Hace 53 años, precisamente en enero de 1968, Luisa Marina Pérez Álvarez comenzó su carrera en el antiguo Teatro Guiñol de Pinar del Río. Por aquel entonces no imaginaba que se convertiría en la abuela Rosario y que trabajar para los niños sería luego su razón de ser.
Cuando hablamos de su infancia, enseguida le cambia el tono jovial de su voz y casi con lágrimas en los ojos recuerda lamentables pasajes que le curtieron el carácter y el espíritu que muestra.
“Mi niñez fue un poco triste, primero por la miseria que había, que acababa con las ilusiones de cualquier niño. Además, fui muy enfermiza, desde los siete años me detectaron envejecimiento en los riñones y a los ocho debuté con cefalea migrañosa. Eso me hacía faltar mucho a la escuela. Cuando iba a empezar la secundaria murió mi mamá. Imagínate, tenía seis hermanos más chiquitos, tuve que matricular por la noche. Mi papá trabajaba en lo que apareciera, y así nos crió a todos y nunca se volvió a casar”.
Por el día Luisa trabajaba limpiando una casa. Aquel esfuerzo de una adolescente enferma y diminuta le valió deformaciones en las manos y en los brazos, secuelas que muestra mientras narra su historia.
Su amor por la lectura y los resultados en concursos de ortografía y redacción en la escuela, hablaban por sí solos del talento de aquella jovencita, hasta que la señora de la casa le propuso ser maestra suplente para niños de preescolar.
¿Entonces cómo llega a la actuación?
“Un día pasé por lo que es ahora el preuniversitario Rafael Ferro y estaban dando un taller de actuación. Allí había grandes figuras del arte en aquel tiempo, entre ellos Aldo Martínez Malo. Yo me quedaba fascinada viendo aquellos talleres, los ejercicios que hacían, y soñaba con estar ahí. Un día me invitaron a entrar y a participar.
“A mí lo que me gustaba era el teatro dramático, pero no había plazas. Entonces Julio Cordero me propuso ir a trabajar en el teatro para niños. Yo decía que no me gustaba esa bobería de los títeres, pero bueno, había que ganarse los pesos; entonces hice la prueba, me dieron el papel de una abuelita y parece que lo hice bien porque me aceptaron.
“Empecé con títeres de varilla, el más difícil de todos. Me otorgaron la plaza de actriz y así me fui enamorando de aquello, cuando me llamaron del dramático no me quise ir. Empezamos a recibir talleres con los mejores profesionales del país. Yendo de aquí para allá a cuanto festival se hacía. Había tanto títere, tantas cosas lindas. Después surgió el grupo Caballito Blanco y allí estuve por 40 años”.
Destacadas figuras del teatro pinareño le acompañaron en ese andar: Luciano Beirán, Carlos Piñeiro, Silvia Domínguez, Teresita Viña, entre otros. Pero nunca se conformó y siguió superándose, trabajando sin descanso, sin faltar un día, como ella misma dice.
“Fui dirigente sindical por muchos años, di clases de teatro para niños en la Escuela de Instructores de Arte; además de asistente de dirección, productora, promotora, profesora de manipulación de títeres a actores noveles: he hecho de todo”.
Durante 12 años Luisa resultó Vanguardia Nacional y ha merecido reconocimientos y premios que avalan su trayectoria artística. Luego de cuatro décadas en “Caballito Blanco” decidió hacer su proyecto de la abuela Rosario en solitario y con sus títeres no ha dejado de presentarse en círculos infantiles, hospitales pediátricos, casas de abuelos, comunidades y festivales en varias provincias del país.
¿Cómo llega a la narración oral?
“Yo no sabía que narraba, una vez en la cruzada teatral Guantánamo-Baracoa, adonde estuvimos invitados, estábamos esperando el transporte. Ya habíamos terminado el espectáculo, pero el público no se iba. Entonces se me ocurrió hacer un cuento y Virginia López, una actriz y narradora oral guantanamera, me dice: ‘Luisa tú eres narradora’. Yo no sabía qué era eso. Entonces me embulló a participar en la bienal internacional de Santiago de Cuba.
“Había acabado de ganar un festival de pequeño formato con Lo mejor y lo peor del mundo: la lengua, pero con títeres planos. Pensé que si quitaba los títeres y contaba la obra, eso me podía servir. Esa noche estaban todos los grandes narradores de Cuba en el público: Haydee Arteaga, Mayra Navarro, Elvia Pérez. Hice mi narración, y fíjate mi emoción cuando oí aquellos aplausos, que mi boca estaba seca y no me podía sostener”.
A partir de ahí confiesa que nunca más dejó de narrar. La voz le tiembla cuando rememora aquel momento a la vez que lamenta que en Pinar sea una manifestación apagada.
“Aquí hay buenos narradores, pero no se incentiva. Silvia Domínguez luchó mucho por eso, ella fundó el festival Río de palabras y durante siete años fuimos subsede del Contarte de La Habana, pero se desgastaba porque se dieran esos eventos. Con el proyecto Artecuento, que ella dirigía tuvimos otra larga lucha, hasta que logramos materializarlo”.
Los niños…
“Los niños han sido mi vida. Creo que la pandemia me ha afectado tanto porque no he podido estar con ellos. Ese trabajo no tiene comparación. En la narración, por ejemplo, tienes que entrarles por los ojos, no los puedes perder, contar la historia para el primero de la fila pero también para el último de atrás, y nunca perder su atención. Además, tengo que caminar, incentivarlos, no puedo estar tiesa”.
Nada la recompensa más que la satisfacción de hacer reír y enseñar a los más pequeños. La biblioteca, los círculos infantiles, las salas de hematología, los centros de diagnóstico, los hogares maternos y las casas de abuelos se han convertido en espacios donde la narración oral y los títeres encuentran agradecimiento, cariño, esperanza y amor.
En la sala de su casa hablamos de lo duro que fue el proceso de jubilación, aunque se mantenga activa con su proyecto. Hablamos de pataquines, de cuentos folclóricos y de sus creencias que no solo se limitan a la religión.
“Creo en la honradez, en la verdad y la sinceridad. Creo en la Revolución, porque por eso fue que pude estudiar. Gracias a ella mis hermanos se hicieron licenciados. Todo se lo debemos a la Revolución y al esfuerzo de mi padre y de mi mamá mientras estuvo.
Con más de siete décadas de vida, siempre se maquilla, se peina, se arregla incluso para estar en la casa. Aún tiene sueños y muchas cosas por hacer. Ensaya casi todos los días nuevas obras con Úrsula Martínez y lamenta cuando pasan tres días sin leer un libro.
Casi al despedirnos hablamos de la importancia que se le debe dar al teatro y a la narración oral en la provincia. Orgullosa habla de sus hijos y de cómo les ha trasmitido los valores que desde niña le enseñaron sus padres.
Le pido un consejo para los jóvenes artistas, que en definitiva son el relevo de lo que ella y muchas otras figuras del teatro pinareño han sembrado:
“Hay que estudiar para ganarse las cosas, hacer trabajo de mesa, leer todos los días. Nunca puedes creer que llegaste a la cima”.