Desde varias posturas políticas, religiosas y culturales surgen teorías apocalípticas, entre las más populares estuvo sin duda el fin del mundo pronosticado por los mayas para el 2012, y que, a inicios de este año, en serio y en broma, muchos reposicionaron en el 2021.
Y aquí estamos con heridas pendientes de cicatrizar, recuerdos dolorosos que nos tallaron el alma, pérdidas irreparables y otras muchas cargas con las que lidiar; somos sobrevivientes a una “plaga” que ha costado más de 5 000 000 de vidas y a ellos les debemos seguir adelante, retomar las esperanzas y hacerlas futuro.
Lugares vacíos, ausencias y nostalgias formarán parte de estos días de fin de año. Cuando despedimos el 2020 pensamos que habíamos dejado atrás lo peor en la batalla contra esta pandemia, pero el 2021 trajo el auge de la variante Delta y el dolor se enseñoreó en el planeta, con fuerza tal que más de una vez nos doblegó, pero como reza el refrán “lo que no te mata, te fortalece”.
No dejemos que vaticinios oscuros se apropien de nuestros pensamientos ni tampoco el triunfalismo, porque todavía no es tiempo de celebrar la victoria de la humanidad sobre el letal virus. No obstante, cada amanecer es un nuevo comienzo y este primero de enero no será diferente. Iniciemos el recorrido por los venideros 12 meses aferrados a lo mejor de todo cuanto nos queda, aunque lo haremos en un mundo más pobre, polarizado e interconectado que tiene ante sí el gran reto de recuperar eso que llamamos normalidad y que no es otra cosa que las rutinas diarias en el plano individual, familiar y social.
Según la numerología el 22 es un número maestro: significa que tiene “una vibración especial para realizar una serie de misiones para la evolución de la conciencia a nivel planetario”; se le concede, además, poder de “realización y éxito”.
De acuerdo con los entendidos en la interpretación de los números, esta cifra en cuestión favorece para prácticas emprendedoras, optimistas, perspicaces, generosas e idealistas, dotando de fuerza para transformar la sociedad.
Como casi todo en la vida, también tiene un lado negativo que conduce a la arrogancia y al desinterés por completar proyectos. Indudablemente al margen de cálculos y augurios será otro periodo de existencia en el que los humanos marcaremos la diferencia con el quehacer diario, en dependencia del empeño y voluntad que pongamos en materializar nuestras aspiraciones individuales y colectivas.
Ojalá y tanto dolor, muerte y aislamiento haya servido para que seamos más solidarios y empáticos con nuestros semejantes, que la mezquindad fenezca junto a esta pandemia y haya un resquicio para que la equidad aspire a una era de esplendor. Que valoremos más esos momentos que podemos pasar junto a las personas que amamos y renunciemos a prácticas baladíes que nos alejan de las virtudes.
No será época de quimeras, pero sí de renacer de esperanzas y muchas de esas las precisamos en Cuba, para que cerremos las brechas acrecentadas por una crisis donde indolentes han hecho zafra a expensas de necesidades ajenas, pensemos que azuza- dos por un instinto de supervivencia propio de tiempos como los que vivimos.
Entonces tengamos fe en la capacidad humana de mejoramiento, aunque nos sea esquiva la perfección y no cejemos en la búsqueda de nuevos logros, espirituales y materiales. Dejemos de lado la prepotencia, pues estamos todavía recibiendo dolorosas lecciones de humildad por un virus que desconoce razas y clases sociales, poniendo al descubierto las vulnerabilidades de un mundo donde las fronteras son inútiles.
A los cubanos nos toca centrarnos en que el presente permita alimentar al futuro, crear certezas de un mañana promisorio y seguro, ajeno a otros vaivenes que no sean los del movimiento de este pueblo en camino a la prosperidad y la alegría.
Que el 2022 nos sea propicio a todos, y si usted es de los que cree en vaticinios tiene los números a su favor, si no sabe que este primero de enero empieza un nuevo ciclo en el que puede poner las fuerzas del Universo a su favor, en cualquier caso: ¡Felicidades!