Mucho se ha escrito sobre atención, servicio y calidad, pero todavía muy lejos estamos, diríamos lejísimo, de alcanzar la eficiencia que necesitan los clientes, pacientes, consumidores, usuarios, o como se les llame a las personas que cada día precisan de algún beneficio.
Hace solo unos días, una conocida nos comentaba de cómo llegó a un centro médico con un familiar bastante delicado, y el enfermero lo atendió pegado al celular en plena video llamada, y así mismo en esta condición le aplicó el medicamento al paciente. Es de imaginar de qué paciencia y tolerancia tuvo que hacer gala la acompañante. Este es solo un ejemplo de los miles que diariamente apreciamos.
Pero eso no solo sucede en ese lugar en específico, estamos casi seguros que usted ha llegado a infinidad de sitios en los que ha tenido que esperar a que terminen de chatear, hablar o jugar con el celular para después ser atendido.
Un colega se vanagloriaba de que si había algo que él apreciaba de lo que teníamos seguro, era el pan de cada día. De este último, los criterios emitidos últimamente por las redes sociales y en otros espacios son pésimos.
Fotos de panes pequeños y de mal aspecto pululan por Facebook, además de opiniones sobre irregularidades en la venta, como es el caso específico de la panadería del Villamil, la cual está sin funcionar desde hace bastante tiempo, y no hay un horario fijo y seguro para el expendio del producto.
Este es un alimento necesario en el hogar cubano, eso nadie lo puede poner en dudas, sobre todo para el desayuno y la merienda de los más pequeños de casa, por tanto, merece atención esmerada para garantizar así una elaboración idónea; con normas de higiene garantizadas en su distribución; con un horario adecuado, que evite que los usuarios tengan que asistir dos y hasta tres veces al día en su búsqueda.
Insistimos porque para muchas personas este pan se convirtió en la única opción, debido a que este producto se vende por los particulares a precios exorbitantes. Un paquetico de pan suave, minúsculo, y que se diluye en las papilas gustativas, una vez lo echas en la boca, bien puede costar entre 150 y 180 pesos, y una telera puede llegar al valor de 140 pesos.
De chapucerías y mala atención puede estar hecho el día a día, incluso, todavía hay servicios que se reservan solamente por vía telefónica. ¡Increíble!, y aunque el necesitado o interesado se persone en la entidad, no importa, sencillamente le dicen: “Los números están puestos en la puerta, llame para obtener un turno”. Es como un enclaustramiento o encerrona, en el que el cliente perdió el viaje y el tiempo, entonces se queda en el limbo, casi sin solución.
Pensamos que cada idea y determinación que se geste en una entidad que presta servicios debe ser con el objetivo de favorecer a los clientes, y nunca de molestarlos o dejarlos sin que resuelvan su cometido.
En la sociedad, de una forma u otra, todos servimos; unos, producen materiales de construcción para ser utilizados en casas y obras sociales; otros, enseñan en las aulas; escriben para el periódico o libros de novelas; curan enfermedades; arreglan equipos electrodomésticos…, y un sinnúmero de ejemplos más, pero lo cierto es que siempre la conciencia de hacer las cosas con calidad, o no, marca la diferencia.
Las personas nos merecemos ser tratados como reyes, cada quien debe recibir lo mejor, y dar también lo superior. A veces nos volvemos intransigentes y exigentes, pero incapaces de generar satisfacción a los demás en nuestra profesión u oficio.
Hace años atrás existía un lema en la gastronomía y el comercio que decía “mi trabajo es usted”, y recordamos perfectamente cuánto esmero e importancia se les daba a los consumidores.
Hoy tenemos que ganar mucho y aprender de quienes hacen de este lema, más que una consigna, su razón de vida y tratan a los usuarios como si lo merecieran todo. Porque ciertamente, aún quedan valiosos prestadores de servicios.
Crear mecanismos y estrategias que nos permitan humanizar los servicios y su calidad es una obligación social, una deuda con nosotros y con los demás.