Caminaba por la orilla de la carretera, de pronto algo voló desde un camión y lo golpeó por detrás. Casi sin recuperarse del susto y aliviado porque el golpe no fue grave, lo sobrecogió la sorpresa al ver el objeto contundente que yacía en la cuneta: nada más y nada menos que una tapa de ataúd.
Aunque pueda parecer un fragmento de una película de humor negro, el pasaje descrito anteriormente fue real, en horas de la mañana y a menos de un kilómetro del Cementerio Municipal, conocido como Agapito.
Después de poco más de 15 días, allí permanece la tapa voladora, ahora alejada de la orilla y cubierta por algunas hierbas, por obra y gracia de un vecino, en espera de que “alguien” la retire.
No es este un hecho común, no todos los días a uno lo golpea una caja de muerto, ni todos los días pasa un camión cargado de ataúdes sacados del cementerio sin una cubierta encima.
Aunque resulta preocupante la situación actual de los servicios funerarios por las limitaciones que todos sabemos, hay cosas que dependen de los recursos humanos y se pueden evitar.
Y no hablamos de la carencia de partes y piezas para los pocos carros fúnebres disponibles, sino de “pequeños” detalles que hacen más difícil el triste momento de despedir a un ser querido, que incluyen desde el acabado de los sarcófagos hasta los restos de estos últimos dispersos en varias calles del camposanto.
Pero si seguimos en la cuerda de los servicios comunales, peor aún es la cantidad de vertederos que pululan en las áreas aledañas a la ciudad.
Basta hacer un recorrido por algunas localidades de las afueras, donde metros y metros de basura adornan las cunetas, como en la zona de Siete Matas o en los alrededores de centros educacionales, dígase el politécnico Pedro Téllez Valdés o el círculo infantil Pioneritos del 2000.
Más complejo se torna el panorama en días de mucho viento, pues no solo se llena el ambiente de bolsas de nailon o papeles que recorren cuadras, sino de olores nada atractivos que inundan el entorno o vectores que traen consigo enfermedades.
Sería más fácil “echarle la culpa” a Comunales, ya que al final son los encargados de recoger los desechos, pero he sido testigo de que más de una vez han colocado contenedores para eliminar el vertedero y sencillamente la basura se queda fuera.
Es cierto que la recogida de residuos en las afueras de la ciudad no resulta tan sistemática como en las principales arterias, pero que los mismos ciudadanos que critican la suciedad sean los primeros en contribuir a que la montaña de desperdicios sea mayor, es más criticable aún.
De la higiene comunal depende también la salud de las personas, somos entonces los primeros responsables de que la ciudad esté más limpia para que nuestros hijos respiren sanamente cuando caminen por las calles.
Nos toca, como ciudadanos, velar porque no se ensucie el entorno y en cada comunidad existen organizaciones de masas que tienen más funciones que las de citar para reuniones o cobrar la membresía.
No puede ser cosa de días señalados o de visitas de primer nivel a la provincia que se haga un maratón de saneamiento. No se puede resolver en un día lo que lleva meses acumulado y que por ende causa malestar.
Existen vías y mecanismos para suplir la falta de camiones que recogen basura y que se pueden emplear a nivel de zona, de circunscripción, de vecindad. Existen también, desde el plano de la empresa estatal socialista, mejores maneras de fabricar un ataúd y a la vez cumplir el plan correspondiente.
Y por supuesto, existen formas más discretas y seguras de transportar restos de cajas extraídas del cementerio, sin que se corra el riesgo de que ocurra, en el peor de los casos, un grave accidente.