El odio que circula en las redes por estos días, la mala vibra, la frustración y la rabieta que genera la frustración, las medias tintas, los discursos vacíos, los discursos llenos de cinismo, la posverdad y la mentira, quedan definitivamente conjurados, desterrados en estos gestos del pueblo.
Pero parecen invisibles para quienes intentan reescribir, bajo el efecto de los vientos del norte, el concepto de pueblo. Instalar una rara definición en la cual una frase como «los artistas están con el pueblo», se refiere a los que lo dicen en sus cuentas de Facebook y no a estos que lo han hecho efectivamente en Matanzas, el epicentro de la epidemia en Cuba.
Cuando alega «los jóvenes del pueblo están en la calle», olvidan a estos estudiantes universitarios que se fueron, por propia voluntad, a un centro de aislamiento de su ciudad natal o se brindan para cuidar a sus vecinos.
Extraña definición que omite a quienes, como parte del pueblo cubano, ofrecen a las autoridades sus autos, su casa o sus manos para contribuir al enfrentamiento a la pandemia.
No es pueblo quien produce vacunas para la dictadura que beneficiarán por igual a todo el pueblo. Ni quienes, «ciberclarias amaestradas» o «carneros», trabajan de sol a sol para atender a los miles de enfermos del pueblo que, en realidad, solo necesitan ser «salvados» por las bombas seguras de una intervención humanitaria.
El pueblo, explicado por tales linguistas, no deja de serlo si sale de Cuba y escoge vivir en cualquier confín del mundo, pero ojo, si y solo si, esta dispuesto a ejercer su derecho a repetir lo que debe ser repetido y nada más que eso. El que se atreva a usar su libertad de expresión para pronunciar la palabra bloqueo, queda excomulgado del concepto.
Eso para no hablar de los incisos en los que excluye al hombre o la mujer del pueblo que solo quiere cuidar en paz de sus hijos e hijas en una sala de pediatría y rezarle en silencio a la Virgen de la Caridad que su pueblo salga rápido y bien de todo esto.