Sí, es una realidad: todo está sumamente caro. Y también lo es que con el pasar de los días, el bloqueo, la inflación, el precio del dólar estadounidense, la falta de insumos en los campos, los intermediarios, y hasta la poca vergüenza de algunos… pues de a poco los precios continúan creciendo de forma exponencial.
Y que la mente no nos lleve solo a pensar de forma instintiva e involuntaria en los productos agropecuarios. No. Lo anterior es aplicable a cualquier esfera, “carretilla” o “mesita” sin importar siquiera la provincia.
Por muy incierto que parezca, existe una realidad oculta tras la consonancia de los costos de los diferentes productos. En este sentido pudiese pensarse en que en algunos lugares de esta provincia algo podría estar un poco más barato. Pero no, los precios están sindicalizados.
Esto es, incluso, tanto risible como triste si se pensara que, porque algún territorio produzca algo, pues lo tendría más barato en sus tarimas. Ya le digo amigo lector, todos los vendedores conforman un sindicato invisible.
Quizás algunos dirán “bah, es solo que existen los precios topados”, pero usted y yo sabemos bien que no es así. Bastantes violaciones, agravios e improperios al cliente/consumidor y hasta ausencia de tablillas harto hemos visto.
Ya lo comentábamos líneas antes, no solo el asunto radica en los productos agropecuarios, sino también en otros bienes tangibles como en los útiles del hogar, calzado y textiles, herramientas, pinturas, e incluso, en un simple tornillo.
Pero si vamos más allá, el fenómeno de la “sobre apreciación” también es palpable en cosas intangibles como en un punto de soldadura necesario a alguna verja, la rosca de alguna tubería para instalaciones hidráulicas, o abrir un hueco en la pared de la casa con un chipijama especializado.
Ejemplos existen miles, de seguro usted pensará en muchos más, pero reservemos este último.
Evidente, cada cual impone sus “servicios” y sus “aprecios” como mejor le convenga, eso no admite discusión. Lo que verdaderamente preocupa es la falta de sensibilidad o de tacto de casi la totalidad de la sociedad –mi modesta opinión– en este sentido. Ya nadie vende barato para generar competencia.
Ya lo conversábamos imaginariamente usted y yo… “si me suben la malanga, pues debo subir también lo que ofrezco para equiparar gastos versus ingresos”, nada discutible. Pero todo con raciocinio, ya que de lo contrario estaríamos ingresando a la entrada de una jungla sin salida.
Me pregunto, aparte de los precios que se topan por el Gobierno, –debatibles, por cierto– ¿quién más los propone, los fomenta y los viola?; pues ese sindicato invisible del que les comentaba.
Preguntémonos de dónde salen los precios que se fijan en cada mesita o carretilla ambulante, a mi entender son puestos a la conveniencia de sus gestores, fijando para ello márgenes comerciales por encima del 200 por ciento.
Indaguemos por qué en algunos establecimientos no están las tablillas con los costos asociados a los productos, o peor aún… de existir, por qué al momento del pago el vendedor te espeta que el precio es otro.
Sigamos en ese camino y tomemos como ejemplo alguna vianda topada con un precio cualquiera. Bien sabemos que en caso de que se cumpla lo indicado, la calidad no siempre acompaña. ¿Por qué motivo entonces se nos instiga a adquirir un producto de tercera y pagarlo a precio de primera o a ficha de tope máximo?
Mientras no seamos capaces de combatir y hacerle frente a estas situaciones y adversidades, y ponerles un coto a mentes avariciosas, continuaremos en esta espiral vertiginosa.
¿Recuerdan lo del chipijama más arriba? Pues el escriba recientemente necesitaba tales servicios, y al llamar a la persona encargada de tales menesteres, el interlocutor replicó: “No hay problema. Yo te hago el trabajo. Por solo 100 pesos te abro el hueco”.
No diré más.