Podría considerarse como un acto irracional hablar de calidad hoy en Cuba, cuando las ofertas están cada vez más deprimidas en la red comercial del país y ante la urgencia de satisfacer necesidades básicas como alimentación, se adquieren productos que dejan mucho que desear.
Sin embargo, es necesario insistir en el tema, porque si los precios excesivos fuesen respaldados por la excelencia, eso mitigaría el impacto sobre las maltrechas economías familiares.
La reducción de producciones de diverso tipo es un hecho, pero las disponibles, para esas que hubo materia prima -incluso importadas-, energía y fuerza de trabajo, no siempre son las mejores.
Como ejemplo, una vez más, el llevado y traído pan de la canasta familiar; pero cuidado que no es el único, pues la lista podría ser extensa, ni es una deficiencia exclusiva de la elaboración de alimentos y mucho menos del sector estatal.
Entre los privados encontramos algunos que apuestan por eternizar malas prácticas y vicios que frenan el desarrollo hace varias décadas; porque sí, estamos bloqueados y nadie duda de su impacto sobre la economía cubana, como también la COVID-19 ha puesto lo suyo, pero hay mucho de chapucería que depende de voluntad.
El hacer más con menos es una de esas fórmulas de cuestionada validez, ya que funciona cuando se trata de ahorrar y trabajar en aras de la eficiencia, pero cuando esto se revierte en bajar los estándares de calidad, entonces es solo un pretexto banal para “cuadrar números” y “cumplir planes” con total irrespeto al cliente o consumidor.
Hay otra tendencia, tras lo que definiera Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República de Cuba como la: “necesaria y no deseable parcial dolarización en la economía”, de que todo aquello que tenga demanda y satisfaga las pautas de exigencia, pues se comercializa en Moneda Libremente Convertible (MLC).
Entendemos la urgencia que tienen empresas y trabajadores no estatales de divisas para financiar insumos, inversiones e impulsar el desarrollo; no obstante, ¿cómo va a satisfacer sus necesidades el ciudadano que no puede acceder a esas tiendas?
¿Quedará a merced de lo que definió Alejandro Gil, viceprimer ministro, como “economías paralelas… con determinado nivel de informalidad”, en alusión a los ciudadanos que importan mercancías para su posterior comercialización?
Se acerca la reanudación del curso escolar ¿cuán acentuadas estarán las diferencias entre niños procedentes de familias con solvencia alta, mediana y baja? Mucho, y abarcarán estos contrastes aspectos como mochilas, calzados, merenderos y los alimentos que lleven dentro de estos últimos.
Recibirán los mismos útiles y clases, esperemos que, sin preferencias, por la magnitud del regalo que puedan tributar los progenitores. Se han distanciado bastante los poderes adquisitivos, porque las ofertas en la red fuera de la de MLC escasean, y las disponibles parecen estar reñidas con cualquier gusto estético para niños, jóvenes y adolescentes, criterios estos de gran importancia.
No hay manera legal de adquirir la moneda que puede abrir las puertas a las tiendas en MLC, en el mercado informal se cotizan entre 75 y 85. Tomando el valor medio como referencia, alguien que reciba un sueldo de 4 000 pesos podrá transformarlo en 50 ¿y el resto de los gastos del hogar: alimentación, electricidad, teléfono, transportación, medicamentos…?
La otra alternativa, la “economía paralela”, para quienes viven del salario, se cumple la máxima matemática de que “no coinciden en ningún punto”.
En este contexto estamos urgidos de producciones nacionales con calidad, que se comercialicen en CUP y que tengan como cometido satisfacer las necesidades de ese obrero y su familia, cuyos ingresos no están sujetos a remesas u otras negociaciones.
Mientras el salario no tenga la capacidad de generar el bienestar y seguridad del ciudadano, no habrá manera posible de fomentar el amor por el trabajo y el reconocimiento de este como vía de sustento.