“En el 2020, con la pandemia andando, para mi cumpleaños tuve que hacer un arroz imperial, porque el pollo no daba para todos y no iba a hacer un aporreado; pobre, pero con clase”. Y Amparo esboza una sonrisa que se transforma en mueca.
Faltan cuatro meses para su onomástico, y los hijos la presionan para que diga cómo desea festejarlo, “para mandar las cosas con tiempo, vieja”; pero ella no quiere envíos, porque ni sus vástagos ni los de estos, llegarán en ningún paquete.
En la familia, de los viejos quedan pocos vivos, y los que lo están, apenas pueden moverse, “menos ahora, ¡el transporte está tan difícil! No voy a ninguna parte, pero la única sobrina que me da vueltas, me cuenta que viene menos por eso, porque ella tiene niños chiquitos y yo estoy a mitad de camino entre el trabajo y su casa, después tiene que pagar 200 pesos a un carricoche de moto o caminar tremendo tramo”.
Amparo se consuela con que sus hijos y nietos están donde quieren, “cuando se fue la hembra, la embulló mi yerno, pensé que me moría, estuvimos cuatro días sin saber nada; mis nietas siempre vivieron aquí, ya va a hacer dos años, y te juro que las siento a veces, se me olvida que no están”.
LA MEDICINA QUE NO TIENE
Son siete los integrantes de su familia que abandonaron el país, un número insignificante dentro de los 425 000 que, según estadísticas de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP), arribaron a esa nación, procedentes de Cuba entre finales del 2022 y el 2023; sin embargo, para ella los números no significan nada, porque se quedó sin sus seres queridos, y aunque puede valerse por sí misma, hay carencias que no se suplen con remesas ni otros envíos.
Desea hacer flan de calabaza para la familia, molestarse por encontrar cosas regadas, sentir la presión del tiempo para elaborar alimentos y que el almuerzo esté listo para cuando lleguen de la escuela o el trabajo; guardar lo mejor de la semana, aún a expensas de privaciones, para compartir el domingo, lo mejor, en el almuerzo, “ese día siempre venía el niño (el hijo varón), con mi nuera y el único nieto macho”.
Amparo está enferma, de nostalgia y soledad, dice que los vecinos son muy buenos “pero cada quien tiene sus propios problemas”; suspira, y en ese aliento no distingo si se escapa la esperanza o la resignación: “mis hijos quieren que yo me vaya, ¡ay, no sé!, porque aquí están mis muertos, siempre pensé morirme en mi cama, ya soy una carga, además, dicen que “allá” los hospitales son muy buenos, pero hay que pagarlo todo; he pensado vender la casa, irme para una más chiquita, que me dé menos trabajo y no tenga tantos recuerdos; tampoco me dejan; que cuando vengan se ocupan, porque a una vieja cualquiera la estafa, ¡ni que yo fuera boba!”.
La comunicación es complicada, sus dedos no se acostumbran a “esos teléfonos que tú los tocas y se vuelven locos, tengo que buscar a alguien que me ayude para hacer las llamadas, y como ellos llegan tan tarde del trabajo, me da pena estar molestando a esas horas”.
La medicina de Amparo no necesita prescripción médica; compañía, besos y abrazos sanan, y no son de los fármacos que se reportan en falta, aunque escasean en bastantes lugares. En Pinar del Río más de 18 000 ancianos viven solos, y no es la emigración la única causa, aunque mucho ha incidido.
LOS MISMOS SÍNTOMAS
Farah tiene la misma enfermedad, ella es una paciente joven, de 25 años; que vive con sus padres y la abuela materna, pero ya no le quedan amigos, están dispersos por tantos lugares del mundo, que a veces confunde las historias.
Y es que aparte de los que emigran hacia Estados Unidos, alrededor de 36 000 cubanos presentaron solicitudes de asilo en México entre enero de 2022 y noviembre de 2023, otros destinos frecuentes son España, Brasil, Rusia, Uruguay, donde se cuentan por decenas de miles los radicados en esas naciones.
“Ya no salgo, no tengo con quien; en mi trabajo soy la más joven. Hay otras dos muchachas, pero casadas, con hijos; tenemos intereses diferentes. Yo no me voy, cuando mi primo “cruzó”, abuela debutó con diabetes, porque estuvo casi un mes en la trayectoria, abuelo estaba vivo y me dijo: “niña, ¡tú no te atrevas!, que tu abuela se muere” ¡y mira!, si le pasa algo a mami por culpa mía, me da algo, además… no tengo dinero para eso.
“Aunque a veces pienso que es la única manera de ayudar de verdad aquí en la casa…”. Desde la cocina llegó una réplica en la voz de la madre “ni que estuviéramos pasando hambre”, a lo que Farah contestó: “Sí, no pasamos hambre, pero eso es porque mi papá trabaja como un mulo, cría cochinos, ayuda a un primo en la vega, sigue de profesor, y tú eres un genio con una olla y un fogón”. El aroma del potaje de chícharos confirmaba el elogio y la aludida sonrió complacida.
Mi dinero apenas me alcanza para lo mío, añadió la joven, “y no sé si otros piensan igual, pero creo que ahora me toca a mí poner el plato en la mesa, ya ellos me criaron”.
A Farah le duele su soledad, y habla de la herida que sangra muy dentro, con voz queda, para acallar el llanto: “Lo más duro fue cuando mi novio de tres años, casi mi esposo, porque siempre estábamos aquí, me dijo que se iba”, hace un esfuerzo y engola las palabras, “que había reconectado con su primera novia”; el mohín de desprecio lo sigue un ligero aire de complacencia: “Se pasa la vida escribiéndome, pero lo que me hizo no lo puedo perdonar”.
Dice estar cansada de ir a visitas frugales para despedir amigos que se van en silencio, que al menos entre sus amistades ya no hay fiestas, son cada vez menos, y los que quedan no son los más cercanos.
“La gente de mi grupo de la Universidad tenemos un chat en WhatsApp, me han dicho que hacen una ponina y me ayudan, pero ¿y si después no puedo pagar? Porque a todo el mundo no le va bien, mi primo no ha mandado ni un peso, está todavía haciendo trabajos temporales, sin nada fijo”.
MÁS QUE SOLEDAD
La soledad es algo con lo que lidian los que se quedan de diversas maneras. Entre las historias más dolorosas que conozco está la de un niño de siete años, que ha hecho rechazo a la escuela, porque lo llevaba siempre su papá en la “motorina”, este infante renuncia a comer golosinas “yo no quiero galleticas, quiero a mi papá”. Increíble que a su edad tenga tan claras las prioridades.
Y es harto sabido que la economía y el deterioro de los servicios básicos que impiden la satisfacción de necesidades son las causas esenciales de la migración cubana, pero en este fenómeno incide también un aspecto esencial en el empeño de que nos vaya mejor, y es su efecto sobre la fuerza laboral activa.
Esa pérdida de recursos humanos (muchos de ellos altamente capacitados), sumada a la baja natalidad y envejecimiento poblacional, es un hecho preocupante en la actualidad, pero con miras al futuro resulta alarmante.
Desde el 2012 no se realiza un censo de población en el país. Los datos recopilados por diferentes organismos y sistemas se integran en la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), en el anuario de 2022 se recoge que en la provincia la población en edad laboral era de 360 517; lo que representa una contracción de 3 640 con respecto al año anterior, y solo creció en 574 el número de personas fuera de este rango.
Si tomamos como ejemplo un sector que publica regularmente sus estadísticas, Salud, en el 2021 los pinareños contábamos con 18 307 trabajadores en esa rama entre técnicos medios, superiores y licenciados, en el 22 esa cifra se redujo a 16 178; los datos de 2023 todavía no están disponibles.
Y aunque el territorio no se encuentra entre los que enfrenta mayor déficit de especialistas en Cuba, de 6 534 médicos y estomatólogos en 2021, descendimos a 5 665 en 2022.
DEL PAPEL A LA VIDA
La migración no es solo un problema para Cuba, pero es esta la que nos preocupa y ocupa. Se implementan políticas, programas, estrategias, que de una forma u otra podrían contribuir a elevar los estándares de vida y la concepción de un futuro plausible dentro de fronteras; sin embargo, los diseños siguen en el papel, con poco impacto en la cotidianidad.
Entre los que se van, la mayoría refiere que, pese a bondades materiales, llevan sobre sí el fardo de la nostalgia, esa que también se queda en quienes no pudieron echarles el amor en el equipaje y permanecen con los brazos abiertos en espera de un abrazo que les dé fuerzas para suplir las ausencias.
Por pedido de las entrevistadas fueron modificados sus nombres, la primera teme que “con eso de internet, los muchachos vayan a leer lo que dije, y yo no les quiero dar preocupación”; mientras que a la segunda le intranquiliza que, “la gente de mi trabajo piense que quiero irme”.
La soledad y la nostalgia no son las únicas caras de la emigración, también están la hipocresía y el engaño, de ambas partes. Entre tanto cambio de rostros de acuerdo con las circunstancias, y para mantener las apariencias, se van deshilachando las familias, esas que sabemos células básicas de cualquier sociedad.