Si hablamos de precios en Cuba, seguro que muchos lectores dirán ¿otra vez?, pero pienso que uno de los principales problemas que hoy llevamos sobre nuestras espaldas es la elevación presurosa del costo de la vida en el país.
Sobre esta inflación se han explicado las causas, entre ellas por supuesto la gran y cada vez más creciente brecha entre la oferta y la demanda, que se fundamenta en la improductividad, la falta de eficiencia empresarial, la carencia de recursos de todo tipo por el crudo bloqueo estadounidense, el incremento del costo de las materias primas, y muchos otros factores que dejo a los economistas.
Pero lo cierto es que toda esta teoría, por muy explicativa y “convencedora” que parezca, resulta superada con creces por la realidad del cubano, al que cada día se le hace más difícil llevar el sustento a la mesa familiar.
Es casi imposible mantener de manera honrada la alimentación, vestimenta y transporte de la familia, mucho menos se puede hablar de otros aspectos necesarios para el ser humano relacionados, por ejemplo, con la necesidad de comunicación y recreación.
Los precios se han duplicado y triplicado, mientras los salarios se mantienen estables e inoperantes. Estas incongruencias se sienten aún más si hay un enfermo, un anciano o un niño pequeño en casa. Los que están en estos casos me darán la razón.
En los últimos tiempos y de forma explosiva los precios han crecido aún más, tanto los de particulares como los de estatales, y a veces nos parece que los últimos tiran de los primeros, ¿o viceversa?, para alarma de la población cubana, que en otros tiempos se veía protegida por los estatales.
El que tenga algo de memoria sabe que en la actualidad un queso Gouda (un súper lujo) cuesta casi el doble de hace un tiempo atrás, y así sucede con muchos productos, lo que provoca que los kilos sumen, por lo que el dinero que logres poner en tu tarjeta magnética en “divisa” se «diluye» en un santiamén. Eso es para los que pueden, que no es la mayoría, que conste.
Preocupa, y mucho, que los mecanismos establecidos para que los trabajadores particulares compren al por mayor y después “revendan”- porque es al final lo que hacen- , a veces se convierten en instrumentos para encarecer los pocos productos que pudieran comercializarse más baratos.
Por un pomo de refresco, las personas tienen que desembolsar 300 CUP, y la pregunta sería ¿cuánto cuesta producirlo? ¿De veras es necesario ese súper precio? Este es solo un ejemplo, la lista sería interminable.
A todo esto le sumamos que los precios de la canasta básica para nada pasan por asequibles y menos los del agro.
No soy economista, pero sí gente de pueblo, por lo que hablo desde mi bolsillo y por él, y por más que saco cuentas no da. Una simple cajita de jugo, de las pequeñas, la que solo nos damos el lujo de comprarlo para un niño o un enfermo vale entre los 145 y 190 pesos, incluso en los puestos aledaños al hospital Abel Santamaría, al igual que en la cafetería que está en su interior.
De forma general todos los alimentos tienen un precio excesivo, los transportes particulares cobran cada día más por viajes, mientras se sigue el encarecimiento de los productos de dudosa procedencia que se negocian por los grupos en las redes sociales e igual los de las tiendas por MLC que se revenden.
Hay que estudiar la cuestión, pero más que eso hay que actuar, no podemos darnos el lujo de seguir a la espera. De los precios depende el nivel adquisitivo de la población y la cantidad de servicios y víveres que pueden recibir o adquirir con su menguado salario.
Por supuesto, la palabra de orden es producir para poder incrementar las ofertas, una solución como se ha visto en la práctica nada inmediata y que hace falta estimular.
Prohibido olvidar a los casos vulnerables, a los que reciben asistencia social, a los ancianos que viven solos y hasta a los jubilados, esas personas que tanto aportaron durante años con su trabajo y que ahora también están dentro de los más desprotegidos, con un salario de un poco más de 1 500 pesos.
Cuesta arriba, como en pirámide altanera y desdeñosa, se muestran cada día los valores de las cosas y, por si fuera poco, parece ser una estrategia de industrias y empresas para aumentar los ingresos, claro, con menos producciones.