El teletrabajo, casi generalizado a causa del confinamiento exigido por la COVID-19, ha dado muestras de eficiencia para algunos sectores e instituciones, pero es cierto que sus dinámicas permiten hacer una planificación individual que da mayor espacio para las tareas del hogar, la atención a la familia y el autocuidado, actividades que, antes del 2020, se prorrogaban para las noches o los fines de semanas.
En esta pauta está una de las mayores gratificaciones de quienes han vivido la experiencia, sobre todo de mujeres que, por asignaciones de género, somos las que nos adjudicamos la mayor carga cuando cierra la jornada laboral institucionalizada. Lavar porque hay buen sol y no necesariamente los domingos en la mañana, cocinar a cualquier hora por la pulsión de saborear un plato y no por la sagrada obligación de cada tarde, planchar entre semana escuchando el estado de ánimo más que la presión del tiempo, son lujos que nos hemos dado en estos meses de distancia física.
Sin embargo, hay algunas con pocas vivencias que aportar a este debate. Para esas, las alarmas matutinas siguen vivas y el tiempo fuera de casa se incrementó en la nueva labor que realizan para el bien común, garantizando el orden de la población en los locales donde se expenden artículos de primera necesidad. “Las personas de la COVID”, como se nombran desde el sentido popular, tienen descanso limitado y sus tiempos se condicionan a la distribución de los productos, desde que llegan al local hasta que salen en las canastas de las familias.
Así pasa sus días, sin prisa, María Elena Barroso Moreno, licenciada en Cultura Física que, en la normalidad, labora en la dirección municipal de Deportes de Pinar del Río. A estas labores se incorporó desde el primer llamado del barrio y la FMC cuando el coronavirus llegó a la provincia. “En el mes de marzo me seleccionaron la mejor federada de la circunscripción 99 y esa distinción solo podía materializarse en el enfrentamiento a las condiciones que enfrentábamos.
“El primer trabajo lo hice como portera en la tienda Panamericana. Era un momento difícil, porque empezaban los miedos y las personas se desesperaban con la ausencia de productos, con la necesidad. Después estuve en La India, donde me enfrenté a todo el proceso de organización cuando se empezó a vender por la tarjeta de abastecimiento”, rememoró.
Su mayor tiempo lo ha pasado en el quiosco de la Calle Maceo, en el control de la compra por el bono de distribución de núcleos familiares del consejo popular Capitán San Luis. Vivir malos ratos con algunas personas no ha sido evento extraordinario en la faena, pero la atención amable, individualizada y la información precisa, las considera armas imprescindibles para el trabajo, lo que ha perfeccionado con la mezcla exacta de humor, ejemplo moral y carácter.
De forma general, la organización del servicio de distribución de la cadena TRD Caribe le ha facilitado el desempeño. “La mercancía llega siempre temprano y nos permite organizarnos. No nos vamos hasta que no dejamos lista la venta del día siguiente. Empezamos antes de las ocho y cerramos a las tres, aunque a veces salgo a casa a las cinco o seis de la tarde. Se necesita reponer fuerzas porque son muchas personas con sus preocupaciones y peculiaridades, y lo importante es que hagan su compra y se sientan complacidas”, nos contó.
Ancianos y niños en las colas por comodidad de la familia son situaciones que María Elena vive con dolor. A su juicio, los adultos adoptan estas prácticas sin valorar que son los más vulnerables al contagio de COVID-19. A Guerrillero explicó que hay información en todas las bodegas del Consejo Popular, y se ha diseñado un servicio voluntario de mensajería para evitar la movilidad de abuelos y madres solteras o embarazadas, en los que las mujeres también han dado paso activo y voluntario.
Hasta marzo, esta federada fungía como especialista en deporte y cultura física, y hoy, por casi nueve meses, vive imbuida en un frente de primera envergadura: la distribución de alimentos y productos de aseo al pueblo. Con su gesto, garantiza justicia para todos los núcleos, en un momento donde, créalo o no, también se hacen artimañas que pretenden burlar el orden con el que se piensan e implementan estas medidas equitativas, a pesar de los esfuerzos que implican en medio de la crisis económica que vivimos.
María Elena es un ejemplo de que, si se quiere, se puede. Sin experiencia en la tarea, y con dos padres septuagenarios a su cargo, entre cansancio y anécdotas se regocija con estas y su aporte al barrio, a las familias, a su momento, a su país.