Ángela tiene 70 años. El paso del tiempo no le ha robado los deseos de vivir ni la priva de motivos para sonreír. Mucho tiene para contar, enseñar, transmitir y lo comparte cada día con sus amigos en la casita de abuelos. Allí recibe los mejores cuidados y se siente como en casa. Después de siete décadas agradece el país donde nació y ha sido feliz.
Raúl ama su escuela y a sus compañeritos del aula. Adora a su maestra Marta, quien con ternura les enseña la tabla de multiplicar, a conformar oraciones y a entonar las notas del himno. De ella también aprendió a dejar cada mañana una flor en el busto del hombre que tanto amó a los niños y hasta les escribió un libro lleno de enseñanzas. En su aula hay hijos de médicos, profesores, científicos, periodistas, artistas, obreros. Todos reciben el mismo cariño y dedicación por parte de sus educadores.
Daniel tiene 17 años y quiere ser doctor. Ha pasado gran parte de su vida en medio de profesionales de la salud, no porque sus padres desempeñen esta profesión, sino porque nació con una condición médica que lo ha obligado a crecer, jugar y aprender, rodeado de batas blancas. Nunca ha tenido que pagar por ninguna consulta y ha recibido las mejores atenciones.
Todos tienen algo en común: nacieron en Cuba, donde la promoción y protección de los derechos humanos para todos es una prioridad. El gobierno cubano vela porque sean respetadas las garantías de cada persona, sin importar sexo, raza, edad, credo.