José Martí cayó el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos, Oriente. Al cumplirse dos años de su muerte Paulina Pedroso, la madre negra del Apóstol, escribió en el periódico de Tampa: «Te quise como madre, te reverencio como cubana, te idolatro como precursor de nuestra libertad, te lloro como mártir de la Patria. Todos, negros y blancos, ricos o pobres, ilustrados o ignorantes te rendimos el culto de nuestro amor. Tú fuiste bueno: a ti deberá Cuba su independencia».
Una tortuosa vía crucis signaría el traslado de sus restos hasta su morada definitiva: Santiago de Cuba. El Apóstol tuvo cinco entierros: El 20 de mayo el cadáver fue arrojado en una fosa común en el cementerio de Remanganagua. El 23 de ese mes fue exhumado por el doctor Pablo Valencia, quien hizo la autopsia y lo embalsamó. Días después fue enterrado en el nicho 134 en Santa Ifigenia.
En 1905 las galerías de nichos se demolieron por las condiciones sanitarias del camposanto y se levantó un templete en su honor, a cargo de José Boffill, inaugurado el siete de diciembre de ese año. En septiembre de 1947 tuvo lugar el cuarto entierro, al trasladar sus restos al Retablo de los Héroes, en el propio cementerio; y en junio de 1951 se extrajeron sus restos para rendir los honores del quinto entierro, el 30 de junio, en el mausoleo en Santa Ifigenia.
En Dos Ríos, allí donde cayó el Héroe, fue señalado con una cruz de caguairán en julio de 1896. Concluida la invasión a Occidente, Máximo Gómez como forma de honrarlo recogió unas piedras y las colocó en el lugar del hecho. Sus hombres lo imitaron. Un mes después, Calixto García y las fuerzas a su mando depositaron otras sobre las que ya marcaban el sitio de la caída del Apóstol, ocasión en que Gómez sentenció: «Todo cubano que ame a su Patria y sepa respetar la memoria de Martí, debe dejar siempre que pase por aquí, una piedra».