El término desvalido hace alusión a un sinnúmero de derivaciones y sinónimos en la lengua española. Sin embargo, entre todos ellos –y para calzar estas líneas subsiguientes– me quedo con la interpretación de “abandonados a nuestra suerte”.
Lo digo precisamente, porque en la Cuba actual existe un gran porcentaje de problemas que se escapan, tanto de nuestras manos como de las manos y la gestión gubernamental: díganse estos por falta y escaseces de recursos debido al bloqueo estadounidense o “por cosas del orinoco”.
No obstante, me gusta pensar a contracorriente, y en muchos de estos escenarios cotidianos, cargados de dificultades, se me antoja repasar más sobre la dejadez y la salida fácil a las que estamos tan acostumbrados.
Por supuesto, en esto coexiste un factor extremadamente determinante y que influye sobremanera: la apertura del sector no estatal y las “bondades” del mismo para la deprimida economía nacional.
Tanto es así, que poco a poco, de forma silenciosa y casi sin percatarnos, hemos ido relegándoles, regalándoles, entregándoles espacios, acciones y facultades que antes eran, únicamente, de competencia estatal.
Y usted se preguntará, amigo lector, por dónde vengo…, pues he aquí el colofón de lo anterior y solo por mencionar dos de las inquietudes que en los últimos días me han pedido abordar: la existencia y/o factibilidad “a la mano” de espejuelos y prótesis dentales.
Sí, ambos casi extintos y muy demandados por la población adulta y también joven.
Hablo con conocimiento de causa. Una amiga, tras un tiempo prolongado de espera por sus espejuelos de la óptica, al final terminó por “colgar los guantes”.
“Era demasiado y ya no podía permitirme estar más tiempo ciega por no contar con bifocales”, agregó.
Según ella, primero fue casi imposible hacerse con una armadura resistente y de buen gusto. Luego, la espera por los lentes, y el último de los percances: la coyuntura electroenergética.
Y fíjese, amigo lector, que obvio las prótesis dentales, pues todos sabemos por dónde cursa ese asunto, y es preferible no herir sensibilidades. Sigamos entonces con los dichosos bifocales de Miriam.
Cuál sería mi sorpresa al verla con unos flamantes espejuelos en la sala de su casa escogiendo arroz, mientras veía la novela de las tres. Sin embargo, su sonrisa, a modo de burla pícara, me daría el tema que comparto con usted hoy.
“100 dólares americanos. Ese fue el precio de devolverme la visión papito”, espetó de forma sarcástica.
La sinapsis neuronal de mi cerebro se interrumpió durante un breve instante.
“Na’ no jodas. Tú estás jodiendo”, le respondí, Pero no, su cara era un verdadero poema.
Este no es un problema nuevo, pero sí duele, y mucho, sobre todo, cuando te encuentras con historias como estas. Mi amiga tuvo la suerte del familiar en la orilla vecina… pero seamos realistas, no todo el mundo tiene esta alternativa, y de tenerla, no creo encontrar a alguien que no le arda el bolsillo por un par de espejuelos comunes.
Resulta triste ver las otrora vidrieras de las ópticas estatales repletas, cargadas de opciones, de estilos, de personalidades. Vidrieras que hoy día se empañan con carteles, pasquines, consignas y algún que otro cartón o tablas para tapar la vergüenza del vacío y el desabastecimiento.
Bien debería pensarse en –lejos de empoderar más a quienes ya rompen sus bolsillos por excesos– en alternativas atractivas, reales, cómodas y para nada agresivas para quienes necesitan de este servicio y de estos productos.
Todos al menos creemos saber las razones trilladas del porqué de este asunto; sin embargo, hay que mirar más allá, salir del callejón, de las respuestas fáciles. Es necesario repensar estrategias y opciones certeras que nos “devuelvan la visión” como a mi amiga Miriam, productos que, al menos, estén ahí para cuando los necesitemos… pues en algún punto todos precisaremos de ellos.
Para nada estoy en contra del sector privado y sus “rejuegos”, pero sí de sus políticas de precios leoninos y de supuestas “legalidades” cuando de algo tan sensible se trata. Y ciertamente, los bifocales de Miriam fueron por la izquierda.
Lo ideal es llegar a ese fallido punto medio que tantas veces nos sobrepasa y, desde ahí, comenzar a levantar los cimientos de un futuro en el que ganemos todos: un futuro en el que un par de espejuelos –y tantas otras cosas– no nos invaliden, nos pasen factura o nos deje indefensos ante la vida.