Si pensabas que estimular la inteligencia matemática, verbal o el razonamiento abstracto en tus hijos era suficiente, estás equivocado. Cuando crezca podrá obtener 100 puntos en cada examen, doctorase en las mejores universidades; pero no siempre ese tipo de inteligencia garantiza que será un adulto con una personalidad admirable.
Y por admirable quiero decir honesto, afable, servicial; un ser humano digno, ético, considerado, independiente, resiliente… y el resto de virtudes que los padres soñamos en nuestros hijos.
En los últimos años, los psicólogos han llamado la atención sobre la importancia de educar la inteligencia emocional desde la niñez. Aunque las emociones están en desarrollo durante toda la vida, aprender a manejarlas en los primeros años favorecerá en la adultez controlar circunstancias de estrés difíciles de sobrellevar.
La inteligencia emocional tiene que ver con el desarrollo de habilidades que nos permiten administrar las emociones para ganar autocontrol y gestionar los sentimientos de forma saludable. Ella nos hace más empáticos, sociables y resuelve conflictos o malentendidos de forma asertiva.
En este punto te preguntarás qué hacer. Luego de comentar el tema con algunos amigos y consultar fuentes expertas, te digo:
Si el niño llora o “monta perreta” por algo que desea, enséñele que no siempre puede tener lo que quiere y explícale las consecuencias de sus actos. Esta acción lo ayudará con el autocontrol.
Los adultos cometemos el error de creer que ellos no entienden ciertas cosas. Propicia un espacio cómodo para que él pueda confiarte lo que siente y lo que piensa; es importarte dejarlo expresar sus sentimientos y cultivar el diálogo. Así se fortalecerá el vínculo entre ellos y nosotros, los padres. Recuerda que las relaciones interpersonales son fundamentales para lograr un bienestar mental y emocional.
Trabaja la empatía, que significa ponernos en el lugar del otro. Enséñale a automotivarse para que se convierta en una persona optimista e indetenible ante los obstáculos de la vida.
Hace tiempo leí una gran verdad: “un niño pesimista que suspende un examen tenderá a pensar que lo ha suspendido porque es tonto o incapaz de sacar mejor nota, sin embargo, un niño optimista pensará que ha suspendido el examen porque no ha estudiado lo suficiente y se esfuerza un poco más”. Obviamente, el que se esfuerza triunfa y las reacciones positivas ante las negativas cotidianas son los impulsos del desarrollo personal.
Deberás también enseñarlo a escuchar, porque siempre hay que tener en cuenta que escuchar no es lo mismo que oír, y ponle ejemplos para solucionar sus problemas. Poco a poco, él mismo creará opciones ante cualquier limitación. Elógialo siempre que se esfuerce y resalta los aspectos positivos de su conducta.
La inteligencia emocional también puede ayudar a los niños con dificultades en el aprendizaje, instruyéndolos en cómo maniobrar la frustración ante los retos de la enseñanza. Los prepara para pedir ayuda, autoconocerse y avaluar sus habilidades, saber que deben ir a un ritmo más lento pero que la constancia los hará llegar a la meta.
Está demostrado que los niños con inteligencia emocional son más felices y se convertirán en adultos atentos, con capacidades de liderazgo y exitosos. Sí, porque el éxito es solo un 20 por ciento del coeficiente intelectual, el resto lo define la perseverancia, la empatía, la alta autoestima y el autocontrol personal.
Algo importantísimo: sé ejemplo. Ellos nos están mirando todo el tiempo aunque no lo notemos. Perciben cómo somos, qué nos gusta, cómo interactuamos con los demás, qué nos afecta, qué nos maravilla… y nos imitan. Los padres somos el primer modelo social que un niño recibe; de nuestra conducta dependerá su futuro.