El acoso es una de las acciones más humillantes que puede practicar un ser humano en contra de otro, porque degrada a la víctima hasta ridiculizarla, pero mucho más al victimario, que poco a poco, mientras lo ejerce, se cosifica al estilo de la cucaracha kafkiana.
No tiene edad, por increíble que parezca, pues hasta en la ingenuidad de los niños afloran rasgos que al fin y al cabo son manifestaciones de querer apocar al otro, de ridiculizarlo y de convertirlo en su rendidor.
A veces pensamos que cuando un infante aísla a otro, no lo deja jugar y hasta le dice algún apodo o un comentario soez, estamos presenciando algo pasajero y egoísta propio de la edad, pero en mi humilde opinión pienso que no es así.
Desde esa etapa temprana hay que conformar los valores y los sentimientos, sobre todo el respeto hacia los demás, hay que aprender a enseñarlos, y si tenemos dudas de cómo proceder porque nuestro hijo tiene tendencias a la burla, entonces debemos comunicarnos con especialistas en Psicología. A tiempo, como decían mis abuelos, todo tiene remedio.
El bullying o el acoso escolar no es privativo de una etapa de la vida, lo encontramos en cualquier circunstancia, centro o edad, y por supuesto, es muy peligroso, y lo peor es que a veces padres y maestros nos confiamos en que el fenómeno no existe, por lo que hay que estar a la viva.
Consiste en la exposición que sufre un niño a daños físicos o psicológicos de manera malintencionada y continua por parte de otro u otros.
El victimario aprovecha el supuesto poder o superioridad que tiene para lograr su propósito, mientras que el acosado se siente indefenso.
Este fenómeno puede acabar con la autoestima de un niño, adolescente o joven y desgraciadamente existen «chistes» o, diría yo, estupideces de este tipo que pueden tener repercusiones para toda la vida.
Como aquella palabra humillante que se le dice a un niño, ya sea por el padre, el maestro, los amigos… y que repercuten por siempre en ese individuo. Los ejemplos sobran, y eso es una forma solapada y abusadora de burla, de menosprecio.
Lo otro es que muchas » burlas» o «trajines», como decimos en buen cubano, de forma continuada terminan en tragedias. La víctima suele cansarse de humillaciones y de qué manera, entonces la solución a veces está en la agresión o en la autoagresión.
En ocasiones pensamos que en nuestras escuelas no se presentan casos de acoso, por lo que hay que tener cuidado para su detección, y a través del trabajo educativo preventivo evitar males mayores.
No podemos bajo ningún concepto convertirnos en cómplices, seres inactivos o incentivar las manifestaciones de acoso.
Variadas son las razones por la que una persona es menoscabada, ya sea por ser rechazada por el grupo, por algún defecto físico, problemas en el aprendizaje, ser cumplidora, preferencia sexual o sencillamente porque no es del agrado del victimario, que a la larga también tiene sus problemas psicológicos.
El gordito del grupo, el orejón, el lento para aprender, el que lee o se expresa mal, el que tiene una orientación sexual diferente, el que abriga una creencia religiosa… todos pueden estar expuestos.
La literatura describe varios síntomas que esos niños acosados desarrollan como problemas de memoria; dificultad en la concentración, en la atención y descenso del rendimiento escolar, depresión, ansiedad, entre otros.
Pero lo cierto y más importante es reconocer que puede darse un caso de acoso, y en ese momento debemos estar listos para detectarlo, trabajar en conjunto familia, escuela y comunidad para evitar sus manifestaciones y consecuencias. En este sentido las escuelas de padres constituyen un buen momento para tratar el tema.
Desde pequeños debemos enseñar a los hijos y nietos a sensibilizarse con el dolor de los demás, solo así estaremos formando hombres respetuosos, con sentido de la humanidad. Lo otro, corresponde a la escuela, y la nuestra tiene todo lo necesario, de hecho lo hace, para incentivar cada día más valores positivos como la camaradería, la solidaridad, el respeto y el afecto.