Un año más… otro Día de las Madres, otra celebración, aunque algunos estén distanciados de esos seres de luz que son las madres; razón que los obliga a inventar corazones para mitigar el espacio entre ellas.
Este día olvidaremos los domingos a veces suspendidos, cancelados, aplazados o celebrados a medias, y reiremos con quienes marcan la diferencia escondiendo dolores detrás de una sonrisa siempre dispuesta.
Haremos que esta sea una jornada apasionada para agradecerles que nos envuelvan en un velo angelical aun cuando peinemos canas, para premiarlas por todas esas caricias y besos cuando los merecíamos, y cuando no; por esas palabras que necesitábamos escuchar, y las que no. Por todas esas noches sin dormir, por todos los miedos sin saber que lo estaban haciendo muy bien, por la renuncia que seguro hubo, por enorgullecerse cuando tenemos éxito y, sobre todo, por tener tanta fe en sus hijos, incluso, cuando nosotros mismos no la tenemos.
Y es que el amor de una madre es como ninguna otra cosa en el mundo. No conoce la ley, no tiene lástima, desafía todas las cosas y aplasta sin piedad todo lo que se interpone en su camino. Es el único sin condiciones, sin peros ni intereses, que sobrevive al tiempo y a la distancia. Es el único capital del sentimiento que no quiebra y con el cual se puede contar siempre, es paciente y perdona cuando todos los demás abandonan… es lo que sostiene a la raza humana.
Cada mamá vive en función de sus hijos, y es así como se convierten en profesoras de Matemáticas, Geografía, Historia y Lenguaje; asesoras de imagen, psicólogas, doctoras, y hasta se vuelven chef internacionales privadas, capaces de satisfacer todos nuestros caprichos culinarios.
Este domingo (aunque debiera ser todos los días) le agradeceremos por su cariño, por prepararnos la merienda, por recordarnos que debemos “ponernos el abrigo para no resfriarnos”, por llamar mil veces preocupadas si hemos comido aunque tengamos 40 años.
Este domingo, otra vez bastará su mirada para cobijarnos, para saber qué nos pasa, regañarnos si nos saltamos las normas, pero sobre todo, para darnos el cariño que tanto anhelamos para enfrentar cada día. Las que no están porque se concibieron estrellas, también acompañarán a los suyos en el pensamiento y desde el corazón.
Otra vez sobrarán las palabras para decirles lo mucho que las queremos, basta con que seamos felices para que sientan lo mismo; no les importan los regalos, ni largos poemas, ni frases superfluas de solo un día… un detalle convertido en beso o un simple “te quiero” es su mejor reconocimiento.
En este día llegarán los abrazos pendientes por tanta rutina, la caricia anhelada cuando se han sentido solas, el guiño del hijo cómplice en las travesuras, el susurro de los nietos y la realidad de ver a todos juntos en la mesa familiar.
Nuevamente llega la celebración de su día, y con él, otro momento especial para engrandecer su osadía por sacrificar tanto y brindar cariño sin esperar nada a cambio, para demostrarnos que a pesar de todo, la vida es algo mágico y que como diría el poeta, “el amor de la madre es la gema que brilla en la hora más oscura”.
Así que, una vez más, sirva este domingo para agasajar a las primerizas, a las que muy pronto van a ser mamás, a las mamis veteranas experimentadas, a las que hacen de mamá y papá durante todo el día, a las madres solteras, a las que se comportan como una madre, a las grandes abuelas que malcrían y cuidan como nadie… a todas ¡Muchas felicidades!