La vida, siempre aleatoria, suele sorprendernos en cualquier recodo de su efímero camino. Dicen que los encuentros casuales, los verdaderos, ocurren una o dos veces a lo largo de nuestra existencia. Hoy quiero hablarles de uno de esos momentos.
Septiembre de 1995 me sorprendió en la subdirección general de la ESBEC Comandante Pinares, en Sandino. Contaba a la sazón con tres años de experiencia como profesor de Lengua Inglesa, y según pronósticos de quienes me deseaban dedicado a las actividades del turismo internacional, con los astros alineados para tener un “futuro luminoso”.
Pero, obstinado como soy, decidí atarme el cinto en el último ojal, y encorvar los hombros bajo el peso agobiante de casi 500 estudiantes y 70 docentes recién graduados, ávidos de respuestas que no siempre pude dar.
Entonces conocí a Echaide. Era fácil localizarlo desde la plazoleta. Alto, uniforme estrecho y corto, y lápices afilados en el bolsillo de la camisa; siempre al fondo, atento, se me antojaba faro de piel negra deslumbrante e inocente sonrisa.
Echaide leía mucho, era bueno en ciencias y no le gustaba ir al campo.
“¿Qué le pasa a usted hoy que está en la enfermería?”. “Ten, ten, tengo gripe”, tartamudeaba, como si lo fueran a sorprender “fuera de base”.
Julio César Amador, el subdirector de trabajo, perdía la paciencia: “¡Y ayer era la pierna; la semana pasada, una llaga; la otra, la garganta!”. Lo demás marchaba con Loandy, -su verdadero nombre- pero los cítricos, la chapea, la poda y el ruedo de tres metros a fuerza de guataca, no estaban hechos para él.
En enero del ‘96 se celebraba el centenario de la invasión de oriente a occidente. Mantua se preparaba para recibir a la nueva caballería mambisa que avanzaba desde Mangos de Baraguá hasta Mangos de Roque, al mando del general Lino Carreras, y en la escuela -con alumnos de Mantua- quisimos rendir homenaje a la gesta libertadora.
Como estudié artes visuales en la “Raúl Sánchez” de Pinar del Río, Norberto Alvarado, el director, me encomendó hacer tres murales con Martí, Gómez y Maceo. A costa de enormes esfuerzos conseguimos pinturas y pinceles. Entonces mi ayudante se presentó solo.
“Profe -me dijo Echaide- yo, yo, yo también sé, sé pin… pintar”. Y todavía no puedo explicarlo, pero sin preguntas por medio lo acogí como ayudante…
Han pasado 27 años, y el licenciado Loandy Echaide, profesor de Química del preuniversitario Susana Ávila, de Mantua, figura entre mis amigos más queridos. Y como he escrito tantas veces, aquí podría terminar la historia de un maestro y su alumno,encontrados por accidente, y hermanados por el tiempo y las circunstancias; sin embargo, mis nuevos derroteros en el mundo del periodismo televisivo me llevaron a descubrir su gran pasión oculta.
Echaide es, por decirlo con total seguridad, un excelente compositor e intérprete. ¿Cómo o cuándo te llegó la inquietud por la música?
“Desde siempre, es innata en mí, aunque debo confesarte que el gran inspirador es mi papá, que ama tanto la música como yo, y nunca se ha ahorrado un elogio cada vez que le he mostrado mis canciones. De mil maneras, él, que es un guajiro sin muchos estudios, ha sido y es mi referente”.
Eres afinado, porque te he escuchado; he intentado buscar el fallo que te convierta en amateur, sin encontrarlo…
“Mira, cantante de solar, de bañera, de guaguancó que no afine, no es cantante. Creo que eso también viene con uno, cuando la vocación está presente. No quiero compararme, ¡Para nada compararme! Pero el Beni no estudió música y era el tipo más afinado de Cuba.
“Quiere decir que está en el All in One, o sea, todo incluido.
“También tiene que ver con el oído, de hecho, ¡todo tiene que ver con el oído! La afinación es el parámetro fundamental de todo cantante y eso se basa en tener buen oído musical”.
Compones tus propias canciones. Me gustaría conocer las rutinas de tu proceso creativo.
” Busco la tranquilidad. Dejo que las ideas lleguen poco a poco y las traslado al papel. Es un proceso lento, en el que pulo detalles y detalles; canturreo, vuelvo atrás; me arrepiento de una estrofa, después me vuelve a gustar, ‘precioseo’, y solo así las muestro a personas que admiro y respeto, y tienen que ver con mi trabajo musical.
“No creas que son complacientes o me engañan, porque saben que eso me desagrada mucho. En realidad, son muy críticos, y con esa honestidad total perfecciono más la obra hasta que le doy el acabado.
“Después vienen los arreglos musicales, además de todo el proceso que lleva lograr una canción”.
¿Inscribes tus canciones en la Academia Cubana de la Música?
“Sí, tengo algunas canciones inscritas. Temas que me gustaría interpretar, que otros canten, pero la promoción y las oportunidades para noveles como yo son bastante pocas. Es uno de los grandes sinsabores que tengo, sobre todo porque vivo bien alejado de los lugares donde se hace la música. Me siento como Héctor, el poeta olvidado, que escribe maravillas y nunca verá impreso un poemario.
“¿Quién le va a imprimir un poemario a Héctor, si vive en el fondo de Lázaro, rodeado de árboles, al lado de un río?”.
Músico y profesor de Química. ¿Cómo fusionas ambos conceptos?
“Me defino, por convencimiento, porque así lo escogí, como un profesor que ama la música y la utiliza para afrontar la vida de la mejor manera. No dejo de pensar que una cosa hace la otra, y aunque no es un hobby para mí, pues es un sueño, despierto todos los días y me digo: ‘hoy voy a dar la mejor clase, y puede que escriba la mejor canción de mi vida’. Siempre, no importa lo que ocurra, le veo a todo el lado positivo”.
¿Tus composiciones más queridas?
“Amo todas mis canciones, pero hay una en especial que me marca, por su valor sentimental. Me refiero a Te amo Madre. La escribí apenas dos horas después de darle sepultura a la vieja. Es una de las tantas formas que tengo de agradecerle por prepararme para la vida. Si hoy soy el hombre que soy, es gracias a su amor incondicional y a su confianza en mí”.
¿Se hace tarde para pensar en el futuro o existen planes más concretos?
“Nunca es tarde para pensar en el futuro, para comenzar de nuevo. Tengo muchas ganas de escribir canciones, de interpretarlas, de ir a una emisora de radio o hasta la televisión, y mostrar lo que puedo hacer. Y sí, hay cosas nuevas por ahí”.
¿Te consideras realizado o hay otras cosas que concretar?
“Soy feliz, optimista, pero aún no me siento realizado. Quedan muchas cosas por hacer, por mostrar; queda mucho por batallar”.
Eres maestro, un maestro que ama componer y cantar. ¿Motivos para arrepentirte de tu profesión?
“Soy un agradecido de la profesión que escogí. También de mi escuela, de mis alumnos, de mi especialidad, de todos los que me ayudaron a llegar, usted entre ellos. Soy un ser humano de un pueblito costero quien, gracias a muchas personas, pudo ampliar su horizonte cultural. Soy un sobreviviente que no ha concluido de entregar flores a la vida”.
Si el tiempo regresara hasta aquella tarde de enero de 1996 en la “Comandante Pinares”, ¿volverías a pedirme que te aceptara como ayudante?
Echaide sonríe, me da un abrazo de esos que quitan el aliento y responde:
“¡Claro que sí!, más ahora que sé la clase de ser humano y ‘pintor’ que es usted!”.