Tener conciencia de nuestra responsabilidad en el mundo, es el primer paso para poder tomar buenas decisiones, trazar un camino, plantear metas alcanzables y cumplir los sueños.
Esa conciencia implica reconocer nuestro rol social a nivel individual y colectivo por los grupos a los que pertenecemos, formal o nominalmente.
Que la especie humana se desarrollara y llegara hasta este punto evolutivo en el que nos encontramos, fue posible por la vida en comunidad, la unión de varias personas en función de un mismo objetivo: vivir.
Ya no estamos en esa etapa, la historia siguió su curso, aparecieron las clases sociales, y que unos tuvieran más que otros, que algunos trabajaran, mientras el resto disfrutaba del ocio, se convirtió en norma.
Expresiones de este comportamiento son diversas, pues dependen de donde se analicen, el contexto, el momento, los actores implicados y el sistema o sujeto de referencia.
La realidad que atraviesa el mundo en sentido general, y Cuba en particular, es compleja, provoca cambios constantes en las formas tradicionales de lo que alguna vez consideramos “normal”.
En esto influyen multiplicidad de factores que van desde las secuelas que dejó la pandemia en la salud, la economía hasta el complicado escenario internacional, que incluye conflictos bélicos con inmensas pérdidas y daños, cuyas consecuencias aún no es posible conocer con exactitud.
Aunque eso nos parece distante, sus ecos son bastante reales, con influencias casi imperceptibles, pero existentes, a lo que se suman las carencias de una cotidianidad difícil de sortear.
Ello genera un estado de desánimo generalizado: la desesperanza se hospeda en las miradas, el desgano en las formas, y entonces cada movimiento, acción se vuelven parte de una rutina diaria, como una obra ensayada que se pone en escena hasta el cansancio, lo que hace que las ganas de innovar, cambiar, crear en función de lo que hago, sean pocas o nulas en la mayoría de los casos.
Parece un consenso popular olvidar que depende de cada individuo hacer por su vida, por sí mismo, y no es cuestión de los grandes actos o el pensamiento de: “Pero que voy a resolver yo”, negando el papel que jugamos en la sociedad.
Resuelve tanto problema el vendedor que hace honradamente su trabajo como el dirigente que toma una decisión con influencia en la mayoría. No ser iguales ni tener similares responsabilidades a nivel social, es una fortaleza que si se sabe aprovechar garantiza el buen funcionamiento de un engranaje difícil de manejar.
Por lo que no es cuestión de esperar a que ese otro, que no conozco y solo nombro, tome la acción, la iniciativa para cambiar mi presente, mi escenario de acción, cuando cada uno, con el conocimiento de los elementos que forman su realidad, tiene las herramientas para tomar la iniciativa y hacer en función de lo que quiere.
Existe una cultura del no me importa, del qué gano yo, la indiferencia; e incluso, indolencia ante la dificultad ajena, que en pequeñas dosis va deshumanizando, mientras genera indolencia y egoísmo, a lo que se une en una dinámica causa-efecto la recepción pasiva, carente de cuestionamientos de cualquier información que por la propaganda se asume cierta.
Estar vivos ya es un buen motivo, lo que hacemos, hablará siempre mejor. No perder este ahora es la garantía para un mejor después, colmado de buenas anécdotas que compartir con las personas que acompañaron el proceso de crearlas.