La COVID 19 llegó al planeta para implantar una sentencia diabólica: prohibido besarse, abrazarse, acercarse, codearse con las multitudes. Aunque incomode, el virus tiene sobre nosotros una posición de poder y, con tal de frenarlo, tenemos que responder obedientes a su mandato imperativo.
Aún en la época de internet, que brinda la opción de comunicarnos más con el celular que con los amigos que tenemos en el mismo banco, para los cubanos, por condicionamientos sociohistóricos, la fuerza de la circunstancia nos obliga a restructurar prácticas cotidianas.
Estamos claros de que declarar en público los “buenos días” no nos es suficiente. Para nosotros es preciso la cercanía, el calor humano, y la jornada comienza con besos que regamos por paradas de ómnibus, aulas, oficinas, pasillos, elevadores, parques, tiendas, hospitales, farmacias, avenidas.
El proceso democrático y unitario que instaló la Revolución nos ha reforzado el disfrute de compartir en colectivo. Sabe mejor el café cuando lo tomamos con otros, la novela se deleita más cuando la sala está llena y todos dialogamos con nuestras experiencias sobre el tema, la cola para comprar el pollo se aligera si encontramos con quien conversar, las horas en el trabajo “se van volando” cuando podemos trabajar en equipo.
Por naturaleza, hacemos caso omiso a aquello de que “mejor solo que mal acompañado”. Siempre tenemos sentidos comunes para comulgar con los otros y disfrutamos del consenso tanto como de la discrepancia. Somos, por historia y destino, un pueblo cálido, sin escatimar para brindar afecto y conquistar el de los demás.
A ello sumamos que la solidaridad ha sido la principal fuente de resistencia ante tensiones económicas derivadas del bloqueo y, por ende, en este país conocemos bien lo que es compartir panes y peces, pero también jabón, vaso, cubierto, ropa, zapatos, libros, peine. Todo.
En este año se ha plantado en La Tierra un virus a jugar con nuestra suerte. Nos impone una rutina que tenemos que aprender a la fuerza y, por difícil que resulte, lo vamos a lograr. La percepción de riesgo para los cubanos se adquiere cuando comprendemos del daño que la irresponsabilidad individual puede hacer a los demás, justo por el sentido “que los demás” revisten para nuestra escala de motivos.
Aunque hemos sido educados para enfrentar y vencer situaciones límites, es preciso estar atentos a una situación epidemiológica que cobra vidas cada día y cuya propagación aún está fuera del control humano. El pánico, que nunca ha sido aliado nuestro, es inoperante. La confianza en el gobierno, justificada desde la fortaleza de nuestro sistema, tampoco es suficiente por sí misma.
Este drama nos compete a todos. Otra vez, en nombre del amor, somos convocados a enfrentarla juntos, cada cual quieto en su lugar. Tenemos que buscar alternativas, en espacios familiares y sociales, para demostrarnos el cariño o la amistad con actos y no con las expresiones tradicionales aprendidas.
Vivimos el embate de una enfermedad que afecta a países y es preciso activar la vigilancia. No me refiero a la epidemiológica que controlan las instancias de salud, sino a la que concierne a las actitudes humanas frente al peligro, donde brota el egoísmo y la humanidad corre a esconderse debajo de la cama.
La falta de solidaridad es un daño colateral de situaciones de este tipo, y permitir su propagación puede ser igualmente perjudicial. Por suerte en Cuba estamos a salvo la mayoría, gracias a la inmunidad que como pueblo hemos desarrollado a un virus con alta propagación y secuelas mortales para la espiritualidad: el capitalismo.
Tomar distancias físicas de las personas queridas es la manera hoy de mantenerlas a salvo. Por estos días, el autocuidado es manifestación de amor al prójimo. El COVID nos deja pocas posibilidades y tenemos que aprovecharlas todas, para no dar tregua a una pandemia que nos ha privado del derecho a recibir la primavera 2020 en el regazo de la abuela, de la mano con el padre o en tierno abrazo del amante. Pero, por fortuna, el amor es un sentimiento paciente y humilde. Sabe expresarse en miles de formas y colores, le gusta ponerse a prueba en circunstancias difíciles para mostrar su fuerza, su verdad. Frente a la COVID presenta, como venganza, a la responsabilidad, la ayuda solidaria a los más vulnerables, la información, la higiene. Sabe que el tiempo del abrazo regresará pronto y, para entonces, volverá a respirar pleno, a todo pulmón, muy hondo, como si no hubiera pasado nada.