En los últimos días, las respuestas a una simple pregunta de “cómo va todo” o “cómo está la cosa” no tienen cabida en este comentario. El mal humor, la impotencia o la incomodidad de noches dominadas por el calor y los mosquitos encuentran la máxima expresión en frases extremas, a consecuencia de la extrema situación.
Los apagones o “alumbrones” son el tema principal de las conversaciones diarias, y por mucho que las entidades correspondientes expliquen en términos de limitación en la generación térmica, déficit de capacidad, unidades en mantenimiento, roturas, falta de combustible… de lo único que entiende el cubano, el pinareño, es de las 10 horas o más que pasa sin corriente.
La realidad que en materia de electricidad viven algunas provincias del país (excepto La Habana) saca lo peor de cada ciudadano y muchos hasta lo desbordan en las redes sociales, tal vez como una manera de desahogar la ira acumulada que causan las continúas interrupciones del servicio.
Luego de ese estado de desenfreno habría que pensar entonces ¿cómo puede este país, con tantas limitaciones económicas resolver un problema como ese?
No es un secreto para nadie la situación que vive Cuba con el combustible, y si a eso le sumamos el estado casi obsoleto de las termoeléctricas cubanas, construidas hace más de 30 años, la esperanza recae solamente en el esfuerzo que pueden hacer hombres y mujeres para remendar lo que tenemos.
El pasado mes de mayo, en el espacio de la Mesa Redonda, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, primer secretario del PCC y presidente de la República apuntaba que ha sido muy difícil lograr oportunamente ofertas que cubran esa situación en relación con los combustibles, y se está analizando diariamente las variantes de operación combinada para disminuir los déficits de generación.
Dijo en aquella ocasión: “En el momento actual, entre mantenimientos, roturas y disponibilidad de combustible, la situación se avizora aún más compleja en los próximas días”. Y en efecto, mejoró, solo que ya en el mes de junio se tornó nuevamente complejo el escenario, incluso algunos comparan la situación con la etapa del Periodo Especial.
Mucho más cuando al apagón se suman los demás problemas que nos perjudican como el abasto de agua, los altos precios o la escasez de alimentos. Y se nos torna la vida un manojo de quejas e insatisfacciones, descontento popular que repercuten hasta en el plano familiar.
Más allá del aspecto práctico, de esa realidad que consume el optimismo y las buenas vibras está el factor subjetivo, pues las termoeléctricas necesitan mantenimiento, presentan averías constantemente, no tenemos petróleo… pero, y nosotros ¿qué hacemos?, ¿cómo ayudamos desde nuestra posición a paliar la situación?
Un colega comentaba que si a todos (también a la capital) les quitan un “cachito” de corriente, las horas de apagón nos tocaran a menos. Y en ello lleva mucha razón. Ya está comprobado que las programaciones que hace la UNE para cada bloque muchas veces no se cumplen, sobre todo porque no se cubre la demanda. Y como las redes sociales son también un termómetro, pululan las explosiones en comentarios de algunos territorios.
Sabemos que el llamado es a que el sector estatal tome medidas, pero la cuestión no es solo un llamado, sino a ponerlo realmente en práctica. Es momento de que esos centros, fuera del sector productivo, extremen las medidas en beneficio del sector residencial y que solo mantengan laborando a las personas indispensables para ello.
Y, aunque la indignación nos nuble el pensamiento y la palabra “ahorro” esté desterrada de nuestro vocabulario, o más bien sustituida por frases innombrables aquí, principalmente cuando nos regalan el “buchito” de corriente y queremos aprovecharlo al máximo, siempre se puede hacer uso racional de la energía, no como un eslogan manido de spots televisivos ni como la vía para solucionar la situación, sino como verdadero estado de conciencia que permita aportar al menos el mínimo de generación.