Luis Martínez Temprana ha dedicado 45 años a educar a niños con discapacidad intelectual. Es un hombre afable y correcto, al que todos tratan con respeto en la escuela especial 28 de Enero, donde trabaja como subdirector de Preparación Laboral.
Cuando le pedí contarme su experiencia docente, dudó en ofrecerme su testimonio, porque es una persona de hechos, más que de palabras, y alegó que otros colegas valiosos podrían dar una mejor entrevista a nuestro periódico, pero finalmente accedió a conversar.
Hijo de patrón de barco y de ama de casa, fue el primero de su familia en transitar el arduo y gratificante camino del magisterio.
La Enseñanza Especial ha conferido sentido a su vida, marcada por las veces en que algún pequeño le hizo reír con sus ocurrencias, o una madre le agradeció por el progreso de su hijo o hija.
– “Profe Luis, me acuerdo de usted” -le gritó hace un tiempo un trabajador de Servicios Comunales, encaramado sobre la parte trasera de un camión colector de desechos.
Al maestro se le llenó el corazón de orgullo al reconocer en ese obrero a su antiguo alumno Wilfredo. Desde entonces se han encontrado varias veces, y el joven lo saluda siempre con el mismo entusiasmo.
“Los estudiantes con necesidades educativas especiales, son por lo general muy nobles y obedientes. Sus profesores no pueden cansarse de repetirles los contenidos, así sea tres y cuatro veces, hasta que los niños logren apropiarse de los conocimientos mediante la reiteración y la demostración continuas. Educar es un acto de paciencia y amor”, señala el educador y prosigue:
“Cada pequeño avance de estos alumnos, es una alegría que se disfruta a plenitud. Algunos logran incluso desarrollar habilidades que les permiten asumir un oficio y contribuir con los gastos de sus hogares.
“He acompañado la formación de muchos jóvenes, que en este momento se desempeñan como técnicos, albañiles y hasta carpinteros. Realizan sus labores con un alto sentido del compromiso, lo cual me llena de satisfacción”.
Le pido a mi entrevistado que relate una de esas anécdotas que no podrían faltar, si algún día se decidiera a escribir sus memorias, y evoca la vez en que, avisado de una visita del Ministerio de Educación, ensayó en el aula la clase que daría al día siguiente.
“El objetivo del encuentro era familiarizar a los estudiantes con la casa natal de José Martí, explicarles dónde queda, su función social y los objetos que atesora, entre otros detalles
“Llegó la hora cero, presenté a los visitantes, hice una breve introducción y le pedí a los muchachos que atendieran a un medio de enseñanza que les quería compartir.
“Fue entonces cuando el Coco, un alumno mío, dijo en voz alta, con esa espontaneidad característica de él:
-Ya viene Luis con la casita de Martí…
“¡Me delató!” El profesor sonríe mientras refiere esta vivencia, que antes lo ruborizaba y hoy cuenta divertido.
El ingenuo protagonista de su relato, es actualmente uno de los trabajadores de servicio más aplicados de la escuela especial 28 de Enero. Hay plantas ornamentales por toda la escuelita, que ayudó a sembrar con sus propias manos.
Sonríe mucho y regala su “buenos días”, a todo el que se tropieza en su camino, incluso a aquellos que no le responden el saludo, porque van demasiado a prisa.
El Coco, como lo llaman todos, es un hombre con la nobleza de un niño, con comportamientos dignos de imitar y con valores cultivados por grandes pedagogos de la Enseñanza Especial, como Luis Martínez Temprana, hoy día su compañero de trabajo y amigo personal.