“Hay que estar cerca de la juventud, que eso se pega”, fue lo primero que nos dijo Marta Ramira Puentes Madera, una mujer muy alegre que a los 63 años tiene muchos deseos de vivir, y que siempre está dispuesta a hacerse sentir en su colectivo laboral.
Ríe bastante, y su carácter envuelve a todos en su optimismo, porque así enfrenta cada día esta maestra de la escuela Carlos Hidalgo, centro situado en el reparto Montequín, del consejo popular 10 de Octubre.
Ella es originaria del municipio de San Luis, precisamente de un barrio que le dicen Barbacoa, en Maximino. De aquellos días recuerda su escuelita de primaria y a su maestra Marta Fuego, con quien aprendió a leer y a escribir.
“Al terminar el sexto grado mi difunta madre, que trabajaba en la escogida y yo la ayudaba por las tardes, me dijo: ‘Aquí no puedes estar todo el tiempo, hay que estudiar’, cuando eso teníamos también la opción de Enfermería, pero ella me dijo el domingo ‘te vas para Limones’.
“Me preparó mis cosas, mi difunto tío me montó en un caballo con él, y yo detrás con mi maleta de madera, así me fui para Limones en Sandino, salía de pase cada 21 días. “Cuando aquello venían las guaguas de La Habana, Las Gamberras, a sacarnos, y nosotros por la noche marcábamos en la cancha deportiva para hacer la cola para el día siguiente.
“Allí estudié en la Formadora de Maestros que había antes de llegar a Sandino, entrando por la derecha; en el plan tomate íbamos al trabajo voluntario, practicaba deportes que me gustaban, recuerdo al profesor Tino y a Bartolo”.
Después la pasaron para Pinar del Río, para la “Carlos Hidalgo”, donde hicieron el segundo año, luego en el tercero Fidel inauguró la pedagógica nueva.
Ahí terminó el quinto año y hasta San Andrés de Caiguanabo marchó a cumplir su práctica docente, su primer trabajo fue en San Cristóbal, en López Peña.
“Recorrí Pinar del Río entero con mi jaba siempre al lado ayudando a mi mamá, porque mis padres estaban separados y tenía que apoyarla. Mi mamá enfermó y regresé para San Luis, estuve trabajando en la ‘Gerardo Medina’ en Forteza”.
También trabajó en la Villena, frente a la vega de Alejandro Robaina, luego se casó.
“Comencé a trabajar en la ‘Carlos Hidalgo’ en Pinar del Río en 1981, desde esa fecha me mantengo en esta zona, porque esa escuela era una anexa a la pedagógica, donde todos los metodólogos, directores y maestros iban a observar las clases que impartíamos, me formé en el surco, siempre con la maestra María López y Aleida Cabrera, que me ayudaron muchísimo”.
Después los trasladaron para el seminternado Carlos Hidalgo, que es la escuela en la que están hoy.
“Durante todos esos años he tenido muchos estudiantes hijos de médicos, maestros, obreros de diferentes esferas y esas personas me adoran, porque creo que me he sacrificado por mis niños y dado lo mejor de mí”.
AMOR Y VALORES
No solo de los contenidos habla la maestra Marta, también de los valores que trata de inculcar en sus alumnos, siempre con el afán de prepararlos para la vida.
“Hoy tengo estudiantes que ya son médicos que me mandan mensajes y que elogian mi trabajo, otros que trabajan en otros oficios, es que son tantos”, nos dice con orgullo contenido esta mujer que se jubiló en 2019 y que nunca llegó a salir del aula.
El curso pasado concluyó el ciclo con un grupo de cuarto grado, que están aún detrás de ella, con sus puntuaciones, constantemente dando noticias halagadoras.
“Y todavía les pregunto por qué no hicieron la tarea, llamo a sus padre y les digo que hablen con la maestra, me preocupo, y así trato de ayudarlos, porque es mi deber”.
Ella le enseña el respeto por los compañeros y el apego a los estudios.
“A veces las personas me preguntan ¿cuándo te vas para la casa? Y les respondo que no sé, porque mientras la mente me lo permita y mis condiciones, pienso estar en el magisterio, pues me gusta lo que hago, enseñar a los niños, que ellos me digan: ‘Estoy aprendiendo’, o ‘Me gusta la maestra’. Eso es algo que en las condiciones difíciles que vivimos, quizás haya personas que no les interese, pero a mí me ayuda, enaltece y me da deseos de trabajar y seguir adelante.
“Que te digan: ‘Ay como avanza el niño’, eso me hace sentir útil. En mi casa lo único que haría es ver novelas y a mí no me gusta, las de la televisión y ya, pero estar todos los días en los mismo, no”.
A cinco paradas de la guagua vive Marta, la escuela no es tan cerca, sin embargo, esta escuela es lo suyo. Cuando pasó el huracán Ian ella vino a pie y…
“Cuando me enfrenté a la escuela me quedé… (Las manos de Marta van al pecho y se aprieta), porque ver lo que uno siente suyo destrozado en solo horas… entonces nos preguntamos, ¿y esto qué es? ¿Qué vamos a hacer?
En ese momento estaban los trabajadores aquí, y dije que todos los días no podía venir a pie, que descansaba uno y volvía otro, así trabajamos, siempre en unión con los jóvenes, nos incorporamos, ayudamos en lo que pudimos.
“Ya después iniciamos las clases, pero a pesar de las necesidades que tenemos, las dificultades con los libros de textos y de cómo tenemos los techos, esto es lo nuestro, por lo que tenemos que seguir así.
“No podemos pretender tener una escuela nueva en estos momentos, hay que impartir las clases dando lo mejor de sí, desarrolladoras”.
AMOR Y RESPETO
Sus alumnos y padres son como su familia, se identifica plenamente con ellos.
“Para mí todos los estudiantes son buenos, en el grupo anterior, tengo un niño que presentaba problemas en el hogar, pero he tratado de acercarlo mucho a la escuela, él había repetido el segundo grado, aquí tratamos con él y lo atendemos.
“Cuando la Covid-19 venía desde mi casa hasta donde él vive a visitarlo y a traerle sus hojas de estudio, eso lo motivó mucho.
“Para mí no hay diferencia entre los alumnos, los que más dificultades y problemas tienen son los que más quiero”.
Por eso nos contaron cómo ese niño en un escrito le dio las gracias, pues todo lo que sabía se lo había enseñado ella. No solo él, la totalidad de los alumnos del grupo le dejaron mensajes encima del escritorio.
“A veces creemos que cuando un estudiante tiene problemas y la familia no lo acompaña, lo mejor es enviarlo a una escuela especial, y no es así, ya que uno puede hacer un trabajo y hacer valer los conocimientos, pedir opiniones, ayuda e insertar a ese niño a la sociedad, a la escuela.
“Cuando ese niño llegó aquí en segundo grado no sabía leer ni escribir, pero se trabajó con él hasta que lo logramos”.
Ella nos habló sobre la experiencia con una estudiante con necesidades educativas especiales que vivía en el “Hermanos Cruz”.
“Cuando se incorporó a la escuela daba mucho golpe, no quería venir, pero con la labor que se hizo con ella y la familia, que la apoyaba mucho, llegó a sexto grado y se incorporó a una escuela de oficios.
“Supe de ella porque me visitó en mi casa, fue con su esposo y ya embarazada, me dijo ‘maestra ya estoy trabajando’.
Marta tiene dos hijos, una hembra y un varón, de ellos nos habló con mucho amor.
EL AMOR Y LA MARGARITA BLANCA
El día de nuestra visita, Marta impartía en su grupo un tema que trataba sobre la lectura La Margarita Blanca, la vimos ejercer su profesión, desarrollar sus dones para enseñar y buscar que los alumnos se sintieran motivados, lo logró.
Así vimos manos levantadas, respuestas a cada pregunta y mucho entusiasmo por aprender en los niños.
La maestra Marta para preparar una clase se sienta con los documentos necesarios y ver lo que pueda vincular con la clase para lograr la motivación, y así les llegue mejor la información del contenido.
Es de las que pregunta a sus alumnos el qué, el cómo, el cuándo, el por qué… y ellos piensan y responden todo acerca de la historia de la Margarita.
Nos gustó su modo de dar clases y de tratar a los niños, porque ella sencillamente es una maestra de verdad, de esas que los años de trabajo, lejos de desilusionarla, la llenan de sueños, de amor para dar y de enseñanzas para compartir.