A la educación cubana, sus logros o conquistas, principios fundacionales inamovibles no voy a dedicar estas líneas. Sobre ello mucho se ha dicho y ni quienes se diputan sentidos contrarios al proyecto pueden demeritar la referencia que somos para el mundo en cuestiones de escolarización o educación formal.
No obstante, sería ingrato dejar de reconocer, a propósito de la jornada nacional por el Día del Educador, a todos los que apuestan energía y tiempo para contribuir a que seamos un pueblo instruido y virtuoso.
Así, mejor dicho, pues, entre tantas depuraciones pendientes en la actualización del modelo de desarrollo, también habrá que revisar el personal que legítimamente está a cargo de formar a las nuevas generaciones de cubanos, no siempre apto para ejercer una de las funciones más excelsas que conoce la humanidad.
En las escuelas pedagógicas se pueden adquirir todos los conocimientos y habilidades profesionales que facultan a un adulto para impartir clases, pero lejos está de educar quien no complemente su sapiencia con valores humanos, quien no reproduzca la vida exaltando la espiritualidad, la coherencia entre pensar, sentir y actuar, quien no sea para sus discípulos evangelio vivo.
La Revolución tuvo en su génesis la lucha por la cultura general y contra el analfabetismo, y otros espacios de la sociedad fuera de la escuela nos han estimulado la conciencia crítica, entendida como la posibilidad exclusivamente humana de comprender la realidad para transformarla.
Nos hemos educado, también, en el barrio, con la televisión, el discurso problematizador y claro de un político, la transmisión de experiencia del compañero de labor, el consejo del padre, en el ejemplo del hijo que nos sorprende con una sentencia madura.
Tenemos anécdotas acumuladas y miles de razones para creer, firmemente, que la educación se agota con la vida y educadores somos todos los que podamos dar inspiración a quienes nos rodean para ser cada vez mejores.
Casi al cierre de mi vida como estudiante (incluyo el posgrado) agradezco a muchos maestros que cultivaron lo que soy. Va en esta remembranza desde la que me enseñó a escribir sin faltas de ortografía hasta el profesor de Educación Física con el que aprendí a saltar en sacos.
Vienen recuerdos de las profesoras de la banda rítmica, que tanto se empeñaron, sin éxito, en que pudiera dominar algún instrumento musical. Las exigencias de mis maestros de concurso de Literatura, las duras batallas en el patio de la escuela para que aplicáramos correctamente el flúor y tuviéramos dentadura sana, el profesor de ajedrez, los tutores de los incontables trabajos de cursos.
Repaso la lista y me encuentro con los rostros de secundaria básica que nos hablaban de sexualidad y prevención de embarazo, los que en la vocacional Federico Engels nos acompañaron a afinar la orientación profesional, hasta los que en la Universidad demostraron que una buena pregunta vale más que mil argumentos fuera de contexto aprendidos por el libro.
Y a esta altura, cuando llega la hora de retribuir a los que nunca pidieron “gracias”, una hija veinteañera y tantos otros en las aulas de la Universidad de Pinar del Río esperan por mí para acompañarlos a crecer.
Necesitan antecedentes, actualizaciones, metodologías, enfoques o paradigmas de sus especialidades. Formación técnica profesional le llaman en el mercado competitivo del empleo, lo que en Cuba se precisa fundir con responsabilidad, honestidad, amor al prójimo, respeto a las causas colectivas que nos unen.
De San Antonio a Maisí somos, en esta hora, una gran escuela donde aprendemos a ser más eficientes, superar obstáculos sin perder esencias ni avances.
No es suficiente más, sino mejor; no nos sirve economía sin espiritualidad; no basta con saber hacer sin saber ser, ni con pensar sin sensibilidad. La educación necesita retomar su lugar en el proyecto y los maestros, como en 1961, la trinchera de vanguardia. De aquellos aprendimos las lecciones básicas y, en una realidad cambiante como la actual, a ellos volvemos y por ellos, y por sus hijos y los hijos de sus hijos, seguimos, sin tregua, camino al horizonte.