación con voz trepidante y se inclinaban ante su espíritu de resistencia; hombres que se vieron obligados a escuchar y admirar porque cuando una mujer se yergue no hay obra humana imposible ni sacrificio que no esté dispuesta a hacer por lo que cree.