“Servir es un arte”. Así decía un gran amigo y estimadísimo profesor en una de nuestras clases de administración pública. Evidentemente, en aquellas aulas, se refería a la actitud y aptitud de las personas que ejercían cargos administrativos de cara a la población.
Y comienzo por estas líneas pues el tema de los servicios públicos en Cuba resulta de extrema complejidad a partir de las transformaciones que ha sufrido el país en su modelo económico, así como sus condiciones socio-políticas.
Es necesario recordarles a muchos que esta esfera, y sus representantes, asumen la responsabilidad de corresponder a la satisfacción de las necesidades de sus ciudadanos.
De forma más entendible, son todos aquellos que desde un espacio laboral están en el deber de prestar un servicio, cualquiera que sea.
Al igual que en el ámbito empresarial, donde una fábrica depende de la materia prima, de los equipos y de fuerzas productivas para obtener resultados, lo mismo ocurre en las disímiles tareas, espacios y funciones de la vida cotidiana.
Existen ocasiones en que la solución a un problema determinado está en nuestras manos, pero preferimos postergar y perder el tiempo; y es con esta mala praxis que quienes visitan en busca de ayuda pierden entonces la paciencia y la confianza.
Incluso, al ir más allá, pudiéramos hasta decir que tan nocivas conductas burocráticas derivan en gestiones orientadas a resolver mediante cifras monetarias indefinidas.
Y desafortunadamente es ahí donde comienzan los pesares y dificultades por mal trabajo y asistencia, los que desembocan en ineficiencias, indisciplinas, insensibilidades y otros males.
En este sentido, y de forma comparativa, sería sensato subrayar el buen trabajo y desempeño del Ministerio de Justicia, un colectivo que ha entendido al dedillo la extrema necesidad de brindar eficiencia en lo relativo a los registros civiles, las notarías y otras dependencias de su competencia: ellos reconocen que el ciudadano que los visita es lo más importante.
He aquí un punto de inflexión que en la actualidad muchos parecen olvidar: ya sea el cliente, el usuario o el consumidor, son los que hacen posible la existencia de un oficio o profesión. Entonces, ¿por qué no deberse a ellos?
Lamentablemente, las buenas prácticas del mencionado ministerio no son la regla, sino la excepción. No son pocos los malos ejemplos que abundan en nuestras calles y nuestras oficinas, contrario a lo que se ha llamado por las máximas autoridades del país.
Quizás, por solo mencionar algunos, si hay que ser incisivos, el Comercio, la Gastronomía, la Alimentaria, y los Servicios pudieran aprender un poco más sobre atenciones y esmeros.
Recordemos entonces las palabras de nuestro presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez el pasado año, durante el tercer periodo ordinario de sesiones de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular cuando expresó: “Quien tiene a mano la más rápida y eficiente solución a un problema no tiene por qué minimizarlo ni delegar su solución bajo consideraciones jerárquicas o sectoriales.
“Niega el espíritu de la Revolución quien entorpece, demora o hace imposible el trámite para acceder a un subsidio, a la propiedad de una vivienda, al usufructo de una tierra entregada para producir.
“La vocación de servir no puede ni tiene por qué confundirse con servilismo. Dar un buen servicio desde la amabilidad, la humildad y la educación nos hace más profesionales y añade a nuestro ejercicio laboral un sello de calidad y calidez humana que hoy necesitan otros y mañana necesitaremos cualquiera de nosotros. Tenemos que ser serios y eficaces en las respuestas.
“Recordemos que servidores públicos somos todos”.