El pasado domingo la avenida Martí estuvo desbordada. Se mostró repleta de gente porque más allá de cualquier intención política, de cualquier consigna o estrategia de comunicación, el Primero de Mayo en Cuba es, desde siempre, un día de fiesta.
Y este no fue diferente. Por eso vimos a los niños con sus padres bandera o cartel en mano, vestidos de médicos, de maestros, constructores, campesinos, con la sonrisa en cada rostro, y cantaron, gritaron, rieron. Hubo una alegría pegajosa, esa que la COVID nos había arrebatado por más de un año.
Entonces la gente se puso creativa y llevaron a la calle ideas increíbles y a ritmo de música y paso apurado, cada quien desfiló por aquello que considera más importante.
Hubo quien lo hizo por el solo hecho de estar vivos, por los que no lo lograron, por los que cuando parecía que no, se sobrepusieron a la enfermedad y hoy están entre nosotros, por cada médico, enfermera y voluntario que arriesgó su vida para que la nuestra estuviera bien, por los científicos que entre desvelos nos colmaron de Soberanas y Abdalas y por quienes no durmieron protegiendo el país.
Se desfiló también por la mano amiga que hizo gestiones para que hasta aquí llegaran mascarillas, jeringuillas…, por los países hermanos que jamás dan la espalda y por nosotros mismos, que en esta carrera de resistencia hemos dado lo mejor de sí para que Cuba salga adelante.
En medio de carencias, de colas, de precios elevadísimos como los que nunca se han visto por acá, de un contexto internacional complejo, en el que la migración crece y el cerco mediático es excesivo, Cuba, como decíamos años atrás, se levanta para todos los tiempos.
El domingo primero se demostró que la nación puede, que sí se puede. La fiesta de los trabajadores, de esos que no han querido rendirse, que laboran por un país mejor, se llenan de esperanzas cada mañana y se aferran a ella, que luchan en favor del sistema social que hemos construido contra viento y marea, esa fiesta tenía que hacerse.
Por eso se engalanaron calles, balcones y portales, y los pinareños marcharon con los colores de la bandera, en la ropa o en el alma, pero la llevaron consigo de cualquier manera.
El bloque final, ese en el que 50 jóvenes de cada uno de los sectores de la sociedad se unieron para terminar frente a la tribuna para marchar juntos, fue el colofón mayor de la fiesta del proletariado en Pinar del Río. Demostró confianza, resistencia, gratitud, empeño, fortaleza, pero sobre todas las cosas demostró continuidad y amor.
No fueron pocas las campañas para que este primero de mayo hubiese sido un fracaso. El Día de los Trabajadores se lucha en casi todo el mundo, se re- clama, pero aquí se defiende, se funda y se construye a pesar de los pesares, sin importar los bloqueos, las limitaciones, las restricciones que ya son bastantes, demasiadas.
Por eso, cuando este domingo nos fuimos a la calle, muchos pensamos primero, por qué estábamos ahí y aquí, y en medio de tanto júbilo y alboroto de música y silbatos, encontramos, ese día de rencuentros, todas las respuestas.