“Crezcan como buenos revolucionarios… Hasta siempre hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo de Papá”. Aleida Guevara era apenas una niña cuando llegaron a ella estas palabras en voz de su madre. Unos siete años apenas no alcanzan para entender porqué el corazón se le estrujaba dentro al saber que, si estaba escuchando aquella carta, sería porque ya no estaba papá entre ellos.
En el documental Ausencia presente, del centro de estudios Che Guevara, vemos a una hija con muy pocos recuerdos guardados en su memoria, pero los escritos, las historias ajenas y los relatos de su madre, la ayudaron a reconstruir al Ernesto Che Guevara padre, quien encontró siempre una armonía perfecta entre su papel en la familia y sus funciones revolucionarias.
ACERCARNOS AL PENSAMIENTO DE “HILDITA QUERIDA”
“Los padres no siempre tienen automáticamente el afecto y el cariño de sus hijos, hay que cultivarlo, ganarlo, y mi papá no había tenido tiempo para hacerlo. Sin embargo, siempre lo he querido, lo he respetado y lo he admirado. En aquel entonces, me pregunté por qué”, así cuenta Aleida, una de sus hijas en este largometraje.
Pero, “a pesar del poco tiempo que convivimos, mi papá se había ganado ese afecto, ese amor y ese respeto que siempre he tenido por él”, fue esta la sentencia mejor defendida por quien heredara de él su pasión por la medicina.
“Papi demostró que era un hombre con una gran capacidad para amar, y que, a pesar de la distancia y el tiempo, logró que nosotros lo quisiéramos y lo amaramos”, aseguraba la hija querida.
Entre las imágenes que quedaron en su memoria y que clasifica como una de las más tiernas, dice: ¨Está mi papá vestido de militar, y yo estoy mirándolo como de un perfil. Mi madre está de espaldas a mi papá y en su hombro está la cabecita de mi hermano más pequeño, Ernesto, que apenas tiene un mes de nacido. Él, con una mano grande, está tocando la cabecita del niño, pero lo hace de una manera muy especial… hay mucha ternura en esa escena. Yo tenía apenas cuatro años y medio, y recuerdo perfectamente lo que estoy diciendo; pero lo que sí es cierto es que muchos años después yo mantengo muy fresca esa imagen, y es la última que me queda de ellos dos juntos”.
Y es que Ernesto Che Guevara fue un padre excelente. Se preocupaba por sus hijos y trataba de pasar tiempo con ellos, enseñándoles las habilidades y valores necesarios para que crecieran como personas fuertes.
Fue un líder y un ejemplo que dejó un gran legado en la vida de ellos, valoraba el tiempo juntos, defendía la justicia, la igualdad y la libertad. Era un padre amoroso, paciente y tolerante. Siempre se esforzó por mantener una buena relación con todos, y les inculcó los valores de la responsabilidad, el respeto y el amor.
OTRO HIJO AMADO
Pero demos un vuelco en el sentido de la historia. Vimos ya a uno de nuestros héroes como padre, desde la perspectiva de su niña, conocimos al papá enamorado, dueño del sentimiento más puro que existe: el amor por los hijos. Quiso el destino que le coincidiera a ese hombre en nacimiento, pero en el siglo anterior, quien del padre y de la madre le asistió la laboriosidad, el amor a la verdad y a la Patria.
Es que “de león y de leona vinieron los Maceo -dijo con razón José Martí cuando supo la historia de esta familia-, que forjó héroes, que crió hombres no para la vida monótona del hogar cotidiano, sino para las grandes empresas de la emancipación nacional”.
Antonio Maceo, el hijo, fue un hombre que siempre demostró un profundo amor y respeto por sus padres. Él nunca se olvidó de ellos ni de su influencia en su vida. A través de sus acciones, discursos y escritos demostró una devoción y afecto por ellos que era inquebrantable.
Esta adoración y amor fue una de las principales motivaciones para su lucha incansable por la libertad de Cuba y la justicia social. Así, Antonio Maceo fue un ejemplo de gratitud y amor hacia sus progenitores que nunca se desvaneció.
El compromiso con su país de esta figura histórica cubana también se extendió a su familia. Su madre, Mariana Grajales, fue una figura inspiradora para él. Maceo honró a sus padres a través de su vida, espiritualidad y liderazgo. Fue ese sentir, precisamente, una fuerza motriz importante en su vida y uno de los motivos principales por los que luchó tan duramente por la libertad de Cuba.
Y así vemos a dos de los nuestros, ejerciendo sus mejores protagónicos, uno como padre excepcional, otro como hijo abnegado; pero ambos amantes de la familia pequeña y de la gran casa Patria que los acunó como frutos ilustres.