A Cuco se le metió en la cabeza desde inicio de año celebrar el final de 2023 con su prole. Dentro de las limitaciones, pero festejar a cualquier precio. Para ello se dedicó a guardar, a apretar la billetera, a ahorrar hasta lo infinito, sin pensar jamás que el dólar se montaría en los 275 CUP, y los benditos frijoles y la carne de cerdo estarían discutiendo el liderato de bateo, ambos por encima de 400.
En ese empeño, el distinguido susodicho ha pasado las de Caín entre los elevados precios, los dolores propios de la edad, sumado a las permanentes y lógicas incomprensiones familiares y laborales.
A mediado de año, cuando se reventaron los termómetros por las altas temperaturas, Cuco conformó una brigada clic en su hogar, integrada por hijos y esposa. Entre las medidas que dictó el presunto dictador estaban no dejar luces innecesarias encendidas, bañarse temprano para evitar calentar el agua, abrir lo menos posible el refrigerador, incluso, varios días decidió tirar la colchoneta pa’l piso para agruparse todos en el mismo cuarto y poder encender su aire LG, de 10 de la noche a tres de la madrugada.
Hasta sus propios hijos en ocasiones lo llamaron extremista, y apareció de vez en cuando el “papá estás apretando”; sin embargo, Cuco todo lo hacía para guardar y guardar con la vista fija en el fiestón del fin del ‘23.
Llegó octubre, entró el pollo al quiosco de Cuco. Intrigas, comentarios, miradera, y una brutal y extensa cola. Afortunadamente, Cuco logró llegarle al producto. Muy alegre regresó a casa con la masa en las manos. En familia todos pensaron que esa noche el banquete seria a base de fricasé de pollo, pero Cuco se plantó en tres y dos y dijo “Eso no lo toca nadie, ese es el plato fuerte del 31”.
La buena suerte seguía “sonriéndole” a Cuco. Una tarde de noviembre, sin esperarlo, mira para su quiosco y ve una repentina cola. Corre para allá billetera en mano. Añejo blanco a 225 la botella. “Dios aprieta, pero no ahorca”, dijo Cuco. Ya tenía en sus manos el plato fuerte y los tragos del 31. No quería mucho más, solo unas cervecitas y refrescos para la mujer y los muchachos, pero para eso había ahorrado sus quilos durante todo un año de duras necesidades e intenso bloqueo criminal.
Y llegó diciembre, el mes más alegre del año, el mes de fiestas y pachangas, de la temperatura agradable. Una mañana fresca, suena el timbre de la casa de Cuco. Ante él, una joven de ojos claros, bonita, educada. Después de los cordiales buenos días, “Mire señor, aquí tiene la factura de la corriente”.
-¡Cómo, no puede ser caramba, 3 300 pesos!
-Si usted no está de acuerdo, por favor diríjase a la sucursal de la calle Maceo, respondió la muchacha.
Cuco no podía entender cómo es posible que si en octubre fueron 630 pesos, le llegue en noviembre 3 300. Cuco montó en cólera, dijo palabrotas, sus orejas se encendieron como dos tomates maduros. El esfigmo de la vecinita del lado le marcó 160 con 100, y aun, con la familia de los “Pril” en falta, Cuco resiste como todo un guerrero con sus pies al desnudo sobre el frío piso.
Más calmado, Cuco asiste al día siguiente a la sucursal indicada. Allí lo atiende en la puerta una joven afable. Él le explica que necesita hacer una reclamación, porque no está de acuerdo con el monto que vino en la factura. Ella le argumenta que para eso debe hacer la cola, que solo se atienden esos casos lunes, miércoles y viernes, solo en la mañana. Cuco sigue sin entender, pues si el cliente siempre tiene la razón, debía ser la entidad quien lo visite con todos los argumentos sobre la mesa.
Y así es, una cola para reclamar la preocupación de tantos. Tantos protestantes no pueden estar equivocados.
Cuco se va convencido de que tiene que calmar sus ánimos y su hipertensión o tendrá despedida de duelo antes del fiestón del 31 en el mismísimo Agapito, aunque él se crea un tipo tan duro como el pan de la canasta básica o como el Pedro Navajas de Rubén Blades.
Nota del autor: La “película” está basada en hechos reales.